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Un maravilloso y nuevo fútbol

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 08 de diciembre de 2014, 14:35h

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“El fútbol es así”, “no hay rival pequeño”, “el balón no ha querido entrar”, “lo importante es el equipo” y un sinfín de mantras que dejan en mantillas la eficacia de los procesos hipnopédicos, o enseñanza durante el sueño, que Huxley acuñó en su obra Un mundo feliz. Permítanme que, sin frivolizar la muerte de Francisco Javier Romero, explote las similitudes y moralejas que este nuevo mundo nos ofrece para entender el fenómeno de la violencia en el fútbol, eso sí, desde una perspectiva ciertamente particular.

El fútbol, tan vulgar en su mediático glamour, es un deporte de masas que nos bokanovskifica socialmente hasta disolver cualquier gramo de individualidad que nos ayude a ser conscientes de lo paleto que alguien puede llegar a ser al subir a una de esas candentes gradas de las que ahora todos reniegan, al menos por un tiempo.

 

Allí, entre bélicas bengalas y cánticos que reflejan lo peor del ser humano, el sujeto se desvanece para integrarse en una masa abyecta cuyo único objetivo es purgar los demonios que durante la semana han ido congregándose por, quizá, haber aceptado vidas sin sentido, vacías, mecánicas y rutinarias hasta decir basta, o puede que por haber sido tan marginados que necesitan encontrar cobijo entre emblemas que infunden el miedo suficiente como para que nadie vuelva a fijarse, con aires de mofa, en la cara de nadie.

De cualquier manera, el poder hace la fuerza y a través de la comunidad, identificándose con el diablo si hace falta, es posible encontrar la estabilidad que la sociedad nunca les proporcionó. Cuando la ideología se vierte sobre los jóvenes cachorros “como gotas de lacre fundido, gotas que se adhieren, que se incrustan, que se incorporan a aquello encima de lo cual caen, hasta que, finalmente, la roca se convierte en un solo bloque escarlata” no importa si se levanta el puño o el brazo pues el resultado siempre resta en humanidad.

La idea de que el fútbol es el deporte Rey es una gran patraña. Hace tiempo que esta faceta es la que menos importa, siendo un vestigio del gran circo en el que se ha convertido. Decir que es una forma de vida es quedarse corto pues para algunos es una verdadera religión. Así, donde antes encontrábamos a Cristo y el Mesías ahora unos sitúan a Cristiano, Messi y compañía. ¡Si su Fordidad levantara la cabeza!

Y, por favor, no intenten hacerme creer que esta imagen que estoy describiendo es marginal y que sólo afecta a unos cuantos perturbados con escasa relevancia. Les aceptaría la primera sentencia pero la segunda no llegaría ni a baladronada. Son minoría, cierto, pero la importancia que directivos y jugadores les han prestado en el pasado, con fotos y detallitos, hace que a la hora de la verdad estos sujetos se sientan como los verdaderos machos Alfa-más del partido.

Lamentablemente, el jugador número doce que trazo vive el fútbol con demasiado fervor, dándole la razón al visionario Aldous cuando señaló los peligros que las hondas pasiones, mal encauzadas, pueden desencadenar. Por supuesto que hay aficionados que viven el deporte plenamente, pero al hablar de fútbol, y aferrándome a Otelo, hay demasiados cabrones y monos: los primeros buscando pelea continuamente por pura diversión, los segundos, quizá sin darse cuenta, dejando que sus niveles de humanidad toquen fondo al corear máximas racistas, insultar gratuitamente, lanzar objetos al campo, etc. Bonito ejemplo para los niños que allí se encuentran, sean o no sus propios hijos.

Todo por dos motivos. Por un lado el fútbol es un intocable deporte de masas que congrega a millones de fieles y, por estadística, hay gente de todo tipo. Por otro lado todo vale, todo se permite, pues el fútbol todo lo puede: es una actividad tan endiosada y sobrevalorada que nada ni nadie puede oponerse al desarrollo de la liga, de las copas, recopas y recontracopas.

A falta de soma, esa droga perfecta que en el mundo de Huxley tiene todas las ventajas de la religión y de las adicciones pero ninguno de sus inconvenientes, tiramos de balompié. Un partido a la semana nos hace la existencia más llevadera, dos partidos nos invitan a pensar que somos felices y, entre otras posibles apuestas, cada cuatro años tenemos la suerte de contar con esa orgía-porfía a la que llamamos Mundial. ¿Para qué querríamos un sucedáneo de Pasión Violenta si se puede experimentar de una forma que socialmente está, de facto, casi aceptada? Eso sí, siempre que la suerte no les juegue una mala pasada y los moratones y heridas, que desaparecen y cicatrizan, no vayan a más. Valiente sociedad hipócrita que banaliza las palizas y se rasga las vestiduras cuando alguien muere por ellas. A ver si al final va a ser cierto, como auguraba la novela, que una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables, y que la violencia, en dosis controladas, puede ser placentera, beneficiosa e incluso deseable. ¿Acaso el dolor es un horror que fascina, y no sólo en cabeza ajena? Me niego a aceptar tan sombríos razonamientos, pero de vez en cuando la realidad se empeña en llevarme la contraria.

Cada vez que un suceso de este tipo llena las portadas de los periódicos, y no hablo sólo de los deportivos, no puedo sino mirar a esas estrepitosas y abarrotadas gradas minoritarias para, cabizbajo, pensar: ¡Cuántas criaturas bellas! Oh, mundo feliz.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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