www.cuencanews.es

De aquellos polvos…

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
lunes 06 de enero de 2014, 13:08h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

En los años que llevo escribiendo quincenalmente en este foro nunca me había divertido tanto como tras mi último artículo. Siempre he querido plasmar mis pensamientos con la finalidad de entretener al lector, incitarle a la reflexión y, si lo consideraba oportuno, entablar debate y así recibir lo mismo que quise dar. He de admitir que la mayoría de las veces no he pasado de los dos primeros deseos, que no es poco si en efecto llegué, pero con el último cumplí con creces todas mis expectativas. De ahí que empiece estas líneas agradeciendo el tiempo que usted, querido y desconocido lector, tiene a bien destinar a estas humildes líneas, pero también a aquellos que por distintos motivos de afinidad o rechazo no sólo consumen sino que también producen compartiendo sus comentarios y, en definitiva, sumando de manera constructiva para convertir mis peroratas en diálogos dinámicos y vivos para todos.

De hecho, me lo he pasado tan bien que este artículo no hubiera nacido de no ser por ellos. Intentaré ser breve, aunque auguro no conseguirlo. Tras varios comentarios, a alguien le sorprendió que ante las palabras “Fray” o “Cardenal” afirmara que ambas eran demasiado levíticas para mi gusto. Como si ante las palabras “Teniente” o “Capitán”, incluso aunque habláramos del mismísimo Capitán Julián Romero, sentara mal que señalara que son demasiado castrenses para mi paladar. Pues en ambos casos lo son, ¡qué le vamos a hacer! Además, el tema ya estaba personalizado de antemano, pues quien usó primeramente los mencionados cargos hacía referencia explícita al ilustre Fray Luis de León y al no menos reconocido Cardenal Gil de Albornoz. Viéndome en la necesidad de justificar mi posicionamiento, y con las cartas ya sobre la mesa, no me amilano y echo mano del primero tomando como base su obra “La perfecta casada”.

 

Habiendo dibujado el escenario y antes de continuar, vayan por delante dos pilares esenciales que han de ser asumidos para entenderme correctamente. En primer lugar no pretendo cuestionar la grandeza constatada de Fray Luis de León, y mucho menos en Cuenca. Ni tengo espíritu suicida ni me creo competente siquiera para intentarlo. En segundo, no quisiera que nadie entendiera que interpreto sus palabras como si hubieran sido escritas a la luz de nuestro siglo. Mal profesor de Historia de la Educación sería si creyera que desde el siglo XVI nada ha cambiado. No obstante, como argumentaré, creo oportuno recordar el pasado para entender el presente y construir un mejor mañana. Y para eso, inevitablemente hay que enfrentar lo que fue con lo que tenemos. Como afirmaba Saramago, aunque no vivamos en el pasado hemos de reconocer que estamos hechos de pasado. ¡Es más! La única cosa que realmente existe es el pasado, pues el presente se nos escapa a cada instante de las manos, sobre todo en estos tiempos líquidos que diría Bauman, y del futuro nada sabemos a ciencia cierta excepto que será, como auguraba José Luis Sampedro poco antes de dejarnos e, irónicamente, pasar a esta verdadera existencia que acabamos de defender: la Historia.

Y sin más, al turrón, que seguro que algo nos queda de estos últimos días y no quisiera extenderme más de lo necesario. En “La perfecta casada”, Fray Luis, en prosa que huele hermosamente a verso y como su título nos adelanta, expone las virtudes que toda mujer de bien que se precie ha de mostrar para ser una buena casada. A partir de una serie de afirmaciones inspiradas por el Espíritu Santo, profundiza en la manera que ellas han de comportarse y que, en corto, podría plasmarse gráficamente con la metáfora usada por Fidias en sus esculturas, al mostrar a la mujer sobre una tortuga para mandarle un claro mensaje: cállate y quédate en casa. Esa es la cruz que ha de cargar: “Porque, assi como la naturaleza, como diximos, y diremos, hizo a las mugeres para que encerradas guardasen la cassa: assi las obligo a que cerrassen la boca”. Dicho de otra forma: “Porque diziendole a la muger que rodee su casa le quiere enseñar el espacio por donde ha de menear los pies la muger (…) y no las calles, ni las plaças, ni las huertas, ni las casas agenas (…) porque ha de estar siempre alli presente, por esso no ha de andar fuera nunca”. No, no le pasa nada a mi teclado, simplemente respeto la literalidad del texto estudiado, una reimpresión de la tercera edición con variantes de la primera (1583), pues sé que más de uno lo apreciará y, además, se entiende a la perfección.

Mucho podría comentar sobre lo que opino al respecto, pero prefiero apagar mi voz para ceder espacio a Fray Luis: “… la muger no ha de traspassar la ley del marido, y en todo le ha de obedescer y seruir”, como no podría ser de otra forma si entendemos que es una posesión, la más preciada no obstante, dada por Dios al hombre por sus buenas obras. ¡Pobrecita!, para qué otra cosa servirá pues: “... assi como a la muger buena y honesta, la naturaleza no la hizo para el estudio de las sciencias, ni para los negocios de difficultades, sino para vn solo oficio simple y domestico, assi les limito el entender, y por consiguiente les tasso las palabras y las razones”. De hecho, la buena mujer: “… para de sus puertas adentro ha de ser presta y ligera, tanto para fuera dellas se ha de tener por coxa y torpe (…) midan se con lo que son y contenten se con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa, y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola”. Y todo esto sin centrarnos en la extensa crítica que profesa hacia las mujeres que se afeitan. Sí, sí. No se extrañen, pues todas las mujeres se afeitan (hermosear con afeites el rostro) e incluso yo mismo, como docente, afeito a mis alumnos todos los días (guío, instruyo, enseño).

