www.cuencanews.es
Contra la Cultura

Contra la Cultura

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
sábado 01 de marzo de 2014, 00:07h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

En nuestros días es una idea central, prestigiosa y valorada, una idea sin mácula que parece no tolerar crítica alguna, una idea que merece un Ministerio, una idea que indefectiblemente debería distinguirnos de cualquier otro ser natural. Me refiero a la Idea de Cultura. Esta idea, gestada durante el siglo XVIII en las aulas de la Universidad alemana al abrigo de la filosofía idealista, no eclosionaría hasta la época del canciller Bismarck, en los tiempos del Kulturkampf. Fue rectora de la política que llevaría a la Unificación de Alemania (1871) y suponía una escisión con la idea original de Cultura, ligada principalmente al aprendizaje o educación del hombre. La primitiva cultura del alma de Cicerón (la cultura animi), aquella cultura subjetiva entendida como cultivo, adiestramiento o formación de la persona, quedaría desplazada, y después prácticamente fagocitada, por una cultura objetiva que se sustantivaba envolviendo y moldeando pueblos y naciones; el Volksgeist («espíritu de los pueblos») hacía su aparición. Se había transitado de una cultura en genitivo (cultura de) a una cultura sustantiva (la Cultura).

 

Asomarse a la actualidad permite observar con facilidad cómo es concebida comúnmente la Cultura en nuestro país. Véase en tres casos de este pasado mes de febrero.

Como es costumbre ya, la gala de los Premios Goya suscitó polémica y repulsa a partes iguales. En su 28ª edición, el presentador empezó colocando en el centro de las críticas al ministro de Cultura por su ausencia en la misma: «…los primeros Goya sin ministro de Cultura». Para el actor Raúl Arévalo esta ausencia debía entenderse como «una prueba de lo separado que está el ministro de Cultura de la cultura». Álex González, otro de los actores invitados a la Gala, señalaba que «si la agenda del ministro de Cultura no le permite venir a un evento cultural, está haciendo algo mal». Con bastante más arrogancia zascandileaba entre la alfombra roja y el escenario el acaudalado petimetre Javier Bardem, quien, tras apelar al «cariño», el «esfuerzo», la «disciplina» y el «talento» que según él atesora el cine español, afirmó estar muy por encima de nuestro ministro de «anti-Cultura». El hecho de pertenecer al mundo de la cultura parece otorgarle el prestigio y la potestad suficientes para creerse en un incuestionable estatus de superioridad moral. La actual concepción holística (metafísica) de la Cultura hace que todo contenido circunscrito bajo el rótulo Cultura, por ejemplo el cine, esté inmediatamente recubierto de un límpido halo que sirve, a su vez, de patente de corso a las «fuerzas armadas del cine» (Mariano Barroso dixit) para toda suerte de injurias y reclamaciones; entre las cuales figura, por supuesto, el manido IVA cultural.

 

También en este mes de febrero hemos sabido que la Junta de Andalucía estudia expropiar la Mezquita-Catedral de Córdoba a petición de una plataforma ciudadana. La delegada de la Junta en esa ciudad, Isabel Ambrosio, ha señalado que está a la espera de lo que dictamine el informe jurídico que la propia Junta ha solicitado, puesto que el conjunto arquitectónico «es un Bien de Interés Cultural, además de ser Patrimonio de la Humanidad». A la espera de conocer si «le compete a la Junta de Andalucía, o bien al Gobierno de España, reclamar la titularidad pública sobre ese bien», Ambrosio declaró, a título personal y como «militante socialista», que ella ya ha firmado para sumarse a la petición ciudadana. Esta visión holística de la Cultura a la que vengo refiriéndome envuelve de nuevo a los individuos de un grupo, sea éste Andalucía, España o una supuesta Humanidad, confiriéndoles una misma espiritualidad, un mismo hálito, que los aúna e iguala. Ahí, acaso, el trasfondo de la pretensión de titularidad pública de la Mezquita cordobesa.

 

Del 19 al 23 de febrero ha tenido lugar en Madrid la 33ª Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO); ocasión idónea para que las secciones de Cultura de los periódicos se deslizaran por las galerías al cobijo de lo oscuro y confuso de la idea de Cultura. Con un ojo puesto en el arte y otro en la fiscalidad, el estrabismo de algunos feriantes no ha dejado, sin embargo, de constreñir el cerco de la Cultura a unos determinados contenidos. Una veterana marchante, aludiendo al mencionado IVA cultural, afirmaba que «no es tanto por el negocio, sino porque significaría un reconocimiento a que el arte no es un bien de lujo y a que los coleccionistas hacen una labor de mantenimiento del patrimonio». El ser un bien de la Cultura como coartada fiscal. En referencia a dicha Feria, el periódico El País publicaba un artículo que culminaba con la siguiente observación: «Consagrados, emergentes, noveles, con aceptación del mercado o sin ella; da igual, los artistas que participan en Arco demuestran que la cultura y el arte contemporáneo en España, no es, por mucho que algunos se empeñen en que sea así, la piltrafa que el tablajero arroja al muladar. Viajen por la feria. Mézclense con la circulación del arte. Disfruten del mercado; y también de las diferencias». Culturícense, podríamos decir,… elévense por encima de lo mundano al valioso Reino de la Cultura.

 

El idealismo alemán nos dejó una Idea de Cultura envenenada; una Cultura que hoy esgrimen como justificación artistas de todo cuño… y también los nacionalismos. La identificación entre Cultura y Estado que hiciera el filósofo Fichte a principios del siglo XIX se expandió con éxito tornándose un valor político supremo, siendo así que un pueblo (nación étnica) que tuviera una Cultura propia debería entonces tener un Estado. En España dicha identificación enriza en los nacionalismos, siendo la Cultura el criterio para reclamar un Estado independiente y el esfuerzo de todo nacionalista el determinar qué contenidos culturales son particulares y distintivos de su pretendida nación, excluyendo por ende todos aquellos compartidos con la nación de la que anhelan separarse. Así, el aurresku o la sardana, por poner sólo un par de ejemplos, ya no formarían parte de la cultura española sino de la vasca y catalana respectivamente. El problema es que este proceso, forzado y ridículo en lo estético, es tan contradictorio y ficticio como esta idea mítica de Cultura. Huyamos de la misma, como proponía Epicuro, y evitaremos un paupérrimo panorama de disgregación rayano con el provincianismo más cerril.

 

Francisco Javier Fernández Curtiella

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios