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El manjar que no era

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 16 de noviembre de 2012, 00:31h

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La crisis económica que asola los países del orbe ha dejado a los individuos muy cortos de dinero pero no de tópicos. ¿Qué sería de la gente sin los lugares comunes? ¡Es una cuestión de sentido común!, dicen los indignados en medio de una acalorada discusión, cuando les parece que algo es obvio. Se derrumba el estado del bienestar pero quedan los clichés, capaces de resistirlo todo, hasta la verdad.

En su obra, Antonio Gramsci habló de «la filosofía del sentido común, la “filosofía de los no filósofos”, es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio». El sentido común remite a la moral y por lo tanto al gremio, al grupo. El sentido común articula la información que le permite a la gente quedar bien con sus amigos y ser el alma de las fiestas.

 

El italiano lo definió también como «“el folklore” de la filosofía», que se caracteriza por ser una concepción «disgregada, incoherente, inconsecuente» y en sintonía con «la posición social y cultural».

Inconsecuente porque el parlanchín afecto a los lugares comunes se puede permitir apelar a ellos pero no aplicarlos, como cuando el español cosmopolita se dice con orgullo ciudadano del mundo para luego llorar de felicidad por su preciado estatus de comunitario, que lo libra de engorrosos trámites aduanales para mayor gloria del europeísmo (al menos por el momento). En una patera no diría lo mismo.

Sin embargo, al sentido común no se le percibe como una suerte de patraña con una pátina de prestigio, sino como la verdad revelada: he ahí una de sus mayores fortalezas. Por eso Gramsci insiste en que la enseñanza de la filosofía tiene que centrarse en la crítica de esos mitos oscurantistas.

Enésimo tópico no desprovisto del vigor suficiente como para ser pronunciado una y otra vez como verdad irrefutable: «La educación es la clave del progreso». Por eso en la España de las autonomías los recortes a la educación han sido vistos como una afrenta contra el último de nuestros refugios, como si las aulas y el conocimiento que en ellas se imparte fueran incuestionables, como si los profesores no fueran a veces meros propagandistas del relativismo.


Todo ello sin perjuicio de que, en efecto, la educación es una las claves ya no del progreso (¿qué se quiere decir con esa palabra?), sino del país que se busca. ¿Cómo se destruye un país? Con la enseñanza sistemática en las aulas de que las naciones políticas, por ejemplo, son una mera entelequia. O un resabio del antiguo régimen. Si al alumno se le instruye aplicadamente en la destrucción del país y en el culto de la diosa Europa tengan por seguro que cumplirá puntualmente con la tarea. Lo estamos viendo.


Por eso la educación no tiene por qué gozar por sí misma de un prestigio sin tacha, de un cheque en blanco. Lo que importa no es la educación a toda costa, sino los contenidos que promueve y que le otorgan su verdadera trascendencia. ¿Cómo no van a florecer los especuladores sin ton ni son, cuando a la gente se le enseña que las fronteras son una simple línea en los mapas? Se repite una y otra vez que la soberanía es para los egoístas.

Desde luego, no se puede ceder soberanía a ciegas sin una buena dotación de víctimas propiciatorias, listas para repetir que el país de referencia no existe o que es desechable. «Yo me siento más europeo», dicen. Cuando no hay idea de patria, la especulación campea, igual que la reconversión industrial.


Los tópicos suben en la bolsa de valores pero eso no quiere decir que quien ha comprado las acciones vaya a hacer el negocio de su vida. Otro tópico: en las películas de terror sobrenatural, a veces vemos a inocentes personajes que en una mansión gótica descubren una mesa espléndida, llena de manjares que todos se llevan a la boca, con desesperación. Pero luego el hechizo se acaba y los desdichados descubren que la comida no es lo que parece y que en realidad comen desperdicios, comida podrida, con gusanos. Entonces viene el malestar. El europeísmo es un tentador bufet libre.

 

 

Manuel Llanes

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