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La confusa nación de Vargas Llosa y de Krauze

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
jueves 17 de octubre de 2013, 23:00h

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El interminable debate acerca del supuesto derecho de Cataluña a separarse de España y la disputa por la explotación del petróleo en México ha dado renovada beligerancia a la discusión en torno al nacionalismo, todo ello en el ámbito hispano.

Se cita al nacionalismo pero nunca se explica con claridad qué es, acaso porque se desconoce, al mismo tiempo que se le quiere ver como una mera impostura que habría que combatir desde el liberalismo: desde luego, esta última viene a ser otra palabra confusa que nadie, ni siquiera sus defensores, se toma la molestia de definir con claridad, porque apelan a la mera cercanía que tiene con otra palabra, libertad. No puede ser malo lo que pugna por la suprema libertad del individuo, se cree.

 

Emblemático de semejantes pulsiones es el multicitado Mario Vargas Llosa, con su artículo periódico para El País, «El derecho a decidir» (edición del 22 de septiembre de 2013). Desde hace años, el escritor peruano nacionalizado español, pero al mismo tiempo capaz de renegar de las fronteras en nombre de su confuso cosmopolitismo, ha criticado con entusiasmo pero con poca puntería el nacionalismo, por la sencilla razón de que no explica de qué se trata.

En efecto, Vargas Llosa rechaza el nacionalismo de los independentistas catalanes, pero no advierte que la forma idónea de hacerlo es desde la reivindicación de la unidad de la nación española. Eso no impide que don Mario, a veces con buen juicio, apele a España en repetidas ocasiones, sin usar fórmulas como «el Estado español» o, peor aún, «la marca España».

Mucho más atinado es el análisis del gramático Álex Grijelmo, quien en su artículo para el mismo diario, «“Derecho a decir” ¿qué?» (22 de septiembre de 2013), deja claro que «decidir» es un verbo transitivo, de ahí que no tenga sentido hablar del «derecho a decidir» sin hacer mención explícita del complemento directo. Así, estamos ante una treta de los nacionalistas fraccionarios: aprovecharse de la ambigüedad propia del caso para ocultar que en realidad defienden el derecho a decidir… pero las condiciones del expolio de España.

Sin embargo, las palmas en cuanto a confusión se las lleva Enrique Krauze, el célebre historiador mexicano, quien en un artículo para la revista que encabeza, Letras Libres, «El trauma nacionalista» (Blog de la Redacción, 19 de septiembre de 2013), pretende reducir a una simple tara psicológica la oposición que determinados grupos, contrarios al gobierno actual del presidente Enrique Peña Nieto, han manifestado a propósito de la facultad de los extranjeros en la explotación del petróleo.

Proscrita por la Constitución de México, la intervención de los extranjeros en la extracción del crudo se quiere ver como la panacea para modernizar una industria que, en efecto, se ha visto rebasada, desde que carece (por ejemplo) de la capacidad para refinar el petróleo y convertirlo en gasolina. Se podrían citar muchas otras carencias de Petróleos Mexicanos, como la corrupción de su sindicato, pero eso no implica que el proyecto de Peña Nieto y los suyos garantice que ese rezago se supere. Antes, existen muchas razones para pensar que detrás de ese supuesto afán modernizador está el simple deseo de privatizar la empresa.

Pues bien, frente a un problema tan complejo, Krauze habla de un «trauma nacionalista», con lo cual recurre sin pudor a un simplismo de orden psicológico, aunque él mismo aclara que para ello cita uno de los ensayos clásicos en ese sentido, «El perfil del hombre y la cultura en México». Como se sabe, su autor, Samuel Ramos, defendió la idea de que el principal problema de México era un endémico complejo de inferioridad, que nos ha hecho imitar acríticamente modelos extranjeros, sobre todo de los Estados Unidos.

Krauze también cita a George Orwell, quien en lugar del nacionalismo habría reivindicado el patriotismo, «la devoción a un lugar particular o a una determinada forma de vida… El nacionalismo, en cambio, es inseparable de la voluntad de poder», dice Orwell, citado por Krauze. Más confusión, porque si de patria se habla entonces hay un territorio y por lo tanto también recursos naturales, como el petróleo, sobre los cuales se reclama la exclusividad. La soberanía, desde luego, es excluyente.

Habría que terminar con una recomendación para Vargas Llosa, académico de la RAE: que consulte el Diccionario de la institución de la cual forma parte. Ahí encontrará que «nación» se interpreta también como nacer («la nación de los dientes», se ha dicho). Luego el vocablo cobra otro sentido más amplio con los grupos étnicos, endogámicos, situados en la periferia del Imperio Romano. No es sino hasta la Revolución francesa cuando el rótulo cobra su sentido de «nación política», que es precisamente lo que no son los nacionalistas catalanes (aunque ellos digan que lo son): nación política es lo que quieren ser. Una nación política para regalar a los extranjeros su tierra, por fin independiente de España; usufructuar la patria sin trauma alguno, como quiere Krauze en el caso de México.

 

 

 

Manuel Llanes

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