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Acerca de una recapitulación postrimera

Acerca de una recapitulación postrimera

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 26 de diciembre de 2014, 01:58h

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Es muy común la tendencia a emplear las postrimerías de cada año como momento para hacer balance, para echar la vista atrás, compendiar lo acontecido y sopesar el activo y el pasivo del mismo al objeto de valorar su resultado; como si un año fuera una unidad exenta de lo que le antecede y le sigue, como si el próximo hubiera de ser una tabula rasa, un empezar de cero. No obstante, un correcto examen de los distintos cursos históricos –o de los acontecimientos, si ustedes lo prefieren– debe tener un mayor alcance temporal, toda vez que cada 1 de enero no supone más que un principio convencional de orden cronológico. Procuraré ejemplificar lo dicho partiendo del esbozo una de estas posibles recapitulaciones postrimeras.

 

 

Las decapitaciones de occidentales fueron jalonando los meses finales de 2014. La última víctima fue el joven norteamericano Peter Kassig, que había abandonado el ejército para fundar una ONG que asiste a ciudadanos sirios que huyen a Turquía y el Líbano. Este asesinato se unió al del fotógrafo estadounidense James Foley (19 agosto), al de Steven Sotloff (2 de septiembre), al del británico David Haines, que también estaba llevando a cabo tareas humanitarias en la región, y al de Alan Henning, (3 de octubre), así como a los de numerosos soldados leales al régimen sirio de Bashar al-Assad. En la última grabación difundida por las redes sociales, el supuesto verdugo de Kassig –con acento del sur de Inglaterra, según advirtieron las autoridades– aparecía enmascarado y con la cabeza del joven cubierta de sangre a sus pies. Proclamaba: «Kassig fue asesinado porque combatió contra los musulmanes en Irak mientras era soldado americano». Y añadía: «A Obama, el perro de Roma: hoy estamos matando a los soldados de Bashar y mañana estaremos matando a tus soldados».

El pasado día 16 de diciembre un hombre de nacionalidad iraní, Man Haron Monis (o jeque Haron), –autoproclamado clérigo musulmán– mantuvo retenidas a 40 personas en un café del distrito financiero de Sídney durante unas 16 horas. Tras la intervención de la policía australiana, el secuestro se saldaría con su muerte, la del gerente del establecimiento y la de una abogada de 38 años. El supuesto clérigo musulmán, que vestía ropa negra y llevaba una mochila y un gorro con inscripciones en árabe, había obligado a otras dos mujeres a sujetar contra la cristalera de la cafetería una bandera negra con un texto en árabe en el que podía leerse la shahada o declaración de la fe islámica: «No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta». Y no muchas horas después, en Pakistán, los talibanes del TTP (Tehrik-e-Taliban Pakistan) masacraban a 148 personas en una escuela para hijos de militares; la mayoría, menores ejecutados con un tiro en la cabeza. Quienes reivindicaron esta atrocidad, afirmaron: «Queremos que sientan nuestro dolor».

 

No es difícil ver que en todos estos episodios subyace una suerte de consistencia interna, una vinculación en cuanto a su esencia, a lo que son. Y lo más frecuente es sostener que todos ellos son atentados terroristas. Ahora bien, no hay que olvidar nunca que todo acto terrorista implica necesariamente la existencia de dos partes o grupos; uno que ejerce el terror para que el otro se pliegue a sus exigencias, y otro que debe someterse a dichas exigencias. De acuerdo con este presupuesto, es posible establecer –como hace el materialismo filosófico– cuatro criterios para considerar que un atentado es terrorista. 1. Que el atentado venga acompañado de una amenaza del grupo terrorista para dejar claras sus pretensiones. 2. Que el atentado no sea ocasional sino recurrente. 3. Que el grupo aterrado muestre su estupor ante lo arbitrario y sorpresivo del atentado. 4. Que el grupo aterrado se pliegue definitivamente a la voluntad del grupo terrorista. Se colige, por consiguiente, que de la respuesta de quienes reciben el atentado dependerá que éste pueda ser calificado verdaderamente como terrorismo. Examinemos los atentados anteriormente recapitulados y veamos algunas reacciones. Su evidente reiteración demuestra 2. Declaraciones como: «no hay palabras para calificar un atentado tan abyecto contra unos niños en su escuela» (François Hollande); «nada puede justificar un ataque atroz como éste a niños que van al colegio» (Philip Hammond, ministro de exteriores del Reino Unido); « lo peor de la raza humana» (José Manuel García-Margallo); «nos ha conmocionado a todos» (Federica Mogherini, vicepresidenta de la Comisión Europea); «ninguna causa puede justificar una brutalidad semejante» (Ban Ki-moon, secretario general de la ONU); «acto sin sentido, de tremenda brutalidad, que ha costado las vidas de los seres humanos más inocentes, los niños, en su escuela» (Narendra Modi, jefe de Gobierno de India); o «muestra una cruel indiferencia por la vida humana» (Amnistía Internacional), vienen a demostrar 3. Respecto a 1, la amenaza se constata en las mismas declaraciones que acompañaron a las decapitaciones, al asalto a la cafetería o a la reivindicación posterior a la masacre en el colegio pakistaní. Y es en el diagnóstico de lo que late en el trasfondo de estas amenazas donde, a mi juicio, se comete el mayor equívoco, puesto que se tiende a situar este tipo de terrorismo en un plano estrictamente político. En este sentido, se hace hincapié con frecuencia en la distinción entre Estados libres y Estados totalitarios, cuando ésta es enteramente ficticia. Cualquier Estado –dado que se define como un todo o una totalidad– tiene siempre en cierto modo un carácter totalitario.

Este tipo de terrorismo sólo se concibe en el Islam, en una religión con una teología simplista que anula por completo la individualidad del creyente. Éste no vale nada, es sólo vicario de un superior entendimiento agente que lo dirige. Así, carente de importancia lo corpóreo, la materia, se le podrá llamar a la yihad y pedir su inmolación. A partir de la conocida condena a Averroes (1126-1198) –filósofo de origen cordobés considerado el mejor comentador de Aristóteles– esta teología simplista se impondría en todo el mundo musulmán. En la tradición cristiana sucede lo contrario; el principio de conservación de la vida (corpórea), el preservar el cuerpo, ha prevalecido siempre con fuerza, siendo así que en el terrorismo no islámico no hallaremos nunca sujetos dispuestos a inmolarse. ¿Tienen noticia ustedes de algún inmolado etarra? Son gudaris, sí, pero aprecian mucho su corporeidad… Convendría por tanto no menospreciar o soslayar el fenómeno religioso como razón de ser de este terrorismo, al amparo de la habitual y bobalicona equiparación entre confesiones. No cabe disimular su inherente raíz religiosa, porque no todas las religiones son iguales, como tampoco lo son todos los terrorismos.

Todo lo dicho no es una mera cuestión del presente, del «balance» anual, sino que muestra un proceso que tiene un extenso recorrido histórico. ¿Y nos podría indicar el futuro? El cuarto criterio señalado anteriormente –que el grupo agredido se pliegue a las exigencias del grupo de terrorista– está aún por ver, y en cierto modo dependerá de lo que hagamos los que aún celebramos la Navidad.

Francisco Javier Fernández Curtiella.

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