Basten estas pocas citas, pues me dejo otras tantas en el tintero de mi tristeza, para justificar esa tenue tirria comentada. No tanta, créanme tras tragar esta tupida aliteración. Sé que volverán a esgrimir contra mi razonamiento, aun habiéndome ya justificado, una oportuna descontextualización del texto. Algo que de por sí ganaría fuerza si durante el siglo pasado no hubieran calado tan hondo estos pensamientos como para que Pilar Primo de Rivera, en 1942, dijera: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho", o que diez años más tarde, por ejemplo, la inspectora conquense de Primera Enseñanza María Luisa Vallejo, seleccionando sus “Glorias conquenses”, recomendara la lectura de la citada obra de Fray Luis, así como la de Luis Vives “Instrucción de la mujer cristiana”, pues: “Sobre todo, las mujeres deben leerlos y procurar seguir sus consejos sabios y prudentes. Bien conocen estos sabios que la mejor gala y ornato de la mujer son las virtudes”. ¿Por qué les pudieron servir a ellas para cimentar la sumisión de la mujer, y no a mí para construir una sociedad más equitativa? Dewey señaló lo obvio a finales del siglo pasado: recordamos aquello que nos interesa, precisamente porque nos interesa. Así que, por favor, no me tilden de interesado por tener interés en transformar el mundo; no sería interesante y turbaría mi tranquilidad.

Pero, ¡esperen!, que falta el truco final. Cómo no mencionar el más que reciente y también aliterado libro “Cásate y sé sumisa”, editado por el Arzobispado de Granada. En él se incita a la mujer a someterse como acto de generosidad acorde con su naturaleza, dejando perlas como: “La mujer está perdida cuando se olvida de quién es. La mujer es, principalmente, esposa y madre”, “Casaos y tened hijos, porque, si no, no tiene sentido estar juntos toda la vida”. Así, no es difícil llegar a la conclusión de que el secreto de un matrimonio feliz, como opina su autora “… es que las mujeres ante el hombre que hemos elegido, demos un paso atrás”, pues cuando el marido habla hay que escucharlo como si fuera Dios mismo el que pronuncia, dando la razón al cabeza de familia incluso cuando no la tiene. ¿Les suena?

Y todo lo dicho nació de una conversación donde sonó el nombre de este ilustre conquense al que admiro profundamente, desde otros puntos de vista, claro está. Mucho más tendría que decir en relación con la candente reforma del aborto, el trato a las personas homosexuales y otros tantos aspectos donde, lo siento pero he de ser sincero, no me encuentro identificado en absoluto. ¿Cómo tener predilección por un sector que, a mi juicio, ha sido, es y probablemente seguirá siendo conservador? Ése no soy yo. Cierto es que siempre hay excepciones. Aunque no comparta todas sus ideas, adoro la obra de Lorenzo Milani, por poner otro ejemplo. Incluso puedo presumir de no haber faltado nunca a ningún miembro del clero. Al contrario, he gozado con la compañía y conversación de varios de ellos, espero seguir haciéndolo y, entre nosotros, el actual Papa me parece un gran fichaje. Pero creer que la Iglesia es eminentemente conservadora, en términos generales, no es caer en el error de los metarrelatos, de los que yo también desconfío, sino constatar una flagrante realidad.

No seamos demagogos y creamos que todos los mirlos son blancos porque entonces, por el mismo motivo, podríamos argumentar que también han de ser espinos. Es lícito defender la multiplicidad de corrientes, más o menos radicales o moderadas, que se auspician bajo diferentes doctrinas religiosas. La Iglesia, estando tan presente en nuestras sociedades, no habría podido resistir de no haberse adaptado y en cierta manera modernizado, contagiando su entorno y el devenir de la humanidad, aunque en más de una ocasión haya sido siguiendo aspiraciones lampedusianas no siempre transparentes. Tampoco podemos olvidar las continuas disputas internas, como las acontecidas entre agustinos y dominicos y que tan claramente afectaron a Fray Luis, condenado a presidio por llevar la palabra de Dios al pueblo. Algo que, por cierto, admiro sin reparos. ¡Chapó! No obstante, la más bella estrofa es flor marchita y la prosa más clara enmudece si son usadas para sembrar ideas como las arriba mencionadas. Sea en el XVI o en el XXXVI. Si bien el desdén hacia la mujer era algo socialmente admitido entonces por todos, y cultura y religión iban de la mano como hasta no hace mucho uníamos PC y Windows, no me negarán que hoy estos clichés son tan demodés que sólo algunos, quizá soñando con tiempos pretéritos, se atreven a defender. Por último, casi huelga comentar que la crisis de liderazgo que vivimos no sólo afecta a la esfera política. ¿Tanto extraña que me incline por otros senderos, no menos espirituales, pero quizá sí más tolerantes?

Es sabido que tras estar varios años en presido Fray Luis volvió a sus clases con el mítico “Decíamos ayer”. Es curioso observar que hoy todavía siguen pronunciándose ciertos mensajes con escasa variación. Permítanme, por tanto, otorgar gracia a quien me plazca, al igual que yo les animo a hacer lo propio prometiendo respetar su decisión, pero también pidiendo la misma moneda a cambio. Por mi parte, como pueden ver por la exagerada extensión de estos párrafos, así como por las omisiones sugeridas, motivos no me faltan para creer que los lodos de hoy no son caprichos del presente sino herencias del pasado y que, más allá de la Iglesia y sin tener por qué atacarla o acatarla, hay otra Cuenca.

 

José Luis González Geraldo

Facebook.com/joseluis.ggeraldo

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios