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El precio del presentismo apolítico agudo

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 31 de marzo de 2014, 00:26h

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Se quejaba no hace demasiado Gregorio Morán sobre lo triste que era comprobar cómo la generación nacida sobre los noventa no tenía ni pajolera idea de quién fue Torcuato Fernández Miranda, gran descubridor de Suárez durante la Transición, aunque el Rey se llevara la medalla. Imagino que tampoco se sorprenderá al comprobar que la juventud de nuestro país, en términos generales, es tan zoquete que a la muerte de Suárez pocos podían articular tres o cuatro ideas ciertas sobre su persona. Para muestra, un botón: https://www.youtube.com/watch?v=HkKoAH0G91w, absténganse los débiles de corazón. Quisiera pensar que el resultado del vídeo ha sido fruto de la casualidad, un desliz de los entrevistados, la malicia del entrevistador, los nervios del momento, la excepción que rompe la regla… pero no nos engañemos: es el pan de cada día.

 

¿Por qué debería preocuparse la muchachada de estos rancios señores cuando les bombardeamos continuamente con sueños de grandeza cimentada en el tamaño del músculo, por no decir del miembro, o la longitud del tacón, por no decir del escote? A la juventud de esta hedonista y posmoderna sociedad del espectáculo no le interesa la cultura si no va de la mano del placer más inmediato. A estos neotelemitas les basta con pasar, sin pena ni gloria, por un sistema educativo demasiado obcecado en enseñarles como para llegar, ni de lejos, a educarles. Mientras, sus pobres padres están completamente ofuscados en conseguir mantener el tipo y sacar a la familia adelante para que no se haga realidad el augurio de que su generación será la primera en vivir peor que sus antecesores. Nadie tiene tiempo para darse cuenta del peligro de la ignorancia y las secuelas de la ceguera que la superficialidad y el presentismo, vivir en el hoy sin pensar en el ayer y riéndose del mañana, están causando. Del carpe diem pasamos al todo vale. Y, por favor, no tratemos de echar la culpa a estos chicos excusándonos en su desmotivación política; ellos sólo se han acostumbrado a encontrar las lagunas del juego. Las quejas, a los arquitectos, que somos todos.

Ante tamaña realidad, algunos profesores parecen haber dado en el clavo: Las leyes de educación de este país han tenido un fundamento muy ideologizado, donde todo está pautado y racionalizado, dejando escasa libertad y autonomía al docente, teniéndolo todo bajo control. Con otras palabras, educación como sometimiento de las voluntades del mañana. Así de claro. Similar a lo que hacía Napoleón cuando en mitad de una refriega preguntaba la hora para saber “qué estaban en ese momento estudiando los niños en Francia”, tal y como nos recuerda el profesor Gonzalo Vázquez, catedrático emérito de la Universidad Complutense. Si a esta injerencia pedagógica sumamos el hecho de que la historia se estudia de manera secuencial, y que no suele quedar mucho tiempo para esos últimos temas, pues hay que preparar la dichosa PAEG, tenemos el caso resuelto.

En ese mismo artículo, que pueden encontrar compartido en mi página de Facebook, mis estimados compañeros evocan la importancia de aquellas “lecciones de cosas” del siglo XIX, donde los profesores utilizaban objetos diarios, inventos o la prensa escrita para debatir los temas de actualidad y fomentar no sólo la adquisición de conocimientos sino también la competencia crítica de los alumnos. Justo lo que en nuestras clases de Educación Social hacemos al comenzar, día tras día, con la ya conocida por los estudiantes “Noticia del día”, Suárez incluido, claro está. El problema de llevar la política a las clases, por tanto, no radica en comentar serenamente distintos puntos de vista, sino en que ésta llegue de manera sibilina en forma de viciada ley educativa, sancionadora de temas incómodos para ciertos sectores y que, por tanto, hay que ignorar en el mejor de los casos o tergiversar en el peor de ellos. Hoy, como en otros tiempos de desazón, deberíamos hacer nuestras las palabras de Ortega cuando afirmó: “El español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día […] El español necesita, pues, ser antes que nada político”. Si realmente lo necesita, la educación ha de ofrecerlo de manera adecuada o estaría faltando a sus funciones, como de hecho está ocurriendo.

Somos lo que fuimos, y nada seremos si olvidamos el sendero recorrido. La educación apolítica no es educación, sino adiestramiento para amansar la disidencia, y llevar a las aulas la política no es sinónimo de adoctrinamiento, pues también puede serlo de libertad de opinión y respeto al prójimo si, como debemos, lo hacemos sin limitar su pluralidad. Aquellos que se quejan de la relación que existe entre educación y política no entienden que están condenadas a convivir y tan sólo alzan la voz cuando lo que se dice está en contra de lo que una determinada disposición legal, con burdo disimulo burocrático, ya dejó claro en su momento. Así, los que callan no lo hacen por neutralidad, pues no existe la educación neutra, sino por estar del lado de la ley de turno, ¡qué lástima!, a veces se nos olvida que la libertad no tiene dueño.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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