www.cuencanews.es
Católico ergo universal

Católico ergo universal

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
sábado 06 de abril de 2013, 10:40h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

El Habemus Papam proferido este pasado mes de marzo desde el balcón de la Basílica de San Pedro y la posterior bendición Urbi et Orbi concitaron la atención de millones de personas, creyentes o no, haciendo palmaria una vez más la idea de universalidad inherente al término católico. Una idea que, por otra parte, queda habitualmente ensombrecida o soslayada en las tertulias al uso que colman de estulticia muchos medios de comunicación. Con todo, es ésta sin duda una idea primordial que considero que merece especial atención, más allá de la etimología, toda vez que su imbricación con el catolicismo constituyó el “lenguaje conceptual” que en gran medida sirvió para conformar la unidad cultural y geopolítica que hoy denominamos Hispanidad.

 

 

El pasado 5 de enero se conmemoraba el tercer centenario del nacimiento del marino alicantino don Jorge Juan Santacilia (1713-1773), cuya incuestionable universalidad me servirá de hilo conductor para ilustrar la mencionada imbricación del par de términos universal y católico. La ciudad de Novelda vio nacer a este hijo de una familia de la pequeña nobleza ciudadana que con el tiempo se convertiría en paradigma del marino ilustrado del siglo XVIII. Su carrera profesional empezó con su ingreso en la Academia de Guardias Marinas, sita en Cádiz y crisol de otros tantos sabios, en donde alternó sus estudios con diversas operaciones navales hasta alcanzar el grado de sub-brigadier de la Compañía. La vasta formación que recibió Jorge Juan fue el reflejo de un renovado modelo educativo que había empezado a gestarse pocos años antes de la llegada al trono español del primer Borbón y que se iría materializando progresivamente a través de la fundación de múltiples Academias y Escuelas. Así, lejos del ámbito universitario, la instrucción del ilustre alicantino comprendió tanto el estudio de las ciencias aplicadas o positivas (acepción moderna de ciencia) como la práctica naval.

En 1735 se produjo el hecho que empezó a conferir a Jorge Juan el carácter universal al que quiero referirme. La Academia de Ciencias de París estaba resuelta a zanjar la controversia desatada por Newton al afirmar que la Tierra no era una esfera perfecta sino que estaba achatada en ambos polos. Luis XV solicitó permiso al monarca español para llevar a cabo una expedición que midiera con exactitud el grado del meridiano terrestre en el Virreinato español del Perú, cerca del Ecuador. Esta expedición, que reportaría pingües beneficios para la navegación, la cartografía, la astronomía y otras ciencias, estaría encabezada por una comisión de científicos de la talla de Louis Godin, Pierre Bouguer, Charles Marie de la Condamine o Joseph Jussieu y completada, como contraprestación exigida por España, por Jorge Juan y otro brillante marino y científico, el sevillano don Antonio de Ulloa. A petición del propio Gobierno español, ambos marinos rebasaron ampliamente el cometido estrictamente científico que en principio se les había asignado, entrando en contacto y conociendo en profundidad la situación social, política y religiosa de los territorios españoles de Ultramar. Tras prolongar su estancia en tierras americanas casi dos décadas, Jorge Juan y Ulloa elaboraron un exhaustivo informe con carácter reservado, del que hoy sabemos que se hicieron seis copias, que no vería la luz hasta 1826, año en el que el editor inglés David Barry lo publicó en Londres con el título de Noticias secretas de América. A pesar de las manipulaciones a las que el texto fue sometido, contribución del británico a la leyenda negra que pesa sobre nuestra historia, es posible constatar con nitidez la actitud de severa crítica y los planteamientos reformistas propios de los ilustrados españoles, hecho diferencial respecto de muchos de sus coetáneos europeos, así como una incontrovertible inclinación hacia lo universal. Examinando minuciosamente en fondo de sus escritos, el lector puede advertir cómo se deslizan por sus líneas componentes propios del deísmo dieciochesco, pero sin romper en ningún caso con la tradición católica española; de ahí que se les pueda incluir en lo que algunos especialistas en la materia han denominado “catolicismo ilustrado”. Sea como fuere, lo sustancial es que estos marinos del Siglo de las Luces español consideraban que el catolicismo podía ser el elemento aglutinante del Imperio, el “lenguaje conceptual” antes referido convertido en herramienta al servicio de su permanente misión civilizadora. En este sentido y sin perjuicio de una ulterior ejecución deficiente, el imperio español, a diferencia de otros imperios como el británico, aspiró siempre a reunir todas las naciones étnicas con las que iba entrando en contacto en un proyecto de dimensiones ecuménicas, esto es, universales. Léanse si no las Leyes de Indias y sus sucesivas enmiendas, elaboradas todas ellas en aras de culminar dicho proyecto. Otra notoria muestra del carácter universal, el artículo primero de la Constitución de Cádiz de 1812: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.”(Capítulo I, Título I).

 

Tan trascendental tema daría para muchas más observaciones, pero valga este sucinto bosquejo para rescatar este modo de pensar lo católico e insistir en su imbricación con lo universal al objeto de satisfacer un doble objetivo. Por una parte, sacudirse el yugo de la ignominiosa leyenda negra antiespañola, gestada desde fuera de nuestras fronteras pero asumida dentro de ellas torpe o maliciosamente por demasiados. Por otra, hacer frente a esa perniciosa nebulosa relativista que, por cortedad de miras o por infame abyección, no pasa de identificar al católico con el fanático y al religioso con el vil pederasta, interpretando el complejo desarrollo histórico del catolicismo, y aun de España, como una mera colección de fechorías y afrentas a la libertad y dignidad de los pueblos. Nada más inexacto y oscuro, nada, por cierto, más alejado de la voluntad que anidaba en el honorable Jorge Juan Santacilia. Quizá convenga servirse de su ejemplo.

 

Francisco Javier Fernández Curtiella.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios