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Una Navidad de anuncio

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 22 de diciembre de 2014, 01:18h

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Una monstruosa cadena de muebles apela a nuestra sensibilidad utilizando un juego de cartas como excusa, la traicionera lotería nos mete miedo por no comprar aquel cupón a ritmo de lágrima y los del fiambre siguen compaginando pizzicato de humor con guitarreo de fibra sensible para recordarnos ese ápice de humanidad que todavía nos queda, que todavía nos ata a la tierra, a ese humus que nos hace capaces de lo peor, pero también de lo mejor.

La Navidad será muchas cosas, pero no podemos negar que es el mejor momento para recordar que dentro de nuestro pecho late un órgano dolorido, cruzado de cicatrices, casi renqueante y apático en su aislamiento, desterrado de la realidad pero también siempre deseoso de equilibrar la balanza hacia la sonrisa gratuita, hacia al guiño de complicidad, hacia la caricia solidaria, hacia ese abrazo que quedó cautivo del qué dirán y, en definitiva, hacia el mañana que tanto tarda en llegar pero que, lejos de apagarse, cada día brilla con más fuerza. Y los publicistas, enternecido o empalagado lector, lo saben mejor que nadie.

 

Ellos aman la Navidad más que la propia Iglesia, pues saben que será entonces cuando el furor consumista encuentre su mejor justificación en el amor fraternal que nos hace regalar y ser regalados a discreción. Patente de corso para el amor y la amistad siempre que la cartera tenga fondos, y no solamente refiriéndonos a las empresas. Las organizaciones sin ánimo de lucro no se quedan al margen de esta solidaridad compulsiva transitoria y ven cómo las donaciones recibidas aumentan sensiblemente, casi tanto como los anuncios que las publicitan.

Lo cierto es que no quiero culpar a estas organizaciones solidarias por aprovecharse de la coyuntura -aunque tampoco vendría mal darles un toque de atención al más puro estilo del documental El negocio de la caridad- y tampoco tengo ganas de estrellarme contra aquellas empresas que pueden defender estos anuncios como parte de la responsabilidad social y el compromiso que demuestran con respecto a sus clientes. Pero sí quiero apelar al corazón del ciudadano de a pie para que mantenga viva la llama que arde estos días en su pecho durante algo más de lo que acostumbramos. Malos tiempos vivimos si alguien puede competir por ser el más solidario en Navidad y pasarse el resto de meses del año barriendo para casa sin prestar atención a sus semejantes.

Afirma el polémico Zizek que el simple hecho de ir a tomarse un café a Starbucks es el máximo grado de capitalismo que podemos encontrar. El motivo es tan simple como preocupante: aceptamos una más que ligera subida en el precio del café para apaciguar nuestra conciencia sabiendo que una parte del mismo, menos de lo que sería oportuno, va dirigida a cambiar el mundo a través de donaciones o con el concepto de comercio justo como argumento. Así, el consumista de turno puede seguir viviendo sin cargos de conciencia dentro de la sociedad que ha provocado en gran medida los errores que ahora dice querer arreglar. Dicho de otra forma, con una mano acaricia sardónicamente lo que con el puño de la otra destruye sin piedad, y nunca de forma ambidiestra.

El café, como el propio espíritu navideño malentendido, sabe mucho mejor bajo estos sofismas. Ya sólo nos falta poder sentarnos en uno de esos cómodos y desiguales sillones de cualquier Starbucks para soñar con una estantería de jeroglífico nombre y algo de chorizo con banderita mientras besamos el décimo que inútilmente creemos que nos sacará de esa mísera pobreza que para otros es puro trato de Reyes, de los de verdad, de los que hace siglos que se quedaron sin magia.

 

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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