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Occidente debería leer a Santo Tomás

Occidente debería leer a Santo Tomás

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 06 de febrero de 2015, 13:02h

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Enero empezó y terminó de modo sangriento, entre los asesinatos terroristas en la revista Charlie Hebdo y en un supermercado kosher de la capital francesa y la decapitación televisada de otro periodista a manos del Estado Islámico,… ahora japonés. Mientras tanto, Occidente, exhalando autocomplacencia, se congratulaba por haber respondido a la barbarie con una multitudinaria y pacífica manifestación de repulsa en París. Entre la ingenuidad y la ignorancia, los allí congregados, empuñando lapiceros contra los fusiles del fanatismo, clamaron en favor de la libertad de expresión. Con pies de plomo, procurando no invadir el sacrosanto espacio de los derechos individuales –tenidos por naturales en lugar de positivos–, las flemáticas autoridades europeas han ido presentando una serie de medidas relativas a la seguridad y la defensa. En España ha sido necesario casi un mes para elaborar un pacto antiterrorista que, además, ni siquiera cuenta con la adhesión de todos los grupos políticos.

 

 

De fondo, el alarmante raquitismo intelectual y moral que Occidente disimula tras el engañoso velo del multiculturalismo; ese relativismo pernicioso que al amparo de una supuesta igualdad entre culturas y religiones desdeña y desdora nuestra herencia hasta negar su superioridad objetiva. Y es precisamente ese menosprecio de lo propio, esa gratuita equiparación de cualquier contenido cultural, lo que hará finalmente que la libertad de expresión no valga más que vestir el burka. El raquítico Occidente acabará por diluirse si no es capaz de comprender que se halla ante un peligroso fenómeno expansivo, cuya raíz sólo se puede comprender atendiendo a los fundamentos teológicos del Islam. Dice el Corán: «…si te combaten, mátalos: ésa es la recompensa de los infieles» (Sura 2:190-192). Se compadece bien la Sura con el «simplismo» doctrinal al que me refería en mi anterior artículo. Lo recapitulo brevemente. El dios del Islam es la Verdad única y absoluta, contenida en cada hombre, en cuanto partícipe de ese entendimiento agente universal. Esto implica un desprecio manifiesto a lo corpóreo, a la materia, y en última instancia una puerta abierta a la yihad. Si el cuerpo carece de importancia, matar al prójimo o morir matando es en realidad intrascendente. Asimismo, Occidente debería tener en cuenta que la absoluta incompatibilidad entre ambas religiones –que tanto se empeña en negar– es el resultado de no admitir en el plano doctrinal la divinidad de Cristo, y por tanto el dogma católico de la Trinidad: Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como sostenía Averroes: «la escuela que afirma de Dios la corporeidad, opina, respecto de la que la niega, que ésta es atea; en cambio, la escuela que niega de Dios la corporeidad, opina, respecto de la que la afirma, que ésta es politeísta» (Teología, capítulo IV, §. II, II).

Ajustándose al modelo racionalista de la filosofía griega –con la razón como instrumento para examinar los dogmas revelados por Dios– la teología católica logró transformar un buen número de ideas en otras que podemos considerar precursoras de la Modernidad. Así, frente al autismo o el simplismo del Dios de Mahoma, el Dios trino del cristianismo se correspondería mejor con la estructura de las formas de racionalidad más poderosas históricamente desarrolladas, de lo que cabría colegir su preeminencia intelectual respecto del Islam. Y haría muy mal Occidente soslayando esta cuestión, rehuyendo la necesidad de preservar dicha preeminencia.

 

Hay otro aspecto importante que tampoco convendría olvidar: la distinción entre el poder en el orden temporal y el poder en el orden espiritual, es decir, entre el Estado y la Iglesia; «Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mateo, 22:21). Fue Santo Tomás de Aquino –cuya onomástica se celebró justamente el pasado día 28– quien elaboraría el sistema filosófico más potente y acabado de la Edad Media. En su Summa Theologica, adaptando el aristotelismo al cristianismo, precisó las relaciones entre la razón natural y la Revelación (sobrenatural), aceptando la imposibilidad de imponer ésta última por la fuerza. En conjunto, su obra es un excepcional ejercicio de racionalización de la fe en Dios. En referencia al gobierno de los hombres en el orden temporal, Santo Tomás sostiene que reside en la naturaleza misma del hombre el ser gregario, el vivir en sociedad; y como quiera que ésta no puede perdurar sin cumplir sus fines, la existencia de un gobierno que la dirija racionalmente para impedir su disgregación es tan de natural como la sociedad misma. La política, por consiguiente, será una actividad racional distinta de la fe religiosa. Se nos dice: «La ley es la prescripción de la razón, ordenada al bien común, dada por aquel que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad». Es la razón, y no la fe, la que prescribe las leyes; he aquí el radical antagonismo con la religión de Mahoma. En la Historia de nuestra tradición, la Iglesia católica asumiría la función homogeneizadora que había correspondido al Imperio Romano durante el último periodo de la Antigüedad. El Papa pasó a desempeñar el papel que había tenido hasta entonces el emperador romano (Pontifex maximus), de lo que brotaría esa diferenciación –no pocas veces muy conflictiva– entre la Iglesia, en tanto que aglutinadora social en el orden espiritual, y los diversos Estados occidentales. En la religión islámica, por contra, una vez convertido su caudillo político (el Califa) en líder religioso, esta diferenciación se hace imposible, puesto que se aunará en una misma persona la organización de la sociedad política y la interpretación del libro sagrado, así como el cometido de expandir la fe islámica mediante la guerra santa o yihad. Hay aquí una identificación absoluta entre fe y Estado. Y no cabe tampoco descuidar esta otra arista de la incompatibilidad entre las dos religiones.

 

Nuestras sociedades se muestran aún incapaces de organizarse conforme a un racionalismo filosófico desligado completamente de la religión, de modo que si queremos que estas sociedades subsistan será ineludible juzgar las distintas confesiones religiosas que las condicionan según su distinto grado de racionalismo Y expresarlo alto y claro, alejando cualquier concesión a ese estúpido igualitarismo religioso y cultural que todo lo envuelve y oscurece. Acaso no debiera ignorar Occidente, como remedio a su raquitismo intelectual, que «en este mundo no hay seguridad perfecta, porque cuanto más alguien posee y más sobresale, tanto más está sujeto al temor y más necesidades experimenta» (Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum, 155).

 

Francisco Javier Fernández Curtiella.

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