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Más allá del límite del mal

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 29 de septiembre de 2014, 07:07h

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Supuesto o presunto, el pederasta de Ciudad Lineal ya ha dado con sus huesos en la cárcel. No hay fianza para Antonio Ángel Ortiz Martínez, a quien la policía le atribuye cinco agresiones sexuales y tres intentos frustrados. Los padres y madres pueden dormir un poco más tranquilos y la prensa ha dado con un bombazo mediático tan poderoso que poco tardamos en olvidar la dimisión de todo un Ministro.

La noticia me llegó bien fresca, o caliente según se mire, a través de esa gran amiga matutina que es la radio. Alegrándome por lo que a todas luces parecía un éxito policial de manual, escuché atentamente a los expertos que corrían a dar su opinión sobre el susodicho. De entre ellos me llamó poderosamente la opinión del que tuvo a bien diferenciar entre pederastas “buenos” y pederastas “malos”, anticipándose a las críticas al remarcar las comillas que mantengo en este escrito. Este experto centró su discurso en el hecho de que existen pederastas que habiendo perpetrado sus perversiones sienten remordimientos mientras que, por otro lado, también encontramos a los que no sólo se vanaglorian de sus pérfidas acciones sino que las aderezan con otros actos delictivos: robos, secuestros, estafas varias, asesinatos, etc.

 

Encontrar las palabras “pederasta” y “bueno” en la misma frase y dirigidas al mismo sujeto causan, como mínimo, desconcierto y suspicacia. El delito es tan grave y tan claramente rechazado por nuestra sociedad que difícilmente podemos creer que haya algo peor o que de manera alguna exista un ápice de bondad bajo toda esa maraña de malas intenciones. Pero aceptando este criterio de gradación, que probablemente debiera redefinirse exclusivamente dentro del propio ámbito de la maldad, cuando comprenderíamos las palabras de Javier Urra al animar a los pederastas reincidentes o violadores en serie a replantearse su existencia: “Mírate al espejo y plantéate tu futuro y, sobre todo, plantéate si te merece la pena seguir viviendo”.

Llegados a este punto también entenderíamos el último acto de valentía o cobardía, y quién sabe si de benevolencia con la humanidad o diabólica bravuconería terminal, llevado a cabo por el preso Frank Van Den Bleeken, condenado a perpetua por varias violaciones y asesinato. Cansado del destino que él mismo se había forjado, desesperado o desafiante e identificándose a sí mismo como un peligro para la sociedad, pidió la eutanasia. No sin titubeos, la justicia belga ha aceptado finalmente su propuesta y tras conocerse el fallo, o el acierto, más de una decena de presos han seguido sus pasos. Todos, de momento, siguen vivos.

En el fondo, como ya he apuntado, todo radica en aceptar que existen delitos de mayor o menor importancia pero que, al fin y al cabo, el crimen no deja de formar parte del espectro más tenebroso del ser humano y así hemos de condenarlo. A mi mente acude un polémico tweet de Richard Dawkins que decía: “La violación en una cita está mal. La violación por un extraño es peor. Si usted piensa que esto es una aprobación de la violación en una cita, váyase a aprender cómo pensar”. Podremos coincidir o no con él en si ser violado en una cita es peor que ser violado por un extraño, pues en el fondo no es una locura creer que sería mucho peor saberse traicionado por alguien en quien se confía, pero nadie debería dejar pasar el hecho de que ser violado, en cualquier circunstancia y por cualquier persona, es un hecho reprochable. Quizá el error de Dawkins fue asociar la violación con la maldad sin más superlativos ni reproches que pusieran sobre la mesa toda la desaprobación que compartimos por estos aborrecibles delitos, pero ahí estaba el quid de la cuestión y la invitación al debate.

Al hablar de este tipo de sujetos irremediablemente los desterramos más allá del límite de la mera maldad, donde no hay lugar para la luz y de donde nunca deberían volver sin las garantías suficientes como para reinsertarse sin peligro. Abraxas, en estos casos, sólo tiene una cara, y es oscura, casi atezada. Como todo educador, creo que las personas pueden y deben cambiar, pero también sería un necio y un hipócrita si defendiera a ultranza que el cambio siempre es posible o que en ciertos casos, y como excepciones que confirman la regla, llega a ser suficiente. Con noticias como ésta es inevitable (re)plantearse no sólo las fronteras de la bondad humana sino también los límites de la (re)educación.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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