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A la luz de las luciérnagas

Por Redacción
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lunes 23 de noviembre de 2015, 00:05h

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La semana pasada tuvimos en nuestra ciudad la que quizá sea la mejor y más longeva reunión nacional de académicos relacionados con la Teoría de la Educación: el Seminario Interuniversitario de Teoría de la Educación (SITE). Un evento que, sin sorpresa, pues el impacto mediático nunca ha sido su objetivo, habrá pasado inadvertido incluso entre muchos de los que se dedican a la enseñanza. En esta quincena, si me lo permiten al no dejar estas líneas, versaré sobre él.

 

Este seminario, que lleva reuniéndose ininterrumpidamente cada año durante más de treinta, sirve de punto de encuentro para más de medio centenar de profesores e investigadores del ámbito universitario. En esta ocasión, bajo el título Educación, Desarrollo y Cohesión Social, tratamos de una manera amplia los entresijos del acto educativo para encontrarle sentido y utilidad a algo tan complejo, pero a la vez tan precioso, como es la educación.

Concretar todos y cada uno de los temas debatidos sería tan arduo como aburrido, al menos para este foro, en estas condiciones, así que tomaré uno de los puntos que considero que mejor reflejan la situación actual de nuestro sistema educativo: la progresiva visión reduccionista que viene detectándose cuando al querer conversar sobre educación terminamos inevitablemente hablando de aprendizaje.

Pues educar y aprender, pese a estar relacionados, ni son equivalentes ni están causalmente -que no casualmente- relacionados. El primero es un concepto general, concreción de las aspiraciones del ser humano, mientras que el segundo es un mero resultado que, en la mayoría de los casos, queda reducido a lo estrictamente observable, medible, cuantificable. Con otras palabras, al educar hablamos de potenciar todas las facetas del ser humano mientras que el aprendizaje, sobre todo aquel que parece que importa a efectos de rankings y demás zarandajas, se limita a poner un número sobre la vida de todo quisqui. En las leyes se nos hincha el pecho con buenos propósitos pero, a la hora de verdad, limitamos todo al ¿cuánto has sacado?

Créanme cuando les digo que tanto énfasis en medir y medir, para rendir y rendir, es una patochada que ignora la frágil belleza de nuestra especie. Con tantas ideas para demostrar lo mucho que se consigue en nuestras instituciones educativas (exámenes para alumnos, profesores y próximamente, ¡quién sabe!, para padres, conserjes e incluso conductores escolares) estamos poniendo luz, mucha luz, demasiada luz… tanta como para cegarnos de éxito.

Así, la excesiva luminosidad de la rendición de cuentas se convierte en una fulminante píldora para no soñar. Ni siquiera el contexto nos invita a hacerlo; la noche, con tanta luz a todas horas, queda erradicada. Una verdadera lástima, pues es de noche, a oscuras y en silencio, cuando mejor puede apreciarse el brillo de las luciérnagas. Lo que es fácilmente medible a la luz del aprendizaje no tiene por qué ser, ni de lejos, lo que más nos debiera importar a la hora de educar. Pero, queridos amigos, ¡es tan fácil caer en lo fácil!

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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