Nos va a resultar muy extraño, querido Oscar, pasear por la calles de esta ciudad encantada y no verte con tú caballete plantado y paleta en mano desprender toda tú improvisada naturalidad en el lienzo blanco hasta convertilo en una obra de arte.
Siempre te gusto que tus obras tu vieran entusiasmo y alegría. Te gustaba expresar en ella lo feliz que te sentías de pintar esos paisajes tan familiares y lo que significaba para ti esta tierra de piedras de vértigos que se cuelgan y extravían en el confín del horizonte en busca del cielo.
Adiós, pintor nacido en Cuenca (nuestra tierra), que pintabas con tanto amor todo lo que a tus ojos llegaba, ahora que sigues la luz del Santísimo Cristo (Tú Cristo) no dejes de pintarnos cuadros bellos para que cada Viernes Santo al mediodía el arco-iris brille con desvelo en los cristales de su “Cruz”.
Rafael Torres