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Acerca del Papa se debate en español

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 22 de marzo de 2013, 12:06h

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La renuncia de Benedicto XVI y la posterior llegada de Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio, ha puesto de manifiesto la fascinación de la gente hacia ese tipo de cuestiones religiosas, incluso entre quienes, desde el agnosticismo (el nombre que prefieren los ateos vergonzantes), dicen despreciar la Iglesia católica.

Labor difícil ha resultado en estos días buscar entre los artículos de los periódicos, ya no digamos en las necias redes sociales, alguien capaz de opinar sin exaltarse acerca del asunto, que no tenga necesidad de apelar a los casos de pederastia entre curas, así como el bien conocido rechazo de la Iglesia al llamado matrimonio homosexual.

 

La gente, al menos la que opina en los medios, está enojada con la Iglesia. Tienen sus razones: la indolencia y la tibieza con que sus autoridades han atendido el problema de Marcial Maciel, por ejemplo, por hablar de un caso emblemático.

Como no puede ser de otra forma, desde aquí pensamos que los casos de pederastia tienen que ser castigados con la máxima dureza. Sin embargo, opinadores de aquí y de allá se han inclinado de lleno por la cobardía: pederasta ya no es el sacerdote que ha cometido un crimen, sino que pederasta ya es toda la Iglesia, manchada hasta sus raíces. Pederasta se ha vuelto el adjetivo infaltable al momento de hablar de la Iglesia. Y al hacer eso la gente incurre en una corrupción ideológica que también es reprobable.

Es decir, ya no se puede discutir acerca del papel de la Iglesia católica o de la religión en el orbe porque nada hay qué hablar acerca de una institución donde han tenido lugar semejantes crímenes horrendos, nos dicen.

Pasa algo semejante con el llamado matrimonio homosexual, el no va más de la izquierda al lado del indigenismo y el aborto indiscriminado. Detengámonos a pensar un poco: ¿por qué la Iglesia católica tendría que estar de acuerdo con el matrimonio homosexual? No hay que ceder a la tentación de escribir “obviamente”, porque no hay tal: si lo que vamos a decir fuera obvio no se presentaría el problema que describimos. La Iglesia, para subsistir, necesita nuevos adeptos, gente que forma familias, tiene hijos y alimenta las filas de una institución que, como cualquiera, tiene normas. Unas normas que se toman o se dejan. Y el camino más corto para conseguir ese objetivo de la familia fértil capaz de ensanchar las filas de la Iglesia no es el matrimonio homosexual. ¿O sí? Todo ello cuando rótulos como “unión civil homosexual” ahorrarían cualquier polémica en torno a las implicaciones de llamar “matrimonio” a la unión que bien puede prescindir de una madre.

Pero las normas de la Iglesia causan un escozor muy llamativo, uno que no tiene nada que ver con la indiferencia. Los agnósticos que señalan la corrupción de la Iglesia parecen obsesionados con ello, para hacerla el blanco de un odio sin fin. No se aborrece tanto lo que no tiene importancia, lo que no vale nada más allá del confuso agnosticismo de quien desprecia un templo pero en cambio se inclina ante la estrella pop, el deportista o, peor aún, el autonombrado intelectual liberal agnóstico.

Por cierto, qué difícil resulta interpretar la realidad cuando el líder que la gente sigue de pronto sorprende con un juicio desconcertante. En “El hombre que estorbaba” («El País», edición del 24 de febrero de 2013), Mario Vargas Llosa, habitualmente tan confundido en temas políticos, tuvo la fortuna de separarse de la masa y unirse al buen redil, para decir que el papa Benedicto era un teólogo de gran talento y que su ausencia sería una pérdida. Pocas veces Vargas Llosa ha confundido tanto a sus lectores anticlericales, con todo y que su teoría de la ficción es pura metafísica.

Se dirá que defiendo a la Iglesia sin más pero hay que decir que sería preferible que la gente fuera atea. No agnóstica: atea. Pero nuestras sociedades no están preparadas para ello, como lo demuestra el vigente sentimentalismo neorromántico, el culto idólatra de los dogmas y el uso de la psicología como llave para interpretarlo todo. Vivimos en una comunidad llena de dioses paganos. En semejante caos, hay que dilucidar el mal menor. Frente al fatalismo del islam y del protestantismo, ¿la Iglesia católica tiene algo qué ofrecer? Por lo pronto, la libertad de no usar el velo islámico y la posibilidad de desechar el creacionismo en las aulas.

La elección de un Papa hispano, además, implica la oportunidad de enriquecer el intercambio entre quienes hablamos español. De ahí que un cónclave en El Vaticano también implique un encuentro de la hispanidad, aunque el presidente del Uruguay piense otra cosa. La gente de toda Hispanoamérica debate acerca del Papa y de su Iglesia en español.

 

Manuel Llanes

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