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¿Por quién doblan las campanas?

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 12 de octubre de 2014, 23:51h

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Imposible escribir esta quincena sobre otra cosa que no esté relacionada con el miedo y la esperanza. Difícil, muy difícil, añadir algo nuevo a los caudalosos ríos de tinta que la crisis sanitaria está dejando tras de sí. Perdóneme por tanto, estimado lector, si caigo en la redundancia. Al menos prometo no descender a la mezquindad con la que se han cubierto algunos gerifaltes. Y es que el refranero quizá es ciertamente sabio al recordarnos que el ladrón suele pensar que todos son de su condición, pero no me hagan demasiado caso, que esto lo pongo yo de mi cosecha y ni siquiera vengo desayunado.

Desde mi humilde punto de vista, está bien claro: los misioneros debían ser repatriados, es imposible creer que estuviera todo bajo control, el perro tenía que ser sacrificado y, por último pero no por ello menos importante, la auxiliar Romero no es culpable. Un zigzag de síes y noes que por fuerza ha de ser concretado.

 

Los misioneros debían volver a su país por un simple motivo: se lo merecían. Poco valdría el ser humano si no se volcara en ayudar a quienes poniendo en riesgo la propia vida, y a cambio de nada, ofrecen su esfuerzo diario por salvar a personas desconocidas. Los fallecidos, al igual que los médicos y demás voluntarios que todavía están en los países que verdaderamente lo necesitan, deberían ser distinguidos como patrimonio de la humanidad. Si dentro de nosotros existe un ápice de empatía sabemos sin lugar a dudas que la ética no nos deja otra opción. El hecho de que fueran personas que profesaban una religión específica me es completamente indiferente, como también ignoro las más que supuestas maniobras electorales que pudieran haber motivado la repatriación.

Paralelamente, es imposible creer que todo estuviera bajo control por otro parsimonioso razonamiento: el virus es extremadamente letal, ciertamente contagioso y no disponemos ni de vacuna ni de cura alguna lo suficientemente fiable como para pensar que el riesgo de contagio era prácticamente inexistente. Para no variar, los mediocres mandamases que se encargaron del asunto no sólo nos mintieron sino que, siendo conscientes del peligro y a tenor de las numerosas evidencias, relajaron los protocolos hasta el punto de dejar a España como el culo de Europa, dando la razón a todos los que piensan que África empieza en nuestro país. Y no lo digo por el contagio, que era una de las opciones posibles y hasta en Estados Unidos puede pasar, sino por cómo se ha gestionado todo desde el principio. Ya que no existe otra opción que repatriarlos quizá deberían haber puesto un poco más de cuidado en ofrecer todos los recursos necesarios, una decente formación para usarlos apropiadamente y una imprescindible supervisión de todos y cada uno de los pasos a seguir. ¿Tanto hubiera costado reconocer nuestras limitaciones y poner a todos los implicados en una cuarentena preventiva tras las atenciones dedicadas a esas dos almas ya perdidas?

En tercer lugar, el perro de la enferma Teresa Romero tenía que ser sacrificado. Y digo tenía, y no debía, porque pese a que estoy totalmente en contra del fatal desenlace no puedo confiar en que desde el gobierno hubieran sabido delegar los cuidados del animal en las personas adecuadas, que sin duda las hay sin tener que cruzar frontera alguna, y si por algún azar del destino su miopía no les hubiera impedido encontrarlas, tampoco confío en que les hubieran proporcionado los medios necesarios. Lamento mucho la muerte de Excálibur, pero hubiera lamentado mucho más el potencial contagio de otra persona. Una vez más, pagan justos por pecadores. Quizá por ello el refranero no sea en esta ocasión tan sabio al sugerirnos que la rabia desaparecerá con la muerte del perro, pues con su sacrificio todo se ha tornado en ira y vergüenza por las actuaciones llevadas a cabo. ¿En qué otro país “civilizado” se hubiera tomado esta misma decisión? Una vez más “Marca España y Olé”, sin caer en el juego fácil de trivializar finiquitando con un “Olébola”.

Para terminar, de ninguna manera creo que la auxiliar enferma sea la culpable de todos estos despropósitos, pues hizo lo que se le dijo que hiciera tras presentarse voluntaria, no lo olvidemos. A la vergüenza y a la indignación que rezuman los anteriores párrafos he de sumar el asco que me produce observar cómo desde arriba intentan que la carga de la cadena de errores les resbale. La única explicación que encuentro a la apatía generalizada que se aprecia desde todas las esferas en cuanto a depuración de responsabilidades se refiere, responde a la necesidad de creer que todo quedará en el contagio de Teresa y, a ser posible, en ninguna muerte más. Nadie pide todavía enérgicamente que Ana Mato y sus secuaces sean políticamente decapitados porque, estupefactos e incrédulos, seguimos conteniendo la respiración para que el suceso no vaya a más. Pero tenga claro, señora, que su destino político está tan sellado como en su día estuvo el del pobre perro.

Mientras tanto no nos queda más remedio que esperar y reflexionar, ahora que le estamos viendo las orejas y los colmillos al lobo, sobre qué está pasando en esos países olvidados de la mano de la ciencia, así como sobre el papel que debimos haber jugado, estamos jugando y deberemos jugar. Si tras hacerlo no nos damos cuenta de que hay que atajar esta epidemia en los países donde se originó, principalmente por las personas que allí están sufriendo, pero también por nosotros, nada habremos aprendido:

La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. (John Donne, 1624).

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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