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Burocracia a la boloñesa

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 20 de julio de 2014, 23:33h

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Cuanto más pienso en las ideas que defiende Sir Ken Robinson, más difícil encuentro soportar una parte de mi trabajo. Mientras el primero nos anima a encontrar nuestra pasión acuñando el concepto de “elemento”, el segundo se empeña, día tras día, en demostrarme lo absurda, inútil e incluso contraproducente que puede ser la parte burocrática de la educación superior. Algo que, estoy seguro, compartimos con el resto de niveles educativos.

En la universidad hay tres facetas básicas que todo profesor debe tener en cuenta para sobrevivir en ella: investigación, docencia y gestión, en ese orden. Quizá algún día escriba en este foro sobre la primera, ganas no me faltan, y sobre la segunda llevo escribiendo desde que empecé. Es el turno de la tercera.

Por gestión entendemos las sanas y necesarias tareas de planificación, supervisión y evaluación de las actividades académicas, a todos los niveles: desde el profesor, a pie de aula, hasta el propio Sr. Rector Magnífico. Sin embargo, sólo ciertos cargos –que no las tareas- son reconocidos a efectos de reducción de créditos e incremento de currículum. Algo que en la UCLM está a la orden del día con la tramitación del Plan de Ordenación Académica (POA) y el consiguiente tira y afloja que su debate conlleva, digno de la serie “Juego de Tronos”. Pero no es ahí donde quiero llegar.

 

El proceso de Bolonia intentó mejorar la calidad de la educación superior prestando atención a varios aspectos: armonización de titulaciones, aumento de la competitividad, mejora de la transparencia, uso de los créditos ECTS e intensificación de la movilidad de sus integrantes. Los “cinco sentidos” del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), que en su día los denominé. Todo parecía indicar que nada impediría que las universidades europeas coordinaran sus fuerzas para hacer frente, entre otras, a las todopoderosas instituciones estadounidenses. Fue entonces, ya iniciado el proceso y habiendo pasado el punto de no retorno, cuando la manida crisis plantó cara al proceso y convirtió el sueño en pesadilla.

Entre pitos y flautas, o más bien entre ECTS y competencias, hemos llegado a la instauración de un EEES que, tal y como defendí en su momento, principalmente se caracteriza por su carácter lampedusiano: cambiarlo todo (las formas) para que todo siga igual (el fondo). Todavía sonrío al recordar cómo mis antiguos estudiantes de Psicopedagogía definían los ECTS como “Estamos Cansados de Trabajos Semanales”. Las aulas se llenaron de nuevos términos (aprendizaje por competencias, basado en problemas, basado en proyectos, etc.), sin que por ello la rutina cambiara lo suficiente. Pero tampoco es ahí donde quiero llegar.

Fue precisamente la introducción de toda esta nueva jerga pedagógica, junto con el afán de tenerlo todo bajo control, la que nos ha llevado a una situación donde el papel cuenta más que la realidad. Y ahí sí, queridos amigos, es donde quiero llegar. Ante una transparencia terriblemente mal entendida, los profesores nos encontramos hoy en día encadenados a las premisas que en su día plasmamos en las lapidarias memorias Verifica: documento imprescindible en el que se planificaron los nuevos títulos. Déjenme ponerles un ejemplo.

Es ahora, acabado el curso 2013-14, cuando nos vemos apresurados a terminar las guías docentes de las asignaturas del curso siguiente. Si ya es difícil establecer el camino que seguiremos con personas a las que todavía no conocemos, estudiantes cuyas preferencias de estudio y trabajo también ignoramos, imagínense lo extremadamente complejo que resulta convencerse de que todos esos numeritos y letritas que rellenamos en un sinfín de papeles recogen en verdad la esencia de algo tan precioso y dinámico como el acto educativo. Así, el docente universitario se ve obligado a perder el tiempo cumplimentando documentos cuando sabe a ciencia cierta que, por muy atado que todo pueda parecer en negro sobre blanco, la realidad siempre supera a la ficción.

Competencias (básicas, genéricas, transversales y específicas) de los módulos de la titulación (con nombres tan complejos como largos), concretados en materias que a su vez están ramificadas en asignaturas (básicas, obligatorias, optativas) en las que hay que mencionar la metodología, actividades y criterios de evaluación con una precisión quirúrgica que para cualquier persona que entienda un mínimo sobre educación sólo puede significar una cosa: un chiste de mal gusto.

Estas semanas, cansado de realizar tareas burocráticas bajo la máscara de la gestión, entiendo mejor que nunca las palabras de Rousseau cuando en 1750 dejó escrito: “Nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”. Queremos ser tan perfectos plasmando hasta el más mínimo detalle que es imposible responder a las demandas reales de los estudiantes a los que pretendemos ayudar. Estamos tan obcecados con iluminar nuestra docencia que cegamos el aprendizaje sin darnos cuenta. A superbia initium sumpsit omnis perditio. Una verdadera lástima.

Y si esto ocurre con los profesores que las hemos creado, ¿qué pensarán nuestros estudiantes? Lo de siempre: más obstáculos absurdos que hay que superar para obtener un título con tan poco significado como la justificación de tanta parafernalia: inútil en el mejor de los casos, contraproducente en el peor. ¿Quién leerá la guía docente?, ¿acaso la entenderá? Para terminar, lo más gracioso es comprobar cómo en los periódicos se debate la vuelta a los grados de tres cursos cuando se ignora la cuestión principal: recordar que el aprendizaje está por encima de la enseñanza. De seguir por este camino, y por muy lejos que lleguemos, nunca encontraremos bellos parajes.

 

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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