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Hacerse respetar en español

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
jueves 11 de julio de 2013, 23:38h

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El reciente caso del presidente Evo Morales y su bloqueo aéreo ha dejado claras por lo menos dos cosas, ninguna de las cuales debería ser una novedad: primero, la debilidad de la sobrevalorada Unión Europea al momento de plantar cara a los EEUU. Ignorantes del Plan Marshall, no son pocos los europeístas que aseguran que la UE es una alternativa frente al poder de los norteamericanos y su modelo de «capitalismo salvaje». Como se sabe, el europeísmo se quiere ver como una suerte de humanismo en el cual se habrían concretado los ideales de una «Humanidad» por fin homogénea.

Pues que le digan eso a Morales, vagabundo desamparado del aire a causa de la evidente falta de apoyo de la mítica Europa. ¿Quién quiere problemas con los estadounidenses? Es obvio que los líderes europeos no.

 

El incidente remite a la falta de fuerza y de aliados firmes en la región para Morales, algo trascendental en el caso de España. Sucede que desde su mandato Morales se ha dedicado a denunciar el supuesto genocidio llevado a cabo por los españoles en su tierra, todo ello desde coordenadas negrolegendarias. Flaco favor para las relaciones entre ambos países, el bloqueo ilustra la falta de un poder político real del gobierno de Bolivia que le permitiera hacerse respetar (o temer). ¿Alguien imagina al Primer Ministro de China sometido a esa humillación? ¿O al Presidente de Israel? ¿O a Putin?

Hay una segunda conclusión, aquella que nos pone de frente contra el cosmopolitismo ilustrado y su convergencia con el anarquismo al momento de negar la necesidad de Estados nacionales. Una cosa que no existe, llamada Bolivia, le pide ayuda a otra no menos falsa, llamada Alemania. No es raro que la respuesta sea negativa. Falsa conciencia de por medio, quienes aseguran lo anterior no tendrán problema para negar nuevamente la evidencia de que los problemas políticos del presente se plantean por medio de la beligerancia de los Estados y su capacidad para establecer alianzas entre sí.

Y en este último punto, nos parece, está la clave: las alianzas. Antes que lamentar la falta de solidaridad de los europeos, para nada obligados a ello, Bolivia necesita hacerse respetar o, como diría Maquiavelo, hacerse temer, porque está claro que en estos momentos, puestos a elegir, los políticos ya tienen un ogro. «Se creen la policía del mundo», dicen los indignados. Pues ya ven. A vistas de lo ocurrido, Morales y una Bolivia hispanizada necesitan incrementar sus nexos con España, México y los otros países de la plataforma. No basta con Venezuela y Ecuador, hace falta invocar al resto. Ahora, ¿en qué términos?

Los Estados siempre se han movido a su conveniencia y las cosas no tienen que ser necesariamente de otra forma. Francia, Alemania, Italia y Portugal (con España no lo tengo claro) buscan su permanencia en el tiempo, su eutaxia (buen orden) como Estado. Y si para ello van a despreciar a un gobierno débil en orden de no molestar al Premio Nobel Obama pues se ven obligados a hacerlo. A ver quién es el temerario que le dice que no a una llamada de Washington a deshoras.

Pero lo que puede parecer simple temeridad se vuelve valor razonado cuando el Estado débil, lejos de replegarse en su guarida, se hace de alianzas que incrementen su fortaleza. Y en el caso de Bolivia eso pasa no por la alternativa indigenista (que por lo demás tanto la ha debilitado en su unidad como Estado), tampoco por el panamericanismo, sino por el hispanismo. Mientras eso no ocurra, Bolivia está condenada a vagar por el éter en espera del permiso de los poderosos.

Desde luego, no decimos aquí que una alianza hispanoamericana sería panacea e invencible ante los desafíos de la política actual. Nos referimos a algo, en principio, más simple y, creemos, incontestable: una cosa es rechazar a un país y otra muy distinta tratar de hacerlo con una plataforma de Estados enorme, la hispanoparlante, distribuida por el globo y consciente de que la defensa de sus intereses implica apelar a los 500 millones que hablan español.

El pez grande se come al chico y quien no quiera ser devorado ya puede empezar a comunicarse, en español, con quienes dicen hablar castellano y no sé qué tantas variables dialectales, que al final solo servirían para quejarse amargamente de un trato desfavorecedor.

 

Manuel Llanes

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