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Por Redacción
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domingo 05 de agosto de 2012, 23:33h

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Las cosas no están nada bien; es obvio y redundante, pero: ¿qué hacer?, ¿qué puedo hacer yo para ayudar a crear un futuro distinto? Creo poder aportar varias de ideas que, sin ser exhaustivas, pudieran servirnos para sumar nuestro granito de arena y alejarnos de la decadencia de nuestro tiempo.

 



1.- Si tienes trabajo, hazlo bien. No caigas en el desánimo y piensa que en estos momentos el que tiene un trabajo tiene un tesoro. No escatimes esfuerzos y no des pie a que nadie pueda llamarte la atención. Piensa que la oferta es cada vez mayor y la demanda se reduce: seguramente hay gente en la cola del paro que podría trabajar mejor que tú y, visto lo visto, cada vez es más fácil reemplazarnos. ¡Así nos luce el pelo!

2.- No tragues con todo, defiende tus derechos. Dar lo mejor de ti mismo en el trabajo no significa que debas aceptar todo lo que se te pida; no todo vale. Existen empresarios sin escrúpulos que podrían aprovechar la crisis para hacer que sus empleados tengan responsabilidades mucho más allá de las que les corresponden, sometidos bajo amenaza de despido. No dejes que las circunstancias se utilicen como excusa para explotarte. Cada vez tienes menos derechos, si no lo crees abre el periódico –cualquiera- y lee. Si eres tú el primero que los ignora, estamos todos perdidos. Si tienes dudas acude a los sindicatos. Una cosa es apretarse el cinturón y apechar, otra cosa es vender tu alma al diablo. Si todos nos rebajamos lo único que conseguiremos es que las clases sociales estén cada vez más distanciadas y, con ello, demostraremos que es posible viajar en el tiempo: desplazándonos de nuevo hasta la Edad Media.

3.- Ayuda, y déjate ayudar. No hablo de ayudas económicas ni nada por el estilo, aunque cada cual decide cómo y a quién ayudar. Simplemente hago referencia a la necesidad que tenemos de ayudarnos unos a otros para que todos, y no unos pocos, salgamos airosos. La ayuda puede ir desde una sincera sonrisa de “buenos días”, pasando por acercar al vecino al centro de la ciudad, ayudar al anciano de turno con las bolsas del mercado, ceder parte de tu tiempo para obras sociales, y un largo etcétera. Cualquier gesto de buena voluntad será bien acogido en estos días tristes y grises. La felicidad es contagiosa pero, desgraciadamente, la tristeza también. Conviértete en fuente de alegría, los que están a tu alrededor te lo agradecerán y, al final, redundará en tu propio beneficio. Si eres de los que piensan que no necesitas ayuda, eres una clara prueba de hasta donde ha llegado el liberalismo extremo que tanto mal ha causado en las últimas décadas: todos necesitamos ayuda, no es un síntoma de debilidad sino de humanidad. Quien cree que no la necesita o bien es un dios o un idiota.

4.- No te calles, reclama. Hace poco fui a un organismo oficial, no importa cuál, y la impresión que me llevé fue desoladora: más mesas vacías que gente trabajando. De hecho tan sólo había un par de personas para atender a todo el que acudía, que no éramos pocos. El caso es que tras recibir información y rellenar la instancia correspondiente, la funcionaria al cargo, muy amable y sonriente, me aconsejó hacer cola para tramitarla. Después de más de una hora de espera, y no exagero, el único señor que estaba atendiendo a la inmensa cola –que no paró de trabajar durante todo ese tiempo-, me despachó en tres segundos diciéndome que me faltaba una fotografía de carnet. ¿Más de una hora esperando para que me dijeran que necesitaba una fotografía y que tenía que volver? Puede que fuera el calor de estos días, pero me fui directo a poner una reclamación. No por negligencia del personal, pues todo el mundo puede tener un despiste al informar, sino por la insuficiencia de empleados públicos para atender las peticiones de los ciudadanos. Si la mitad de las mesas vacías que vi hubieran estado abiertas, tan sólo habrían tardado cinco minutos en decirme que, en efecto, me faltaba la dichosa fotografía y, en otros quince o veinte minutos, hubiera vuelto con todo lo necesario para completar con éxito mi aventura burocrática. Huelga decir que me fui a casa con las manos vacías y una hoja de reclamaciones en el bolsillo.

Tras comentar lo sucedido con mis allegados, algunos me dicen que la reclamación que he puesto no vale más que el papel que suelo utilizar poco después de desayunar -¡como un reloj, oiga!- Sin embargo, yo opino que cualquier acto de reivindicación de nuestros derechos, por muy inútil que parezca, es infinitamente más preciado que nuestro silencio. Quien dijo que el hombre es dueño de su silencio y esclavo de su palabra quizá se olvidara de pensar que quien no llora no mama. Y hoy en día es irónico aceptar lo poco que mamamos con tanto mamón suelto.

Hay vías legales de expresión para nuestra frustración, utilicémoslas. Cada vez que sientas que tus derechos están en tela de juicio, pide una hoja de reclamaciones. Puede que al principio te miren con malos ojos pensando que la reclamación va en contra del funcionario pero, en el fondo, el buen empleado público debería entenderlo y darte la hoja de reclamaciones con una sonrisa cómplice en los labios.

He de decir que ese día no fui el único que puso una reclamación –algo que hizo sentirme menos extravagante y subversivo-. Otra persona lo hizo por un motivo similar. A él, la excusa que le dieron fue que la gente se va jubilando y los puestos vacantes no se reponen por estar congeladas las oposiciones. ¡Cosas de la crisis, mire usted! Su comentario no hizo sino reafirmar mi compromiso de reclamar lo que tanta sangre, sudor y lágrimas costó conseguir durante el siglo pasado.

No animo a poner reclamaciones a diestro y siniestro pero sí a no irse a casa con la sensación de estar siendo ninguneado. Algo es mejor que nada. Si todos los conquenses pusiéramos una reclamación cada vez que nos hemos visto en circunstancias parecidas es probable que los formularios se acabaran en un par de días. ¿Por qué guardar nuestra frustración para las tertulias entre amigos? Además, no debemos olvidar que el impreso de reclamaciones del Ministerio del Interior es un “Formulario de quejas y sugerencias”, ¿Qué mejor forma de quejarnos que sugiriendo una atención de mayor calidad? Estamos en nuestro derecho, ¡faltaría más!

No pienso callarme ni una sola vez más. “Rien ne va plus”. Trabajaré con ahínco haciendo respetar mis derechos y los de las personas a las que sirvo como empleado público y, siempre que pueda, ayudaré al prójimo dentro y fuera de mi trabajo. De eso no tengo ninguna duda. Pero cada vez que sienta en mi propia carne el resultado de los recortes, no me amilanaré y pondré una reclamación. Si las cosas siguen por donde van, es probable que me haga con una curiosa colección que me servirá para explicar a mis futuros nietos –y ni siquiera tengo hijos todavía- en qué consistía eso del “estado del bienestar”.

En resumen: Trabaja, defiende, ayuda y reclama. Actúa hasta donde lleguen la punta de tus dedos y, entre todos, haremos que nuestros brazos abarquen tanto que sea imposible ignorarlos. A principios del siglo pasado Ortega y Gasset vaticinó la rebelión de las masas y menos de un siglo después ese “hombre-masa”, pura potencia del mayor bien y del mayor mal, ha madurado y sabe lo que quiere. Pero este será el tema del próximo artículo.

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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