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Realismo político en Westeros

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 30 de noviembre de 2012, 00:21h

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En «24», la serie de televisión norteamericana de Joel Surnow y Robert Cochran, que se exhibió entre 2001 y 2010, el protagonista, el agente gubernamental Jack Bauer, era un reivindicador de la mano dura en el combate a los terroristas, en un escenario posterior a los atentados del 11 de septiembre.

Sin embargo, a pesar de sus métodos poco ortodoxos, Bauer no era visto con rechazo, sino como una suerte de héroe hiperviolento en un mundo especialmente complejo en el que no había otras opciones. De ahí que su aventura se haya vuelto un éxito comercial.

 

Acaso el espectador apelaba a las licencias de la ficción, un artificio supuestamente capaz de escindirse de la realidad donde necesariamente se ubica, lo cual solo tiene lugar en la mente de los más idealistas. De ahí que incluso detractores del polémico presidente George W. Bush, pacifistas al uso, figuraran sin problema entre los seguidores de la serie.

Sin embargo, el programa venía ser la puesta en escena, por vías del drama de apabullante actualidad, de una medida política en su momento defendida por los políticos norteamericanos: la «Patriot Act», la ley contra el terrorismo.

Nos parece que sucede algo parecido con otra serie de televisión, «Juego de tronos», de David Benioff  y DB Weiss, al aire desde 2011 y actualmente a la espera del estreno de su tercera temporada. Como se sabe, la serie es la adaptación de la saga novelística «Canción de fuego y hielo», de George RR Martin, autor de extensos relatos actualmente muy leídos, sobre todo por el impulso que ha significado el programa.

Decíamos que con «Juego de tronos» viene a ocurrir algo semejante que con «24», apoyada por gente que normalmente no reivindicaría, al menos en público, una ley como la «Patriot Act». Afirmamos lo anterior porque, en un mundo donde el fundamentalismo democrático y el fin de la historia son las ideologías recurrentes, no parece normal que una serie acerca del realismo político tenga semejante eco.

Se quiere ver en la asamblea y el diálogo las más patentes expresiones del ciudadano ejemplar, así como las claves de la convivencia y el respeto. Y «Juego de tronos», literalmente con la espada desenvainada, expresa todo lo contrario.

La acción de «Juego de tronos» tiene lugar en Westeros (“Poniente”, en la versión hispana), un lugar que recuerda la Edad Media, como ocurre con la Tierra Media de Tolkien y tantos otros sitios construidos en la literatura y el cine. Hay una familia, encabezada por Eddard Stark, que defiende un código de honor que no tarda en ser rebasado por las acciones de otro clan, los Lannister, quienes no dudan en recurrir a las tácticas más brutales para hacerse con el poder.

Pero cuando la guerra entre ambos grupos estalla, ciertas ideas de los Stark a veces ni siquiera son comprendidas por sus mismos subordinados. En una escena de la segunda temporada, un oficial trata de convencer a uno de los Stark, Rob, de la conveniencia de usar la tortura para interrogar a los prisioneros. Pero Robb se niega y cuando lo hace es como si se lo dijera a Jack Bauer, de la unidad de antiterrorismo.

En otra escena, una de las malvadas personas de la familia Lannister ordena que una ciudad amurallada se cierre a los refugiados que huyen de la guerra. Está de por medio la subsistencia de la ciudad, dicen, incapaz de alojar a todos. Un dilema entre el compromiso con la ética, la defensa a ultranza de la vida humana, frente a la moral, los intereses del grupo.

Lo que decimos es que las decisiones políticas no se agotan en la ética, el humanismo, los derechos humanos, el pacifismo y la ecología, como pretenden hacernos creer, para nuestra supuesta tranquilidad. Y para muestra ahí está el presidente de México, Felipe Calderón, que se marcha rodeado de las imprecaciones de sus adversarios, en desacuerdo con sus medidas de combate al narcotráfico: ¡genocida!, le dicen.

«Juego de tronos» no es una simple historia acerca de la lucha entre el bien y el mal. Tampoco es la demostración de que dentro de cada héroe hay un poco (o un mucho de villano). O viceversa. «Juego de tronos» muestra a un grupo de líderes en sangrienta disputa por la tierra, precisamente ahora que nos dicen que las fronteras no importan.

El programa muestra el aspecto trágico de la política, todo ello sin perjuicio de que los aficionados a «Juego de tronos» lo identifiquen erróneamente con una defensa de los más nobles ideales. Pero, ya se sabe, al gran público no hay quien lo entienda.

Manuel Llanes

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