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Del opio al estramonio

Del opio al estramonio

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
jueves 01 de septiembre de 2011, 23:05h

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Desde el 16 al 21 de agosto, Madrid ha acogido la Jornada Mundial de la Juventud. Oleadas de peregrinos, distinguidos por sus señas de identidad pero unidos en su fe católica, fueron llegando a la capital de España para recibir gozosos al Pontífice, que llegó desde el cielo para hollar tierra hispana el día 18.


La presencia en Madrid del vicario de Cristo, provocó de inmediato hostiles reacciones que iban desde la protesta de aquellos cristianos que gustarían de una Iglesia sin tanta pompa y boato, a los habituales anticlericales cuyas filas suelen acoger a apóstatas y ex seminaristas vergonzantes que se ensañan con la grey católica con modos parecidos a los que emplearon los conversos con los judeizantes.

 

Frente a las ramplonas manifestaciones antipapa, la JMJ ha mostrado, con elocuentes cifras de asistencia, el vigor de la fe católica y la habitual impotencia de la crítica. En definitiva, el multitudinario evento, del que ahora se calculan los dividendos, muestra a las claras el escaso peso del ateísmo en España.

Dicho de otro modo, las críticas que se han oído estos días, no cuestionan en modo alguno el espiritualismo que envuelve a una organización terrena a cuya cabeza figura el alemán Joseph Ratzinger. La democráticamente aggiornata animadversión hacia Benedicto XVI, ha exhibido modales tolerantes y multiculturales, pero su núcleo sigue siendo el clásico anticlericalismo, evitando así el planteamiento de asuntos más complejos. De hecho, las cuestiones eticistas –pederastia, aborto, eutanasia, homosexualidad-, al margen de la absurda, por imposible, exigencia de circunscribir la religión al ámbito de lo privado, obsesionan a los antipapa, sin que estos reparen en que las posiciones adoptadas por la Iglesia en torno a tales temas pueden ser igualmente defendidas desde posturas materialistas que no admiten siquiera la posibilidad de la idea de Dios.

Sea como fuere, casi al mismo tiempo que Benedicto XVI regresaba al Vaticano, se encontraban, cerca de Getafe, los cuerpos sin vida de dos jóvenes que habían muerto en el transcurso de una rave –literalmente delirio- en la que consumieron grandes cantidades de alcohol, éxtasis –repárese en las resonancias religiosas del vocablo- y semillas de estramonio, solanácea empleada por chamanes y brujos atraídos por sus propiedades alucinatorias.

Si a Napoleón un cura le ahorraba diez gendarmes, fue Marx quien acuñó una frase que, pese a adolecer de un reduccionismo sociológico, pronto se hizo popular: la religión es el opio del pueblo.

Mientras los católicos congregados en torno al Papa asistían, con opiácea mansedumbre, al milagro de la transustanciación; a unos kilómetros de allí, otros buscaban extáticas experiencias en un viaje del que no regresarán.

 

Iván Vélez


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