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Entre princesas y ranas encantadas

Entre princesas y ranas encantadas

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 26 de diciembre de 2011, 00:35h

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Da gusto comprobar cómo, incluso en plena crisis, todavía quedan historias dignas de ser incluidas en un libro sobre cuentos de hadas. Historias que te dejan con la boca abierta por ser tan inverosímiles como rocambolescas. Sin embargo, bien podríamos hacer nuestra la expresión: ¡cómo ha cambiado el cuento!, pues más que historias fantásticas, son historias para no dormir.

 

Como podrán haber intuido, me refiero a las desventuras del señor Iñaki Urdangarin, quien desde el día doce de este mes fue apartado por el Rey de los actos oficiales de la Casa Real por su conducta no ejemplar. Poco tardó su abogado y portavoz, Mario Pascual Vives, en afirmar con rotundidad que la ejemplaridad la marca la ley. Matices y sutilezas que hoy me animan a hablar más de este asunto, por su importancia, que de otros más urgentes como, por ejemplo, la alineación del ya presidente del gobierno Mariano Rajoy. Espero les guste y entretenga.

 

 

Legalidad y moralidad, justicia y ética: dos caras de la misma moneda que, precisamente por ello, parecen darse la espalda en demasiadas ocasiones. ¿Cómo hemos podido llegar a una situación en la que algunos pueden lucrarse, legalmente, cuando es más que evidente que sus actuaciones no son éticas? Y no me refiero al señor Urdangarin en este caso, sino, por ejemplo, a aquellos directivos de banco que se marchan de las entidades con los bolsillos llenos y el corazón vacío… quizá porque ya entraron con esa anomalía y nadie quiso darse cuenta, o puede que quien sí lo notó mirara para otro lado mientras escribía su particular carta a los reyes magos.

 

Volviendo con el caso, y sea éste o no culpable, existen numerosos indicios que ponen  en entredicho, de manera evidente, la falta de ética que Urdangarin tuvo a la hora de gestionar sus negocios. Si ya es irónico pensar que es hoy Grecia, cuna de la democracia occidental, uno de los países que peor lo está pasando bajo la crisis del euro, no me llena de orgullo ni de satisfacción observar cómo este señor, junto con su socio Diego Torres creó en mayo de 2006 una “ONG” bajo el nombre Areté.

 

Esta palabra, también procedente de la Grecia antigua, significa excelencia, perfección o virtud. ¿Es una broma de mal gusto? La ejemplaridad nunca la dará la justicia ni los nombres que se atribuyan, la ejemplaridad, la excelencia, la perfección y la virtud la darán los actos, siempre desde un punto de vista ético. Una ética que, visto lo visto, seguramente sea tenida en cuenta en el país de nunca jamás, por el Ministerio de la Piruleta.

 

No es fácil entender cómo pasando de la pelota al pelotazo se puede llegar a tener un puesto privilegiado en Telefónica, con unas perspectivas tan buenas que te permiten vivir sin problemas en Washington. Bueno, en realidad no quiero creérmelo, que ya soy mayorcito para creer en el ratoncito Pérez y para darme cuenta que hoy en día la meritocracia comparte habitación con unicornios y pegasos, mientras que la plutocracia reina a sus anchas por gran parte del planeta.

 

Para ir concluyendo, otra joya que nos ha dejado su portavoz y abogado al referirse al estado de ánimo del investigado: “está preocupado y apesadumbrado, y un poco indignado”

 

¿Indignado?, no se preocupe; tiene fácil solución. Yo le animaría a dejar su casa en Washington, volver a España, y unirse al resto de indignados de su país. Estoy seguro que entenderán lo mal que le ha tratado la vida, y por qué, a pesar de tenerla resuelta gracias a los inescrutables designios del amor, decidió aventurarse por derroteros poco éticos que, efectivamente, todavía queda por decidir si fueron o no legales.

 

Pocas perdices se verán estas navidades por la Casa Real, tan solo queda por comprobar cómo de grande es el carbón que desde cerca le llegará a Urdangarin. Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, sin duda, pero la inocencia y la virtud, desgraciadamente, también son caras de una misma moneda. Sea como fuere, terminaré a la antigua usanza este relato diciendo: Urdangarín, Urdangarado, este cuento, se te ha acabado.

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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