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Antinomia de la bondad

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 17 de septiembre de 2012, 00:32h

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El caso Bretón sin duda ha sido uno de los episodios más señalados de nuestra España Negra. Tatuados a fuego mediático, desgraciadamente, Ruth y José quedarán en nuestra memoria junto con otros nombres: Marta del Castillo, Mari Luz, Desirée Hernández y sus dos amigas de Alcácer, etc.

En todos estos casos, me sorprende observar cómo los tertulianos, en demasiadas ocasiones y con poco criterio, charlotean y paliquean a diestro y siniestro. Atreviéndose incluso a aventurar que las pruebas forenses recientemente encontradas puede que no sean suficiente para hacer que el “presunto” se evapore de junto al “culpable”. Y todo ello gracias a lo “bueno” que es el abogado de Bretón.

Creo que es un claro síntoma del mal estado en que se encuentra nuestra sociedad, me explicaré.

Según parece, la palabra bondad proviene del latín bonitas, derivada de la raíz bonus; aquello que es agradable, gustoso, apetecible, positivo… y útil. Aquí es donde entramos en el movedizo terreno de la filosofía y la ética: ¿está bien todo lo que es útil?; o lo que es lo mismo: ¿es útil todo lo bueno?

Desde un punto de vista utilitarista podríamos decir que bueno es todo aquello que es útil. Y lo útil, es aquello que nos ayuda a ser un poco más felices, como ya nos avisó Aristóteles al hablar de la virtud. Todo ello me lleva a preguntarme: ¿qué es lo que puede hacer que el abogado de Bretón sea feliz?

Aceptando de antemano la más que presunta culpabilidad del inescrutable Bretón, pero también ateniéndome a las pruebas del caso, cada vez más claras e incuestionables, no entiendo como existen personas que puedan defender a semejante individuo a capa y espada; intentando buscar todas y cada una de las lagunas legales posibles para hacer que la condena sea la más baja posible. Al abogado tan sólo le salva esa mínima duda, casi ínfima, que todavía existe. Es cierto. Pero, ¿dónde está la línea que separa a cualquier abogado defensor de ser una mala persona? Hipotéticamente, si su abogado realmente creyera que es culpable y consiguiera impedir que entrara en prisión: ¿no estaría traicionando la esencia de la bondad?, ¿no estaría demostrando lo “buen” abogado que es… pero al mismo tiempo el poco corazón que tiene?

Esta dicotomía existente entre el buen abogado y el abogado bueno puede hacerse extensible a todas y cada una de las profesiones, sobre todo aquellas cuyas acciones tienen repercusiones en el resto de la sociedad. Así, nos encontramos con el buen banquero: que es capaz de maximizar su beneficio aun a costa de la felicidad de miles de personas, pero también con el banquero bueno: una especie mucho más escurridiza y difícil de encontrar, que podríamos identificar con Muhammad Yunus, Bangladés cuyos microcréditos demostraron que las finanzas no tienen por qué beneficiar a los poderosos y, por ello, fue galardonado en 1998 con el Premio Príncipe de Asturias y el Premio Nobel de la Paz 2006, entre otros.

La crisis nos ha demostrado que los buenos profesionales no tienen por qué ser realmente “buenos” para la sociedad, y que hoy en día necesitamos más de profesionales con bondad que sepan anteponer la ética que la humanidad requiere sobre el beneficio de unos cuantos jetas que, por supuesto, son buenísimos haciendo lo que el neoliberalismo les ha enseñado: salvar su pellejo sin importar a quién y cuántos haya que machacar por el camino.

Mañana, cuando se levante para ir a trabajar -si es que tiene esa suerte- pregúntese: ¿soy un buen profesional o un profesional bueno? Si entiende que ambas cualidades, lejos de ser opuestas son complementarias, es que va por buen camino. El problema es cuando la balanza, casi imperceptible y progresivamente, se va viciosamente decantando por el beneficio y provecho del yo.

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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