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Apoptosis no es un Dios egipcio

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 29 de abril de 2013, 01:00h

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Se ha hablado mucho sobre el carácter peyorativo del reciente asedio al Congreso. Comenzando desde la mala elección terminológica de la palabra “asedio”, por su tono bélico, y terminando por el lamentable poder de convocatoria que tuvo. En realidad me alegro de que así haya sido por un simple motivo: la violencia no puede hacerse con el control de un movimiento que, pese a ser hijo de la indignación, aspira a conseguir un cambio significativo sin actos vandálicos. Por mucho que algunos intenten defender la convocatoria del asedio, estaba claro que querían ir más allá de la manifestación y respiro tranquilo tras su fracaso. El eco del tiroteo de Italia todavía resuena en mi cabeza mientras escribo y no quisiera establecer paralelismo alguno.

No obstante, lo cortés no quita lo valiente. Hay que tener claro dónde están las sutiles líneas que nos llevan a la violencia sin retorno, pero también exigir que el sistema cambie. Con firmeza, pero sin estupideces que echen por tierra lo poco o mucho que se ha conseguido hasta el momento. Hay otros caminos que sin duda son más lentos, tortuosos y frustrantes, pero cuando la violencia es una huida desesperada hacia lo desconocido, la elección debería ser fácil. Prefiero escalar una montaña centímetro a centímetro, sufriendo congelaciones y demás miserias, que correr por el bosque cuesta abajo y con los ojos vendados. Sé que suena utópico, idílico… y por ello seguiré soñando en lo que queda de artículo.

 

Sueño que nuestra sociedad realiza una gran “apoptosis política”. Según parece, la apoptosis es una modalidad de muerte celular programada que permite y posibilita el sano crecimiento. Vamos, que antes de perjudicar al organismo, las células pasan a mejor vida por el bien común. Bajo este planteamiento, considero que muchos de nuestros políticos deberían dejar inmediatamente sus cargos para que otros, con motivaciones e ideales distintos, tomen las riendas de este neoliberal caballo desbocado que nos conduce, irremediablemente, a los confines de la desigualdad.

De hecho, si el sistema democrático funcionara como es debido, la apoptosis se haría realidad. Pero la regeneración política ha fracasado. Tal y como está el sistema electoral, es imposible conseguirlo más allá de la fachada de la opinión pública. Parece que sufrimos una enfermedad autoinmune en la que el sistema ataca sus propios órganos vitales y el resto del cuerpo, lógicamente, se defiende como puede.

Bajo este eutópico planteamiento no me conformo con la dimisión. ¿Qué sentido tiene cuando tan solo es un cambio de sillón, a veces siquiera temporal? No se trata de mover las piezas del tablero, sino de sustituirlas para crear otras reglas y cambiar de juego completamente. Dimitir no es una opción válida cuando rotan posiciones los de siempre. "Apoptosen" señores, y váyanse con viento fresco a disfrutar de las rentas allá donde mejor les plazca, pero lejos de la escena política, tanta paz lleven como incertidumbre dejan. Seguro que encuentran algún puestecillo en esas compañías con las que han tenido tantas miradas cómplices, guiños, caricias y demás carantoñas.

¡¿Quién velará por ustedes?!, sin duda pensarán algunos de ellos. No se preocupen, que hay más políticos que longanizas… ¡o que chorizos!, pensarán algunos. Dejen que vengan nuevos tiempos con nuevas caras, y si ellos tampoco nos convencen, elijamos a otros. Sonriendo pienso en el malogrado Toni Cantó. No le culpen demasiado, al menos el chico lo ha intentado; a los americanos les sirvió con Ronald Reagan, que era actor, y con el señor Bush, que resultó tener grandes dotes para la tragicomedia.

Un dato curioso. Existen algunos pueblos nómadas: esquimales, lapones, indios americanos, etc. que tienen la impactante costumbre de abandonar a sus ancianos mientras la tribu continúa su camino. Les suelen dejar agua y comida, pero está claro cuál será su suerte. Este hecho no es sino una modalidad de apoptosis social. Los mismos ancianos la aceptan cuando, al sentirse inútiles, ralentizan su marcha voluntariamente para quedarse descolgados del grupo y, así, dejar de ser una carga. No obstante, si nuestros políticos realizan una apoptosis parecida no les faltará condumio y manduca para sobrevivir más que dignamente. Supongo que nadie cree que pasarían hambre para, por ejemplo, pagar sus hipotecas. No me dan pena, pero tampoco envidia; tiene que ser muy duro vivir sin corazón.

En mi sueño, la apoptosis es voluntaria; debe surgir de los propios implicados, y pronto. No sea que pase el tiempo y cuando tengamos la oportunidad de dar nuestra opinión se nos olvide, como ha pasado en Islandia, quién y cómo dejó que todo esto sucediera. El ser humano parece no aprender demasiado y la indignación, como cualquier otro sentimiento, tiene fecha de caducidad. No hay mal, ni bien, que cien años dure. Si tenemos claro que “dimitir” no es un nombre ruso, quizá nos venga bien ir más allá y saber que “apoptosis” no es un Dios egipcio. Mientras tanto, la necrosis será una incómoda compañera de viaje.

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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