Opinión

5 mayo 2012

Redacción | Miércoles 09 de mayo de 2012

El reactor de Tomari dejó de funcionar el día 5 de mayo de 2012, a las dos de la tarde hora de España, 23.00 horas en Japón.

Sabemos que vivimos un momento de cambio histórico, el inicio de una nueva era, y una forma de visualizarlo consiste en especular sobre los acontecimientos del tiempo presente que, en el tiempo futuro, los historiadores considerarán como señales características o momentos decisivos de este cambio de época.




El cinco de mayo de 2012 entró en parada el último reactor nuclear activo en Japón, un país que depende en gran medida de esta fuente energética y que, únicamente ante la magnitud del desastre nuclear de Fukushima, cuyo alcance se ha ocultado, ha podido tomar la repentina decisión de dejar fuera de servicio sus 54 reactores operativos.

Esto significa que la producción nuclear de energía va a llegar a su fin antes de lo esperado, razón por la cual se van a acelerar, que es otro signo de este tiempo nuevo en que se acortan los tiempos, los cambios en el mix energético a nivel mundial, que es como decir que el mapa de la energía, que es el mapa de la civilización humana tecnológica, va a cambiar radicalmente.

Los alemanes habían interrumpido su programa nuclear antes que los nipones, virando estratégica y repentinamente hacia las energías renovables. Fieles a su vocación industrial, han convertido esta necesidad en virtud, apostando por situar su industria a la vanguardia tecnológica en el sector de las energías limpias.

El cambio climático se había convertido en una inesperada y paradójica razón ecologista y verde para garantizar el futuro de la energía nuclear, a pesar de los riesgos, a pesar de los accidentes, a pesar de los residuos para la eternidad. Lo que ha ocurrido en Fukushima, y lo que es peor, el pavoroso desastre que estuvo a punto de acontecer, ha disuelto este espejismo. Siendo este otro signo del nuevo tiempo, uno tras otro caerán los conceptos asumidos, las verdades inmutables, los cánones comúnmente aceptados, las explicaciones del presente y el relato de un futuro que se escapa a nuestra comprensión o capacidad de anticipación.

En el futuro, energía nuclear será sinónimo de gestión de residuos, y en Cuenca parece ser que celebramos semejante destino, mientras otros planifican un futuro sin el riesgo nuclear. La consigna oficial consiste en poner en valor la inversión del ATC, y cito a la Consejera del ramo: “en aras de que el proyecto del ATC en Villar de Cañas vea la luz lo antes posible”, además de “lograr que no se pierda ni un solo céntimo de la inversión que va a realizar el Gobierno de España en Castilla-La Mancha”.

Bonito estaría que el Gobierno de España ahorrara o ahorrase en el presupuesto de construcción del ATC, poniendo en riesgo sus exigencias constructivas de seguridad. En cualquier caso, si este cementerio es una buena noticia en términos de prosperidad y empleo, podríamos especializarnos en Cuenca en guardar la basura nuclear de toda Europa, que no será poca, pues de lo bueno hay que desear sobranza, que de lo malo ya se nos dará sin pedir.

También dice la Consejera que el ATC es una buena noticia para toda la región. Esto es evidente, porque, al situar el almacén en Cuenca, toda la región, y muy especialmente Guadalajara,  se ha librado de semejante “regalo”.

Mientras esto escribo, el ATC de Villar de Cañas, y por ende toda la provincia de Cuenca, ha sido de nuevo noticia en medios nacionales, en esta ocasión por motivo de los movimientos especulativos en torno a parcelas rústicas, urbanas, urbanizables y por urbanizar.

 

 

Jesús Neira Guzmán