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La cajera servil, historias de Juan Roig y Mercadona

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 12 de agosto de 2012, 22:05h

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Permitidme que ceda por una vez la palabra a mis vísceras, que también entienden de cuestiones de justicia, tanto o más que la razón, aun cuando su modo de expresión resulte más áspero, rudo, enojoso y desabrido que aquélla. Pero es que estoy hasta las gónadas -¿a qué suena mejor que cojones?-  de escuchar una y otra vez el mantra de la pobre cajera coaccionada por esos viles y arrogantes sindicalistas.

 


Esa proclama ñoña y sentimental con la que la sociedad del espectáculo, donde una imagen vale más que mil palabras, ha logrado neutralizar una acción de protesta que pretendía hacer visible la extrema necesidad en que se encuentra una parte de la población. Pero la población es dulcemente compasiva, siente escrúpulos ante el más mínimo conato de embate físico, ya sea un empujón, una colleja o una mirada rabiosa. La sensibilidad del espectador es tierna, protectora y pulcra, detesta con desagrado cualquier expresión que denote furia o cólera, salvo cuando proviene de porras autorizadas. Nada debe perturbar la dulce mansedumbre del cuerpo social mientras su enorme y pacífico trasero es horadado sin tregua por una mafia organizada de políticos y banqueros.  


Pero esa misma población, a la que hiere un empujón televisado,  rebosa ínclito reconocimiento cuando los medios le presentan a  Juan Roig, presidente de Mercadona, envaneciéndose de que en el 2011 tuvo record de beneficios, nada menos que 484 millones de euros, lo que implica matemáticamente que ha engañado y robado a sus clientes, trabajadores y proveedores, vendiendo ostensiblemente de forma más cara de lo que le era necesario y de lo que habían sido sus costes reales.


No, ya lo sé, me corregirá la cohorte de loros semánticamente amaestrados, que utilizan el lenguaje con más peligro que los guardias sus pistolas, eso no es robo, se llama beneficio empresarial, como la acción del SAT no es expropiación alimentaria, desobediencia civil o redistribución de la riqueza,  sino robo, asalto con intimidación, hurto con violencia.


Lo que no será jamás violencia para ese espectador hipersensible es que este ricachón, tras presumir de lo que ha birlado mediante sus astutas tretas comerciales, se permita dar públicas lecciones de moral a ciudadanos parados, angustiados, empobrecidos y desamparados, que han visto cómo en poco tiempo sus propios gobernantes, siguiendo las órdenes de minorías pudientes como él, arrojaban por la borda sus derechos y protecciones tan arduamente conquistados.


Tampoco lo será que este cínico se atreva a proponer los bazares chinos como ejemplo de lo que debieran ser las relaciones laborales en España, que nos reconvenga desde su estatus de triunfador a pensar más en nuestros deberes que en nuestros derechos, que recomiende al gobierno recortar la prestación a los parados para así incitarlos a trabajar, que propugne perseguir con más severidad el absentismo, acabar con los puentes laborales y  disputar a los inmigrantes la recogida del tomate y la fresa como homenaje a la cultura del esfuerzo.


Pero por desgracia muy pocos se escandalizan de esa violencia de guante blanco, la del político corrupto, la del ejecutivo temerario, la del especulador financiero, la del defraudador fiscal, la del banquero usurero, la del cazador de Botswana, la del empresario explotador, la del acaparador inmobiliario, cuando todos ellos, por su insaciable codicia, convertirán a nuestros hijos en ignorantes, a nuestros trabajadores en parados, a nuestros parados en mendigos, a nuestros enfermos en cadáveres y a nuestros jubilados y viudas en pobres de solemnidad.


Esa panda de hijos de puta –ya se me empieza a calentar la boca– que nos roban el futuro, que mientras nosotros sufrimos en silencio los recortes se deleitan en confortables mansiones de lujo al pie de un acantilado, que mientras rebuscamos en contenedores  degustan en ostentosos restaurante paté de foie deconstruido, que mientras nos agotamos de trabajar hasta los 67 años se follan por dinero a las jovencitas más lindas del planeta –que es su forma de entender la globalización–, que mientras nos aterra la subida del gasoil surcan los océanos en suntuosos yates cuyo mantenimiento es mayor que el de nuestros hospitales, que mientras nos alcanza la enfermedad son atendidos en sus resfriados con más medios que en nuestros infartos.


Pero eso lo admitimos, diría más, lo envidiamos y admiramos. Eso no nos duele, ellos son los triunfadores, están por encima de pobres mortales como nosotros. Lo que nos duele es el empujón a la pobre cajera de Mercadona, cuando se interponía heroica ante el pillaje de esos sindicalistas parásitos y holgazanes, tan solo para defender el negocio de su amo, quien la utiliza y desprecia, quien no conoce su nombre ni le importa, cuya mesa, yate o avión privado jamás compartirá por ser ella una paria,  una nómina anónima de las 70.000 que generaron esos 484 millones de beneficio, la más barata que permite el mercado.


Llamadme violento si os place, pero dejadme que me cague, al menos una vez, en todos los Juan Roig del país, en todas las cajeras serviles y en todos los cándidos ignorantes que tienen a bien devolver besos por espadas. Dejadme que honre la imagen del Che en pie, nunca de rodillas, mil veces antes que la del Cristo crucificado.


Feliciano Mayorga Tarriño
Filósofo y escritor



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