Poco pan y mucho circo

Waldorf ad portas

Redacción | Domingo 18 de enero de 2015

Como muchos conquenses ya saben, pues vivimos en una pequeña ciudad donde las noticias vuelan a velocidades vertiginosas, el próximo día 22, a las 19:00 y con el Centro Joven como escenario, tendrá lugar una interesante reunión para dar a conocer la iniciativa de una serie de familias que sueñan con poner en marcha una escuela Waldorf. Como amante de la educación no puedo sino alegrarme por ellos y por Cuenca.

Ante tal afirmación he tenido comentarios de amigos que, conociendo mi profesión, se sorprenden al ver cómo apoyo el establecimiento de una pedagogía ciertamente criticada y controvertida. Apostaría a que más de un conquense, ante la llegada del legado de Steiner, ha quedado infoxicado tras su visita por el todopoderoso oráculo de Google. Hay que reconocer que enfrentarse de golpe con conceptos como la teosofía, el panteísmo o la antroposofía, sin ni siquiera haber calentado en banda, pueden dejar a más de uno con la mosca detrás de la oreja.



 

Entre la aceptación de los principios de la pedagogía Waldorf por parte de la UNESCO y la Asociación Internacional de Padres Afectados por Escuelas Waldorf, se abre ante nosotros un mundo de posibilidades que cualquier persona mínimamente interesada por la educación o por la crianza debería al menos considerar. De ahí que como profesional aplauda esta iniciativa y como padre no deje de recelar. Vayamos por partes.

Como profesor de teoría e historia de la educación poco tardé en quitar el polvo a una preciada y rancia enciclopedia pedagógica publicada en 1936, año de la infamia y del dolor. Internet está al alcance de todos y en ocasiones son estos libros, ya olvidados pero no por ello menos útiles si se saben contextualizar adecuadamente, los que marcan las diferencias. Entre sus páginas, al hablar del ocultismo que subyace a las ideas de Steiner, se escribió lo siguiente: “La antroposofía está en la más abierta contradicción con el Cristianismo. Por esto fué [sic.] condenada con toda justicia por el papa Benedicto XV el 17 de julio de 1919. Lo que los antropósofos admiran como una armonización de todas las religiones y de todos los mitos es un sincretismo absurdo y repugnante…”, entre otras lindezas que alargarían innecesariamente estos párrafos. Ya se sabe, de aquellos polvos, o barros, estos lodos.

No seré yo quien exponga aquí las bondades de la pedagogía Waldorf, pues para eso tenemos la reunión de finales de este mes, pero permítanme que rompa una lanza a favor de esta iniciativa y les anime a ser tan críticos con sus propias creencias como lo son con las que presenta la antroposofía o cualquier otra que no sea la nuestra. Entre los saltos de Fe de unas y otras confesiones, ¿qué nos hace pensar que la nuestra es la acertada?, ¿acaso hemos sido tan afortunados por nacer dónde y cuándo lo hicimos?, ¿tan barata se vende la salvación del alma que sólo depende de ciertas áreas geográficas y momentos históricos?, ¿acaso si hubiéramos venido al mundo en una remota isla del Pacífico nuestra alma estaría perdida para siempre? Pregúntenle a su Dios, y obtendrán tantas respuestas como preguntas.

Paralelamente, es triste observar cómo tras los sucesos de Charlie Hebdo Francia vuelve la vista hacia su sistema educativo y asciende en su jerarquía de valores conceptos como la moral, el civismo y el humanismo. Aspectos que la escuela Waldorf siempre ha tenido como instrumentos de felicidad, eso sí, pues negarlo sería ignorar la evidencia, bajo postulados con tintes esotéricos y místicos que puede que encajen o no con la visión de cada familia. De ahí que como padre tenga la obligación de preguntarme, ¿hasta qué punto coincide mi cosmovisión con la que me ofrece esta pedagogía?, ¿podría negarla con fundamento sin ni siquiera planteármelo? Habiendo dicho esto, la pedagogía libre, alternativa, blanca o como queramos llamar a todo esfuerzo pedagógico por hacer crecer al ser humano, está de enhorabuena. Siempre, eso sí, que con su puesta en práctica la educación no caiga en el adoctrinamiento, que para eso ya tenemos bastantes instituciones dentro del sector privado y concertado.

Que la escuela Waldorf fuera o no el lugar ideal para mi hijo, algo que no sabría con seguridad hasta que mirara a los ojos a la persona a su cargo, no querría decir que necesariamente tuviera que ser un mal lugar, sobre todo cuando ante las distintas facetas del ser humano tratan de priorizar las que, en efecto, nos hacen humanos. Cierto es que si de mí dependiera trataría de darle un giro ecléctico donde esa escuela soñada no sólo bebiera de Steiner sino también de Pestalozzi, Froebel, Montessori, Freire, Tagore, Giner de los Ríos e incluso de Ferrer i Guardia, entre otros tantos, tratando siempre de eliminar de la ecuación cualquier atisbo de dogma. Pero sería mi sueño, y no el sueño de estas familias: personas con iniciativa que buscan lo mejor para sus hijos y que, muy probablemente, encuentren almas afines el próximo día 22. Hasta entonces, no estaría de más preguntarse si somos parte de ese sueño. Cualquier otro pensamiento  cae dentro del cuento de la lechera, pues nunca es bueno vender la piel del oso antes de cazarlo.

 

José Luis González Geraldo.

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