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Estudiantes Z

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 02 de marzo de 2015, 00:45h

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Existen tres clases de profesores. De entre las tres, y sin concretar más, los menos deseables son aquellos que consideran su trabajo como un proceso de selección en el que hay que separar el grano de la paja: los estudiantes que son buenos de los alumnos que son malos, remarcando el verbo ser como un rasgo, arraigado, difícil de cambiar. Es el peligro que tiene creer ciegamente en las etiquetas.

Sin embargo, existen ocasiones en las que es necesario diseccionar artificialmente la realidad para poder comprenderla mejor, como precisamente hago al distinguir entre tres clases de profesores. Un ejercicio puntual y arriesgado, pero también beneficioso si sabemos contrarrestar sus amenazas. Vaya por delante esta reflexión para evitar malentendidos pues, aunque tengo por costumbre evitar encasillar a los estudiantes, creo conveniente hablar de un nuevo espécimen que es cada vez más común en nuestras clases: el estudiante Z.

 

A algunos de los que cursaron la EGB quizá les sorprenda, e incluso hiera, pero lo cierto es que una práctica común, cuando no un secreto a voces, consistía en colocar a los mejores alumnos en las líneas de los cursos “A”, a los que no lo eran tanto en el “B”, en el “C” a los que eran considerados conflictivos y así sucesivamente si era oportuno. Siempre con las suficientes excepciones como para no dar la voz de alarma o con otros criterios que no vienen al caso. Bajo esta lógica, estaría claro a qué me referiría al adjetivarlos con una “Z”, pero no van por ahí los tiros. Como profesor, tengo claro que lo importante no es pensar en si los estudiantes son, sino en lo que hacen. De ahí que la letra elegida derive de un comportamiento que, año tras año, parece que se incrementa. Perdónenme y entiendan el tono humorístico que añado al sacar la etiqueta “Z”, de “Zombi”, pues la educación es algo tan en serio que no podría entenderse sin una gota de humor.

Los estudiantes Z son aquellos que hallándose presentes están como ausentes, miran sin ver, escuchan sin oír y copian sin entender cuando acaso hacen algo distinto a juguetear con el móvil bajo la mesa. Se creen ajenos a un mundo, el universitario, lleno de emociones y retos que nada les dicen. Como el que oye llover, asisten a las clases por inercia, quizá para ser vistos, sin apreciar el valor del tiempo que pierden al comportarse como girasoles mientras el profesor se mueve por la clase.

Imperturbables, dirigen siempre sus acciones hacia un único objetivo: devorar aprobados para alimentarse -sin paladear- y perpetuar así su gris existencia por las aulas. La nota no importa. Solamente hay una delgada línea roja entre el bien y el mal, y cuantitativamente está bien definida. La ley del mínimo esfuerzo les garantiza una mayor longevidad.

Sus cuerpos caminan por los pasillos, pero sus almas vagan por los rincones y sus gemidos quedan reflejados en cada prueba que realizan o examen al que acuden. En este sentido, sus músculos no se moverán ni un ápice si no ven la más mínima posibilidad de conseguir avanzar hacia su objetivo, el aprobado, y nada harán si no tiene su reflejo en la evaluación. Para ellos el profesor sólo es el que está frente a ellos, es decir, enfrentado. Con otras palabras, el enemigo.

Pero lo peor es que estos extraviados caminantes, como la metáfora de la que derivan, son extremadamente contagiosos. La vida fácil del universitario que pasa sin pena ni gloria mientras disfruta de su libertad tras las clases es un caramelo dulce, muy dulce, demasiado dulce. No lo notan, pero es esa misma juventud que derrochan tras las clases la que se les está yendo de las manos sin darse cuenta. Culturalmente indiferentes, apáticos en su concepción del mundo, muertos en su idiosincrasia, sobreviven al no aceptar la vida por la que, para más inri, ellos o sus padres están pagando.

Por otro lado, nefasto docente sería si ante semejante panorama no mirara mi ombligo buscando alguna solución, e incluso causas. La falta de interés, así como la deriva vocacional que les lleva a titulaciones que no les apasionan, hace que estos estudiantes sean un verdadero reto para los que creemos que la motivación sigue a una buena enseñanza como el día sigue a la noche. Pese a todo, y ante la ineficacia de estacas y dientes de ajo contra los “Z”, no pierdo la esperanza de encontrar la siempre escurridiza cura contra su indolencia. Porque existe. Una sonrisa espontánea, un fruncir de ceño inesperado, una pregunta imprevista… son detalles que, cuando ocurren, refuerzan mi creencia de que nada está perdido. No son muertos vivientes, solamente están aletargados, y quizá con algo más de esfuerzo logre que alguno despierte. Si no lo intentara una y otra vez, hasta agotar mis fuerzas, yo sería el zombi.

 

José Luis González Geraldo.

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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