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Manada de personas

Por Redacción
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jueves 23 de agosto de 2012, 23:15h

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En un mundo donde la noción de derechos humanos cada vez es más confusa no puede extrañar que ideologías como el animalismo cobren una creciente popularidad, como puede juzgarse a través de su presencia en las redes sociales y en los llamados medios de comunicación masiva.

Se habla cada vez más de los animales pero ya no como bestias domesticadas por el hombre, sino como víctimas de una crueldad atávica que en el mejor de los casos las condena a la condición de mascotas subordinadas a la voluntad de sus dueños. El activismo a favor de los animales se ha vuelto merecedor de un prestigio cada vez más patente, como antes se hablaba de la valiente lucha por los derechos civiles.

 

La consigna, como quedó claro hace unos años con el Proyecto Gran Simio (1993), saludado en su momento por intelectuales como la novelista española Rosa Montero, es reconocer para los animales derechos que tradicional y erróneamente se han querido ver como exclusivos de los humanos, de ahí que la mencionada iniciativa pretendiera que los chimpancés, gorilas y orangutanes gozaran al fin de sus merecidos derechos humanos.

“No tenemos disculpa porque ahora ya sabemos lo que sabemos: que esas criaturas son como nosotros. Pero la inmensa mayoría de los humanos sigue cerrando los ojos y aturdiendo su conciencia ante toda esta atrocidad”, escribía en 2005 Montero, como una crítica a los experimentos científicos con simios.

En el pasado, los etólogos y los moralistas pusieron el ejemplo, por eso no es excepcional que en ciertos foros se hable de que animales como los delfines y las ballenas en realidad son personas. Ver en este sentido la nota “Una constitución para delfines y ballenas”, en el portal de noticias BBC Mundo del 21 de febrero de 2012, que registra los resultados no de una reunión de simples personas, sino de los científicos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS son las siglas en inglés).

Siendo consecuentes, la caza de ballenas pondría a quienes la practican en el banquillo de los acusados por homicidio, de ahí que los animalistas sean prudentes al momento de consumir carne y mejor se concentren en los vegetales. De hecho así lo dijo en la mencionada tertulia el Dr. Thomas White, de la Universidad Loyola Marymount: “Una persona es un individuo. Y si la individualidad cuenta, entonces la matanza deliberada de individuos de este tipo (delfines y ballenas) es éticamente equivalente a matar deliberadamente a seres humanos”. Más adelante, el doctor White insistió: “Lo que estamos diciendo es que la ciencia ha demostrado que la individualidad, la conciencia de sí mismo, ya no sólo es una característica humana”. White, nos dicen, es un filósofo experto en ética.

Ahora, sin perjuicio de que, en efecto, se maltrate a los animales en ciertos contextos (el recurrente sacrificio del galgo en ciertos sectores del campo español, por ejemplo), nos parece que el problema de fondo estriba en la fragilidad de las ideas de persona o derechos humanos que se movilizan, como lo advertimos en nuestra anterior columna, en un orbe donde la gente ya lo sabe todo.

Humano, individuo, ciudadano y persona no son susceptibles de homologarse, pero se hace, sin más, de forma cotidiana, de la misma forma que la ética se circunscribe (aun entre los egresados de posgrados en derecho) al estudio de la moral. Por eso, insistimos, no debe extrañarnos que se hable de “tortura animal”, aunque la misma ONU no incluya semejante caso en el Protocolo de Estambul (2000), que se propone precisamente como un manual para investigar ese tipo de prácticas. Sin embargo, ya que estamos en esto, no está de más consignar que en 1977 la Unesco aprobaba (con la ratificación de las Naciones Unidas) la Declaración universal de los derechos del animal.

El llamado al bienestar de la “Humanidad” por medio de un proyecto de justicia universal tampoco parece solucionar el problema, sobre todo cuando se pretende que ese colectivo sin límites viva en completa armonía con cualquier ser vivo, sin distinguir de forma clara entre un pastor alemán, una araña violinista y el virus del ébola. Hay una tendencia cada vez más acendrada a ver en el hombre un opresor de vacas sometidas que se dirigen sin saberlo al matadero.

Antes de hablar de una justicia sin fronteras, se impone que el ciudadano mexicano (o el español) se plantee la urgencia de una sociedad prudente que no se apresure a abrir de par en par las puertas de los corrales y las jaulas.

 

Manuel Llanes

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