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Democracia, castillo de naipes

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 04 de noviembre de 2013, 00:13h

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España atraviesa una crisis política en parte provocada por las amenazas de secesión de los nacionalistas fraccionarios de Cataluña, así como por culpa de un gobierno incapaz de ponerle freno a sus delirios, de ahí que este nos parezca un momento más que oportuno para reflexionar acerca de los problemas que entraña la misma democracia. En esta ocasión plantearemos como la televisión contemporánea, por medio de la ficción, aborda asuntos tan complejos.

Nos referimos a la serie de televisión norteamericana «House of Cards», un producto de la compañía Netflix construido por Beau Willimon (el mismo guionista de la película de George Clooney «Los idus de marzo», también de tema político).  Además, la serie cuenta con la participación de David Fincher, el mismo de «Seven», para la dirección de algunos episodios, de la misma forma que colaboran otros conocidos cineastas. «House of Cards» está basada en la miniserie de la BBC inspirada por la novela de Michael Dobbs.

 

La historia de «House of Cards» se centra en un personaje, el demócrata Francis Underwood (Kevin Spacey), un congresista que aspira al cargo de secretario de Estado; pero cuando el presidente nombra a otro, el político comienza a conspirar en la sombra para obtener el poder que tanto desea.

De esa forma, House of Cards cuenta la historia de las peripecias de Underwood y sus colaboradores, para acabar con la reputación de sus adversarios y hacerse con el control del gobierno. Para ello, Underwood forma una alianza con una joven periodista, la ambiciosa Zoe Barnes (Kate Mara), quien se encarga de publicar la valiosa información que el congresista le proporciona en secreto. La tercera en discordia es Claire (Robin Wright), la esposa de Underwood, dirigente de una ONG, Clean Water, ocupada de llevar a cabo obras de beneficencia en países africanos.

La serie no está desprovista de ingenuidades, como la idea de que la corrupción es accidental y los estropicios cometidos en nombre de la democracia son producto de la mala fe de ciertos políticos deshonestos; así lo ha comentado el actor protagónico, Spacey, en una entrevista publicada a propósito del estreno de la serie en España (ver el texto de Brenda Otero “Tras la cortina del poder”, El País, edición del 21 de febrero de 2013).

El logotipo de la serie, en el cual aparece una bandera norteamericana invertida, como si estuviéramos ante un patético grito de ayuda, es otra muestra de los aspectos menos sólidos del programa, porque es como si se reconociera que el sistema está enfermo pero la intervención providencial de determinados personajes podría revertir el problema. No es de extrañar: eso piensa buena parte de la gente, que los problemas de la democracia se deben a la mala fe de quienes ocupan ciertos cargos y no al sistema mismo.

Sin embargo, al mismo tiempo la serie pone en evidencia la forma en la cual los congresistas negocian en secreto, de espaldas al electorado, que en esos cabildeos ya no tiene ningún poder de decisión (nunca lo ha tenido, desde luego, porque el elector vota dentro de los parámetros de participación que otros le indican: es decir, cuando vota, obedece). Hay varias escenas en las cuales la corrupción no delictiva del acuerdo secreto entre diferentes grupos políticos pone en evidencia la democracia, podrida en su mismo corazón, ya no accidentalmente (la corrupción aislada de un político) sino de forma estructural.

Sin la corrupción esta casa de naipes simplemente no se sostendría. Ese es la principal (tal vez involuntaria) aportación de esta serie, en consonancia con la ya citada «Los idus de marzo». Estamos ante un ejemplo más de lo que el filósofo español Gustavo Bueno ha explicado varias veces en su obra, como en «El fundamentalismo democrático», por ejemplo. Sin embargo, Willimon, al fin y al cabo el principal responsable del programa, sí parece tenerlo claro: “para dirigir se necesita ser algo cruel”, dice a propósito de los políticos en la ya citada entrevista. Pareciera que el gobernante tiene que emular a Maquiavelo en lo privado mientras lo critica en público.

¿Y la sociedad civil, panacea ante la corrupción de los gobernantes? Con crueldad, la serie muestra cómo las ONG obtienen el favor de los políticos, aunque con la ventaja de ser consideradas como iniciativas ciudadanas y por lo tanto supuestamente libres de esos acuerdos oscuros que señalamos. Dicen que la gente tiene el gobierno que se merece (o la televisión que se merece, en palabras del ya citado filósofo); House of Cards problematiza ambas afirmaciones.

 

Manuel Llanes

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