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Lauto imperio en ciernes

Lauto imperio en ciernes

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 03 de mayo de 2013, 23:40h

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El nuevo periplo europeo del régimen nacionalista catalán se ha saldado esta vez con una intervención de su actual prócer que navega entre la gansada y la sandez. El pedigüeño en cuestión fue reptando por Bruselas implorando atención hasta que finalmente, hallada ocasión y estrado, una exposición sobre la lengua catalana en la Eurocámara, se arrancó a hablar del “imperio catalán” en la Edad Media. El exabrupto me da la ocasión de abundar en una idea que ya quedó apuntada en mi anterior artículo; la idea de imperio.

 

 

Hablando en términos políticos y sucintamente, un imperio se define como un Estado que ha desbordado sus límites para desplegar su influencia sobre otras sociedades. De creer al sabio autonómico, deberíamos colegir que el “imperio catalán” medieval rebasó sus fronteras formalmente establecidas y que ejerció su poderosa influencia sobre otras sociedades de la época. Pero, ¿qué sabemos realmente de este “imperio catalán”? ¿Fue acaso una monarquía formal que se expandió más allá de sus lindes influyendo sobre otros estados o sobre otras sociedades pre-estatales? No. Se ha repetido en incontables ocasiones pero parece que hay que hacerlo una vez más: Cataluña jamás fue un reino independiente. Vayamos a ese periodo histórico referido y exhaustivamente documentado. En noviembre del año 1137 el rey de Aragón Ramiro II firmó los esponsales de su hija Petronila, que apenas contaba entonces con un año de edad, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Mediante ese enlace, Ramiro II otorgaba el gobierno del reino al conde barcelonés, pero en ningún caso le concedía la dignidad real, siendo así que éste en adelante firmaría como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Quedaba configurada de este modo la Corona de Aragón, toda vez que el conjunto de territorios integrados en la misma permanecerían bajo la jurisdicción única del monarca. Alfonso II de Aragón, hijo mayor de Ramón Berenguer IV y Petronila, heredaría el trono en el año 1164. A partir de ese reinado se desarrollaría una política expansionista que llevaría a la Corona de Argón a su máximo esplendor, ocupando Valencia, Mallorca (independiente de 1276 a 1344), Cerdeña, Córcega (en determinados momentos) Sicilia, Nápoles (desde Alfonso V hasta 1707), los ducados de Atenas y Neopatria, el marquesado de Provenza (de modo intermitente) y el señorío de Montpellier. Aun considerando que su expansión por el Mediterráneo llegase a suponer efectivamente un imperio, éste sería exclusivamente el de la Corona de Aragón, no el de Cataluña. Con todo, la engañosa y pérfida nebulosa del discurso nacionalista ha pretendido siempre convertir una potestad regia transitoria, la de Ramón Berenguer IV, en un reino; es más, en un imperio. Sin embargo, lo único que cabría concluir cabalmente a la luz de los hechos históricos es que el “Catalonian empire” fue inexistente en el pasado y una dañina ensoñación nacionalista en la actualidad.

 

Por otra parte, considerando que la idea de imperio implica necesariamente la influencia sobre otras sociedades, cabría preguntarle al soberbio nacionalista por qué apela al imperio catalán en inglés y francés y no en catalán; ¿tan tenue fue la influencia imperialista catalana que ni siquiera logró dejar como poso una legua, según afirma, casi milenaria? Por desgracia, que para este tipo de componendas siempre aparece algún otro iluminado europeísta; en este caso Guy Verhofstadt, quien fuera primer ministro belga de 1999 a 2008. A pesar de ser un conocido detractor de los nacionalismos, el sujeto se jacta de no hablar español y aspira a algo así como una babel europea de idiomas, dando como modelo de funcionamiento en este sentido a India; "gran civilización donde se hablan 387 lenguas diversas". Me pregunto en cuál de ellas se entenderá Verhofstadt con los indios.

 

Con motivo de la próxima conmemoración del triunfo de las tropas de Felipe V se avecina una nueva ofensiva nacionalista que ya se deja notar. Así, en la presentación de los actos reivindicativos que jalonaran el tricentenario del año 1714, el mencionado prócer arengó a sus acólitos diciendo, entre otras cosas, que “la cultura castellana casi siempre ha intentado imponer, pero la catalana ha intentado siempre pactar”. Curiosa “cultura” imperial la que se despliega pactando, ¿no? Será que el “imperio catalán” fue el primer caso histórico de imperio contractual. Pues parece que no, porque acto seguido el mismo ingenio secesionista aseveraba en su discurso: “Dicen que la historia la escriben los vencedores, pues convirtámonos nosotros esta vez en vencedores”. ¿Cómo? ¿Pactando o imponiendo? Me temo que en Cataluña el cómo se resuelve en una suerte de ceremonia medieval de vasallaje que se repite casi a diario en cada recoveco de la sociedad y que se traduce en un servilismo sin ambages a un discurso enteramente mitológico. Un vasallaje que unos contemplamos entre perplejos e irritados y que otros reciben entre la indiferencia y la pavura a las puertas de la Moncloa o en el Parlamento. Por sarcástico que parezca, éstos sí podrían hablar de un imperio realmente existente, el español, que extendió sus límites durante siglos, influyendo de tal modo en tantas muchas sociedades que generó el todo que hoy conocemos como Hispanidad. Pero parece que ellos también ignoran, o les trae sin cuidado, lo que fue aquel imperio y la ubérrima herencia que nos legó.

 

Francisco Javier Fernández Curtiella.

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