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Cuidado con el perro

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 02 de agosto de 2015, 23:31h

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Primer fin de semana de vacaciones para la plantilla universitaria. No se extrañen. Llega junio y no son pocos los que nos vienen con el cliché de lo bien que vivimos los profesores, pensando que por no tener que impartir clases ya está uno con la toalla al hombro. Para los que no estén familiarizados con el ámbito educativo, sepan que estos meses tienen mayor carga de trabajo que durante el periodo lectivo y que, para no pocos, son los peores del año.

Cerrar esas publicaciones que llevan coleando desde hace meses, preparar los próximos congresos, completar las guías docentes del curso siguiente, asistir a innumerables reuniones que se alargan innecesariamente, resistir el infarto de la burocracia y su oleada de papeleo… son solamente ejemplos, en su mayoría fácilmente extrapolables a la profesión docente en todos sus niveles. La próxima vez que vean a un profesor o maestro a mediados de julio y con cara de perro, no pregunten; a veces se nos olvida salir sin bozal y corren el peligro de llevarse, justificadamente, un pequeño mordisco.

Por este motivo este fin de semana me he olvidado de la actualidad, renegando de los periódicos e ignorando los noticiarios. Comienzo por tanto estas líneas desconociendo lo ocurrido en las últimas 48 horas. Aparte de dedicar más tiempo a la familia y amigos, básicamente he invertido mis recién estrenadas vacaciones en incrementar notablemente mis horas de lectura. Me permito, por tanto, recomendarles El profesor de Harvard, del ya fallecido economista J. K. Galbraith.

Sitúense. Principios de los años noventa. Sátira sobre el mundo académico y de las finanzas. Página 46 de la edición de Seix Barral, incomprensiblemente plagada de erratas, pero por ello no menos interesante. Leemos: “… se hacía patente la asombrosa capacidad del capitalismo para castigar a la mayor parte de aquellos que, durante cierto tiempo, habían sido generosamente recompensados. […] Era inherente al sistema económico la tendencia de unas personas presuntamente cuerdas a dejarse capturar por la euforia, a dejarse guiar no por la realidad sino por lo que convenía a sus soberbiamente condicionadas esperanzas”.

En la novela se desnuda el comportamiento irracional que las personas demostramos cuando ganamos dinero fácil y, al menos en teoría, se siente uno feliz. Una mordaz explicación de cómo funcionan las burbujas económicas y cómo unos pocos avispados, conscientes de ellas, pueden sacar una jugosa tajada. De hecho, el propio protagonista, haciendo alusión explícita a la diminuta minoría que se enriquece con la ruina total del resto de la gente, llega a una evidente conclusión: “asume la insensatez y hazte de esta diminuta teoría”.

¿Cómo extrañarnos, por tanto, de los insoportables niveles de desigualdad que vivimos hoy en día? Por si alguien lo olvidó, la palabra crisis no es un invento de nuestro siglo. El también economista David Card recientemente afirmó: “En realidad, hay mucha más desigualdad de lo que la gente piensa, no creo que la mayoría sepa realmente lo grande que es la diferencia con los más ricos. Las élites deberían pensar en esto mucho más de lo que lo hacen ahora. Hubo momentos como éste en otros periodos de la historia y el resultado no fue nada bueno”. En este sentido, tampoco impactan demasiado las palabras de la OCDE al corroborar cómo la brecha entre ricos y pobres ha superado cualquier nivel de los últimos 30 años, ni que España esté a la cabeza de este grupo en cuanto a diferencia entre los extremos se refiere.

Dicen que los ricos también lloran, y están en lo cierto. Pero a veces lloran de alegría al encontrarse una sociedad tan maltrecha que convierte el mundo en unas grandes rebajas y, carambolas de los monises, hace que los ricos sean más ricos y los pobres no solamente más pobres, sino también más numerosos.

Ya ven. Comienzo mi verano leyendo y acabo escribiendo con varios periódicos abiertos, hemerotecas consultadas e informes guardados para mis futuras clases. Estoy de vacaciones, sí, pero la cara de perro todavía no se me ha ido del todo. Tener el portátil de la universidad en casa, esperando a que termine un trabajo que nunca acaba, tampoco ayuda. Lo dicho, cuidado, que muerdo.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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