www.cuencanews.es

El Oscar me pertenece a mí, que salí de la nada

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
viernes 07 de marzo de 2014, 00:01h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

Confusión digna de un Oscar. Lupita Nyong’o es una actriz con doble nacionalidad: sus padres, de Kenia, vivían en México cuando ella nació, en 1983. Como buena cosmopolita, se ha movido entre ambos países y otros, en parte gracias a sus padres, académicos y políticos (si le creemos a Wikipedia).

La hermosa mujer de 31 años ahora se ha vuelto mundialmente famosa gracias a que acaba de ser galardonada con el Oscar a la mejor actriz de reparto, por su participación en la película «12 años esclavo», conocida en España como «12 años de esclavitud» («12 Years a Slave», EUA| Reino Unido, 2013), del cineasta británico Steve McQueen.

 

Como no hemos visto la película y son otros nuestros objetivos, distintos de la crítica cinematográfica en sentido estricto, no nos corresponde juzgarla simplemente como producto del llamado séptimo arte. Para ello el lector interesado puede recurrir a otros textos, como «Carnada de prestigio», del mexicano Leonardo García Tsao (La Jornada, 1 de marzo de 2014); o bien el texto del polémico Carlos Boyero, «Estrellas en la noche de esclavos» (El País, 3 de marzo de 2014). Ambas críticas, de título muy elocuente.

Sí hemos visto, en cambio, «Gravedad» («Gravity», EUA| Reino Unido, 2013), del mexicano Alfonso Cuarón. Para un comentario más amplio sobre las virtudes de la cinta que mencionamos, se puede recurrir a nuestra crítica «La tecnología salva ingenuidades», en el blog La sala y la penumbra (28 de octubre de 2013).

Después de este rodeo, necesario, desde luego, una referencia más, en este caso de nuevo de la citada Lupita Nyong’o quien, cuestionada por los medios acerca de cuánto de su premio era mérito de México, habría declarado: «todo me pertenece a mí» (ver «Mexicana y keniana pero el Oscar me pertenece», El Universal, 3 de marzo de 2014).

En las redes sociales, las felicitaciones a la determinación de la actriz por supuestamente emanciparse de cualquier resabio de nacionalismo no se han hecho esperar. Caso parecido es el de Cuarón, quien no mencionó su país de origen en su discurso de aceptación, aunque no faltaron las referencias a su familia y colaboradores, mexicanos o no.

Ya desde hace semanas, se cuestionaba en México la pertinencia de congratularse por el éxito de un cineasta como Cuarón, que ha hecho la mayor parte de su carrera en el extranjero, en Hollywood, donde ha accedido al gran público y por lo tanto al consumo masivo de su trabajo (ver, en este sentido, una excepción, el artículo «Por qué, como mexicanos, sí hay que celebrar Gravity», de Pelayo Gutiérrez Nakatani, publicado en Nexos, 13 de febrero de 2014). Sentirse orgulloso de Cuarón por su origen era un rasgo inequívoco de patrioterismo, se dijo en varios foros, como Facebook.

El arte en general y el cine en particular, ya se sabe, son universales y esa entelequia que es la patria no tiene nada qué ver en su emergencia en el ámbito de la cultura, que es de todos en tanto que humanos. Además, se llamó la atención acerca del fracaso del cine mexicano y la imposibilidad de una industria fallida, como la nuestra, para competir con Hollywood en la retención de talentos como Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y el mismo Cuarón.

Vale la pena, sin embargo, preguntarse si es posible que se construyan películas, con frecuencia de gran presupuesto, al margen de los estados nacionales. Sentirse o no orgulloso de un compatriota que triunfa en el extranjero es una cuestión que no tiene la complejidad que se le quiere atribuir. Es normal alegrarse de ello, de la misma forma que es común la envidia. O la indiferencia. O el psicologismo. La misma Lupita dijo sentirse orgullosa de sus raíces que remiten tanto a Kenia como a México.

Otra cosa, muy distinta, es pretender que un individuo (por más «ciudadano del mundo» que sea) pueda emanciparse así como así de su nacionalidad. Por muy artista que se pretenda. Que durante su periplo artístico por el orbe trate de viajar sin pasaporte, a ver cómo le va.

En efecto, el Oscar es de Lupita, no tiene que compartirlo con nadie, qué ocurrencia. Más bien parece que desde México se recurre, de forma desesperada, a la reivindicación de figuras exitosas cuyo éxito no obedece directamente al Estado que alguna vez las acogió. ¿Entonces quién puede reclamar el mérito de «Gravity» & «12 Years a Slave»?

Desde siempre, y la posmodernidad y el cosmopolitismo no parecen hacer mella en esa costumbre, las películas se clasifican según el país que las produce. Así se estila en los grandes festivales de cine. Son muchos los criterios que intervienen en la clasificación de una película y el origen de su capital no es el menos importante de ellos. Hasta en las coproducciones entre varios países, siempre hay uno dominante.

Así, tanto «Gravity» como «12 Years a Slave» son expresiones de la potencia de Hollywood para hacer que los intereses de actores y cineastas de muy diverso origen converjan en una película de innegable cariz nacional. ¿Acaso no es «Gravity» una muestra más del cine que replica la importancia de la carrera espacial? Un alegato que aparece justo cuando la Guerra fría, que nunca se fue, vuelve a ser percibida. ¿No es el tema del esclavismo, de especial relevancia para un país como Estados Unidos de América? El director de «12 Years a Slave» es un hijo de inmigrantes nacido en Londres, capital del imperio depredador por excelencia.

Lo anterior no quiere decir que una película norteamericana no pueda ser interpretada en otros países, donde bien puede ponerse en perspectiva de acuerdo con los problemas de México como nación. Pero eso no debe llevarnos a la pretensión de despojar determinados artefactos culturales de sus atributos. Si así fuera no tendría caso hacer películas.

La promoción millonaria de «Gravedad» y «12 años de esclavitud» no la lleva a cabo ningún individuo que haya emergido de la nada, sino los integrantes de poderosas compañías de origen nacional que establecen alianzas o enfrentamientos nada amables con sus semejantes. En España, los divos de la cultura y el cine no se cansan de reclamar medidas más enérgicas por parte del Estado, a quien le reclaman que no proteja el cine español de la piratería (como se hace en otros países, como Inglaterra). ¿Qué caso tiene abuchear al ministro Wert si la cultura es universal? En ese caso hay que abuchear al secretario de la ONU… O al Papa.

Sí, el Oscar es tuyo, Lupita, como también le pertenece a la todopoderosa industria norteamericana que te ha visto alzarte con un éxito que no es casual. El Oscar es un premio norteamericano que cobra su relieve cuando se le contrasta con otros, como la Palma de Cannes o el Oso de Berlín.

Me refiero a Lupita aunque ella no parece estar tan confundida, como se ve en el siguiente fragmento de la ya citada entrevista: «No se me escapa por un momento que tanta alegría en mi vida es gracias a tanto dolor en otra persona», dice en referencia a su personaje, partícipe de una película inspirada en las memorias de un esclavo real. Es decir, ella sabe que la validez de la cinta, en caso de que la tenga, no es independiente del contexto histórico que la ha hecho posible. El cine de autor no deja de ser también labor de equipo, aunque sea bajo las órdenes de un tirano cosmopolita, si es el caso.

En cambio, quien alcanzó cuotas de confusión dignas de un Oscar fue el también premiado Jared Leto, quien al obtener su estatuilla recordó en su discurso “a todos los soñadores de Ucrania y Venezuela”. ¿Se refería a Maduro y Putin?

 

Manuel Llanes

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios