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Autodefensas, fenómeno y apariencia

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 17 de enero de 2014, 00:08h

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El más reciente libro del escritor mexicano Enrique Serna, «La ternura caníbal» (publicado en España por la editorial Páginas de espuma, en 2013), incluye un cuento de terror, “El converso”, protagonizado por un sacerdote que ha roto sus votos de celibato para tener una aventura con una de las mujeres que frecuenta su iglesia. La relación, destinada a la tragedia, está además marcada por el acoso de una fuerza sobrenatural (el relato es de corte fantástico) y, por si lo anterior fuera poco, por la violencia relacionada con el narcotráfico. Rescato una cita:

«El Cordero de Dios no puede redimir a los borregos del mal, ni el demonio se ocupa ya de tentar a santos varones. ¿Para qué, si tiene bajo su yugo a sociedades enteras? Cuando se han roto los lazos fraternos entre los hombres, cuando está permitido envenenar o matar al prójimo para hacer fortuna, cuando los hampones gobiernan o suplantan a la autoridad, cuando el deseo carnal pisotea instituciones y sacramentos, los poderes sobrenaturales ya no tienen mucho campo de acción para sembrar el terror en el mundo».

 

Recuerdo eso a propósito de las noticias que el lector español habrá encontrado en los medios de su país acerca de las llamadas autodefensas, reacción de cierta parte de la sociedad mexicana ante el poder cada vez más desafiante del narcotráfico en México. En Michoacán, grupos paramilitares se enfrentan contra los narcotraficantes, en zonas donde el Estado ya no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos.

Ante la enumeración de males que el párroco del cuento percibe entre la grey, sanguinaria o víctima en una sociedad relativista, cabría agregar: cuando los hombres toman las armas el único poder sobrenatural y por lo tanto inexistente es el Estado. En México hay nación pero no tenemos Estado, dijo un célebre político mexicano, Porfirio Muñoz Ledo.

Las autodefensas son un fenómeno, porque se manifiestan diversificadamente a los hombres. Dice el filósofo español Gustavo Bueno en uno de sus libros que un fenómeno es «aquel objeto o disposición de objetos que se hace presente a un sujeto (o grupo de sujetos operatorios) en la medida en que tal presencia resulta ser comparable (y eventualmente diferenciable) respecto de la presencia que ese objeto o disposición de objetos alcanza ante otros sujetos». Así, la Luna que un hombre observa desde su ventana es un fenómeno si se le compara con el mismo satélite que otro hombre, desde un observatorio, escruta aplicadamente. Pensemos ahora en las autodefensas: decíamos que son un fenómeno para quien las percibe en relación con la manera en que alguien más habla de ellas. En ese contraste entre interpretaciones de las autodefensas aparece el fenómeno.

Así, en el editorial del periódico mexicano La Jornada del día 15 de enero de 2014, «Michoacán: carencia de estrategias» puede leerse lo siguiente: «grupos de autodefensa que han debido hacerse cargo de la seguridad pública en las zonas en las que la Federación ha realizado despliegues espectaculares de fuerza pública para, después, dejarlas abandonadas a su suerte». Atención: «han debido hacerse cargo», dice el texto, en una aceptación tácita de un supuesto derecho de recurrir a la violencia cuando el Estado falla.

Veamos ahora el artículo de Jorge Zepeda Patterson para El País, «Robin Hoods con Kaláshnikovs» (también del 15 de enero), que alerta contra la posibilidad de idealizar la respuesta de esos grupos armados, ante las versiones de que se trata de grupos financiados por otros cárteles.

Hemos hablado de fenómenos pero también hay que diferenciar estos de las apariencias, que juegan un papel muy importante precisamente cuando hablamos de periodismo: cierta verdad llega hasta nosotros a través de un medio, los periódicos en este caso, cuyo objetivo es (supuestamente) facilitar el acceso de los lectores a la información. Pero decimos «facilitar» ahí donde en otros casos bien podríamos decir «obstaculizar», lo cual da lugar a apariencias falaces.

El hecho es el debilitamiento del Estado, que se percibe en asuntos tan cotidianos como la proliferación de vigilantes armados de seguridad privada, que pueden encontrarse no solo en Michoacán (un caso extremo), sino en todo el territorio. Se ha vuelto común andar por las ciudades y ver contingentes de soldados y policías por doquier. Hay un enemigo: la violencia que no flaquea y que, al contrario, aumenta en variedad y fortaleza.

¿Qué hacer? Primero, evidenciar que el ideal de anarquistas y liberales, la desaparición del Estado, se concreta en pesadillas como las de Michoacán. He ahí la sociedad sin Estado que protagoniza los sueños de tantos. Y segundo: aquilatar en su justa medida un periodismo que en buena parte da cuenta tan solo de apariencias falaces. Cierta verdad acerca de las autodefensas (para unos estas son síntoma y para otros complicidad) bien puede encontrarse cuando se toma partido entre las versiones que de ellas encontramos. Y esa verdad no tiene por qué ser grata, sobre todo cuando se pone un país en manos de criminales.

 

Manuel Llanes

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