En el sector primario encontramos actividades que trabajan los recursos naturales para que puedan ser tratados, y en el secundario los transforman artesanal o industrialmente para su consumo. Al no poder incluir la política en estos dos grupos, todo parece indicar que, a la fuerza, pertenecen al sector terciario, es decir, ofrecen un servicio. No obstante, no coincido con este razonamiento por dos motivos.
Para empezar, la anterior división tricotómica está desfasada; es propia de los años previos a la Sociedad de la Información. Hace tiempo que se aceptó la necesidad de avanzar hacia un sector cuaternario encargado de generar y gestionar información. ¡Información es poder!, y ya sabemos lo que les gusta el poder a los políticos, parece que quizá se encuentren más cómodos en el sector “informaciónico”. Sin embargo, en pleno siglo del conocimiento, la información no es suficiente, o al menos no debería serlo. Llegamos al segundo motivo.
Quiero pensar que existen ciertas profesiones que, por su esencia, no tienen cabida en la comentada división sectorial. Actividades que, como la educativa, no buscan ofrecer un servicio que el “cliente”, por no querer, saber o poder, demanda al “servidor”. La educación es una profesión eminentemente asistencial, no simplemente servicial. El docente no ofrece un servicio como el que, respetablemente, sirve un café; no se trata de dar al estudiante algo, sino de ayudarle a conseguirlo. Para ello hay que ponerse a su altura, actuar con empatía y paciencia, acompañarle de la mano el tiempo que sea necesario para que, al final, camine solo, sin asistencia, y haga del maestro un elemento redundante en su crecimiento. ¿Podría la política, como el acto educativo, entenderse como una profesión asistencial?, ¿debería? Muchos dudan en estos tiempos sobre a quién sirven los políticos, si a ellos mismos o a la sociedad, ¿por qué no entender que, más que servirnos, han de “ayudar” a los que dicen representar? Quizá entonces, codo con codo con el ciudadano, entre todos encontremos una solución.
No me malinterpreten, no intento hacer una patética apología del político actual como la que catastróficamente ha llevado a cabo una conocida marca de refrescos. Tan solo intento llamar la atención de aquellos jóvenes que, con verdaderas ganas de ayudar, ven en la política una excelente tribuna desde la que llevar a cabo sus propósitos.
Llegó la hora, sí. La hora de aceptar que necesitamos una nueva clase política, más humana, que deje de servirse del pueblo y que, más allá de todo, quiera ayudar a solucionar la situación. Una democracia sin políticos es inviable, pero no se trata de introducir un cambio en el sistema, sino de cambiar el sistema en su conjunto. Algo que se consigue a través del cambio generacional, a través de la juventud.
A ellos, estudiantes del presente, les dedico las siguientes palabras de Ortega y Gasset: “Sed entusiastas, verted a manos llenas y en toda pureza vuestra vida. Pedid siempre sobre el ayer un mañana, sobre las viejas ideas exigid ideas nuevas. Mirad que sólo los jóvenes se encienden, y sólo así, a la hora del crepúsculo, podréis recogeros llevando vuestra alma impregnada de universo”. No lo tenéis tan difícil, mirad lo que hacen los políticos de hoy y tomad nota para saber lo que no debe hacerse.
José Luis González Geraldo
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