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Como la primera vez

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 15 de septiembre de 2013, 23:51h

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Apuré los dos minutos que restaban para la hora removiendo lentamente el café que, como tengo por costumbre, disfrutaría durante la siguiente hora y media. Llegar pronto revelaría las ganas que tenía de comenzar, pero llegar tarde daría una peor impresión, sin importar el razonamiento que justificara mi retraso. Midiendo mis pasos casi al milímetro, entro en el aula a la hora exacta prevista, allí me esperan sobre cuarenta personas deseosas de comenzar su carrera universitaria. Tengo el honor de ser el primer profesor que se dirigirá a ellos, la responsabilidad no es trivial.

Pese a que no es lo más importante, todos sabemos que la primera impresión es vital. Mostrarme demasiado cercano quizá dinamitaría la autoridad que debo ganarme pero, por otro lado, establecer una clara diferenciación de roles me situaría en una isla desde la que sería difícil llegar después hasta ellos. No es la primera vez que me veo en esta situación, pero siempre es difícil decidir cómo empezar el camino; no hay dos promociones iguales y, estrictamente hablando, ni siquiera yo soy el mismo. Los estudiantes esperan en silencio, sentados. Algunos tienen ante ellos un inmaculado cuaderno abierto y el bolígrafo en la mano, listos para recoger todo lo que el profesor tenga a bien repartirles, otros vienen sin material alguno, como mucho un folio doblado por la mitad. La experiencia me dice que no debo fiarme de los estereotipos; yo era de los que comenzaban el curso mano sobre mano y tampoco creo que se me haya dado tan mal.

 

Entro y saludo cordialmente en voz alta, sin mirar a nadie en concreto; ignoro la mesa del profesor como si nunca hubiera estado allí, pues me gusta moverme por el aula mientras converso con mis estudiantes y, además, la tarima donde se encuentra me provoca vértigo pedagógico; dejo mi maletín en la primera fila, esa misma que todos los estudiantes –incluso los más aplicados- suelen evitar, como si fuera a ser ocupada por alguna autoridad a última hora; me apoyo allí mismo mientras sonrío sinceramente y miro a los ojos a todos y cada uno de los estudiantes que, desde ese momento, convertirán “mi” clase en “nuestro” proyecto. Con los nervios propios del maestro que siente que cada comienzo de curso es el primero de su vida, empiezo la sesión pidiéndoles permiso para contarles una pequeña historia.

Les ahorraré los detalles de la historia, que no es otra que mi primera clase universitaria, como estudiante, llena de sueños rotos y miedos compartidos. Abro mi corazón y la recuerdo tal y como fue, sin mitos ni exageraciones. Les confieso que ese día no me importaba en absoluto la asignatura en la que estaba. Toda mi atención estaba puesta en mis compañeros, y no existía más objetivo que caer bien y encontrar mi sitio en este nuevo mundo: el profesor era secundario, casi insignificante. Sin haberlo planificado, les hablo de las necesidades humanas incluidas en la conocida pirámide de Maslow, y también de la importancia de la inteligencia social, momento que aprovecho para recomendar la lectura de un par de libros que, sorprendentemente para los estudiantes, no entrarán en el examen. Casi sin que se den cuenta, no sólo hemos comenzado a conocernos, sino también a aprender unos de otros.

Ya han pasado más de cinco minutos de clase. El hielo está roto y sus ojos siguen a los míos mientras camino por el aula con mi taza de café en la mano. Creo no haberlo hecho del todo mal, pienso mientras yo también me relajo. Entre preguntas, y malos chistes que se aprovechan de sus nervios para caer sobre terreno fértil, el grupo comienza su mutación en equipo. No hay nada mejor en estos momentos para establecer un buen ambiente de aprendizaje que moderadas dosis de humor. No obstante, si éstas no se usan correctamente pueden llegar a convertir al profesor en un mal bufón, etiqueta difícil de eliminar. No se trata de caer bien a toda costa, sino de transmitir un simple mensaje: estoy aquí para ayudar, no soy el enemigo.

La clase continúa sin problemas. Como el mago que tras repetir su truco estrella hasta la saciedad sigue poniéndolo en escena con la ilusión del que lo hace por primera vez, despliego ante mis alumnos algunas de las actividades más interesantes que soy capaz de llevar a cabo. Es el momento de darles la mejor de las bienvenidas. Es su primera clase universitaria, y pretendo que guarden el buen recuerdo que yo nunca me llevé. Si, como creo, la educación es un baile entre almas, he de hacer todo lo posible porque, mientras suena esta primera canción, no les pise los pies pretendiendo que sigan mi ritmo. El tiempo y su memoria dirán si lo he conseguido o no. Sea como fuere, la función ha comenzado, un curso más, ¡arriba el telón!

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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