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El ocaso de los mierdas

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 27 de octubre de 2014, 01:29h

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Aunque la realidad nos anime a pensar que corrupción y crisis van de la mano por la gran cantidad de pufos que nos encontramos a diario en los distintos y diversos noticiarios, lo cierto es que tan sólo estamos recogiendo las tempestades sembradas en tiempos de bonanza. A pocos importó que el vecino metiera la mano en el saco cuando sabían que tendrían su parte del pastel, pero la cosa se tuerce cuando las vacas han perdido su lustre.

Nos dijeron que vivimos por encima de nuestras posibilidades con la misma desfachatez con la que se ha querido parchear el sistema que creó esas posibilidades. Señuelos de sueños cimentados conscientemente sobre criterios de desigualdad que serían imposible de sostener bajo una democracia fáctica en la que nadie se creyera con el derecho de vivir por encima de la ley y, lo que es peor, de la ética.

 

Permítanme por tanto retirar mi aprecio a todos aquellos timadores, vendedores de humo, farsantes, embaucadores, mentirosos, defraudadores, malversadores, fuleros y demás hienas de lo público que habiendo estado en posición de mejorar la sociedad sólo han sabido llenar el bolsillo con la esperanza de encontrar algún resquicio legal al que aferrarse, de recuperar aquel gran favor otorgado o, en el peor de los casos, de pasar por prisión y expurgar sus pecados para disfrutar de lo bailado y, muy probablemente, de algún que otro chotis más. No me andaré por las ramas: son todos unos mierdas.

Pero no crean que me rebajo a la vulgaridad, pues únicamente tiendo al vulgo haciendo uso del trato coloquial que el propio diccionario ofrece a este término en su vigésima tercera edición: “Mierda: Persona despreciable”. Y me resigno a usar esta palabra porque, tal y como ayer mismo me comentaba un versado amigo, ante tanto desmán ya casi no nos quedan palabras. El repertorio de nuestro idioma es rico, pero la avaricia humana tampoco se queda corta. No se escandalice demasiado por mi vocabulario, estimado lector; hurgar en las esquinas del diccionario es tan sólo un paso más dentro de la indignación léxica pero, ¿qué ocurrirá cuando en verdad no nos queden más palabras?, ¿llegará el momento de los hechos?, ¿no será entonces, quizá, demasiado tarde?

Por otro lado, no creo que esos fulanos vayan a pagar sus deudas, al menos no como deberían, y ni siquiera aunque así fuera deberíamos contentarnos. No se trata tanto de hacer justicia con el pasado como de ser coherentes con el futuro. Si somos tan ingenuos de pensar que con el restablecimiento del sistema y el resurgir de la economía todo será de nuevo coser y cantar es porque no nos hemos preocupado nunca de observar la evolución de la tasa de pobreza. Durante la crisis, por supuesto, pero también antes, en tiempos de bonanza. Cuando lo importante no es el PIB sino la distribución de la riqueza, las palabras de Almeida Garrett, usadas por Saramago y ahora robadas por mí, han de servirnos de brújula:

Y yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas, si ya han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico.

Lo triste y lamentable es que el ser humano, en más ocasiones de las que nos gustaría, olvida con tanta facilidad como es suplantado por las generaciones venideras. Así, en el fondo, el ocaso de hoy es una nimiedad, poco más que una fruslería si lo comparamos con los que ya acontecieron. Al menos intentemos que la justicia y la ética, bellas en su hermanamiento, consigan desde el presente que el amanecer al que aspiramos sea algo más cálido y amable para todos. Un lugar donde la distancia entre las palabras y los hechos no se midan por condenas de pobreza ni por unidades de riqueza, sino por lazos de humanidad y evidencias de equidad.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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