Las armas y las letras

Defensas republicanas del Antiguo régimen

Redacción | Viernes 06 de junio de 2014

Españoles fetichistas de «La República»: una república, mal que les pese, no es un concepto unívoco, como lo prueba el diverso listado de países que se ostentan como tal, desde la República Popular China hasta la República Mexicana. Saló, no se olvide, el último bastión del fascismo italiano, también fue una república, de 1943 hasta 1945.

Como ocurre con otras palabras, como «cultura», «razón» e «izquierda», se apela a la república pero nunca se definen con claridad sus parámetros, simplemente porque parece bastar con el prestigio del cual goza semejante régimen político.

En las horas posteriores al anuncio de la abdicación de Juan Carlos I, pudieron verse manifestaciones en ciudades españolas, como en la siempre problemática Barcelona, donde un grupo apoyó la III República con banderas de la segunda, al mismo tiempo que algún traidor a la patria ondeaba con alegría una estrellada. Entonces, ¿de qué tipo de república estamos hablando? El agua y el aceite se mezclan con singular despreocupación en semejantes delirios urbanos. Dicho lo anterior sin perjuicio de que, en su momento, Manuel Azaña, ya desde antes de convertirse en presidente, anunció su apoyo al separatismo:



 

«Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que nos es común y que no es menospreciable. Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizara la herida y pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos». (Eso y más acerca de la confusión republicana puede leerse en el artículo del filósofo español Pedro Insua, «¿Republicanizar? Pues republicanicemos», en la revista El Catoblepas.)

No deja de llamar la atención que la gente muestre su entusiasmo por el anuncio de la abdicación y haga público su desprecio por la monarquía, para después correr a ver el nuevo episodio de «Juego de tronos», porque no quieren perderse las aventuras de Khaleesi, reina de Meereen, reina de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, señora de los siete reinos, etc. Como en su momento lloraron por Robb Stark, proclamado rey del norte, a quien recuerdan con nostalgia. Mientras están a la expectativa de las aspiraciones de Stannis Baratheon, quien también desea el trono de hierro. Por monarcas no quedamos.

Es decir, la popularidad de esta serie de televisión, así como de películas como la saga de «La guerra de las galaxias», o bien el auge de los cuentos de hadas, hace pensar que la secularización que el pueblo proclama no es tal, porque mientras se escuchan loas a la república el pueblo reivindica los símbolos del Antiguo régimen.

En la «Ética Nicomáquea», Aristóteles dedica un pasaje a las formas de los regímenes políticos. Así, nos dice que hay tres formas de gobierno, que cuentan con sus tres respectivas desviaciones o corrupciones.

Primero tenemos la realeza, que degenera en tiranía; luego, la aristocracia, que cuando se corrompe se vuelve oligarquía; finalmente, hay una tercera forma «basada en la propiedad, que parece propio llamarla timocracia, pero que la mayoría suele llamar república»; ¿y cuál es la degeneración de esta última? Pues nada menos que la democracia, que sin embargo «es la menos mala de las desviaciones, porque se desvía poco de la república». Para Aristóteles la democracia es una desviación porque su gobierno es débil (como una casa donde no hay amo) «y cada uno tiene la posibilidad de hacer lo que le place».

El filósofo (hombre de su tiempo) es partidario de la monarquía como el mejor de los gobiernos, porque se basa en un rey virtuoso, es decir, en el realismo político, como por cierto se insiste en varios episodios de la citada «Juego de tronos». El buen rey mira por el interés de los gobernados, a diferencia del tirano, que solo busca el bienestar propio. «Porque no hay rey que no se baste a sí mismo y no sea superior a sus súbditos en todos los bienes, y tal hombre no necesita de nada; por tanto, no puede buscar su propio provecho, sino el de los gobernados, pues un rey que no fuera así lo sería sólo de nombre».

¿Qué habría dicho Aristóteles de una España gobernada por la peor de las tiranías?: la del fundamentalismo democrático, que tolera y aun reivindica las amenazas de disolución y es incapaz de ofrecer alternativas más allá del europeísmo. ¿Qué es el separatismo sino una vigorosa defensa de los fueros del Antiguo régimen? En España se defiende la anarquía de la casa sin amo, en la cual se contempla el derecho de los individuos a destruir la vivienda, si esa es su voluntad. Difícilmente invocar las bondades de una república fantasmagórica podrá paliar semejante desapego.

 

Manuel Llanes