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Jaque

Por Redacción
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domingo 29 de abril de 2012, 23:26h

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Hace no demasiado, si alguien abría la boca para hablar de la Casa Real se entendía que era, principalmente, por dos motivos: 1) para remarcar su papel dentro de la democracia y así contribuir a ella, o 2) abogar a favor de la república y contribuir a su desaparición. Los matices, pese a existir, eran casi ignorados. O bien eras demócrata y estabas con la monarquía, o por el contrario eras un rojo disidente que abogaba a favor del caos sin agradecer lo mucho que ésta hizo en lo que algunos denominan “tiempos difíciles”.

 

Hoy observamos como la crisis es tan enorme que incluso ha pasado de ser real a “Real”. Facilitando, así, la aparición de posturas más eclécticas y comprometidas con respecto a nuestra forma de gobierno. Las bondades que hace años veían todos los españoles en su “campechano” monarca parecen haberse esfumado. No todo ha sido culpa de su desliz vacacional o de su nada ejemplar afición a matar animales (se caza para comer, si se hace por diversión simplemente se mata). Sin duda Urdangarin allanó el camino, pero ahora son los de dentro los que tiran piedras sobre su propio tejado. Paradójico pero cierto, ¿será la edad que no perdona?

Muy mal tienen que estar las cosas para que los republicanos vean cómo la monarquía y sus familiares hacen gran parte de su trabajo. Se ve que la crisis ha creado un insospechado intrusismo laboral que nos lleva a plantearnos, de nuevo, el rol de nuestro Rey y el futuro de la monarquía.

Las crisis liberales finiseculares del XVIII, con la Revolución francesa como ejemplo, ayudaron a que el súbdito se convirtiera en ciudadano. Lejos quedan ya los tiempos en los que Fernando VII, Felón para unos y Deseado para otros, soñaba con la felicidad de sus “vasallos”. Éste fue un gran paso para el progreso que, sin embargo, hoy deberíamos volver a pensar. Si nuestro pasado fue de súbditos y nuestro presente es de ciudadanos, ¿cuál debería ser nuestro futuro?

Quizá hayamos olvidado cómo la verdadera esencia no está en la ciudadanía sino en la humanidad. Tras la II Guerra Mundial, y en especial con la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, creímos vislumbrar el siguiente paso: de ciudadanos a seres humanos. Un paso en el que el rol de la monarquía no puede ni debe ser el mismo.

No digo que la monarquía deba necesariamente desaparecer -cada uno es libre de pensar lo que quiera- pero sí creo que coincidiremos en que ésta debe cambiar radicalmente sus funciones y tareas. Renovarse o morir, suele decirse. Corren malos tiempos para la lírica en la Casa Real, y las cosas no se arreglarán escondiéndose y dejando que pase la tormenta.

En este sentido, el último discurso de Navidad nos hizo creer en un cambio de palabra y la actual -e histórica- disculpa nos invita a darle un voto de confianza en cuanto a su manera de actuar. Pero ya se sabe, del dicho al hecho… Sea como fuere, no quedan más comodines. La ejemplaridad de la Casa Real fue tocada con el caso Urdangarin y ha sido un desdichado elefante el que la ha hundido. Todos esperamos ansiosos a ver cuál será el próximo movimiento pues éste será necesariamente interpretado como un paso al frente o hacia atrás. Sus disculpas han aplacado a la multitud, pero no la han convencido del todo.

Podría incluso ser más duro, la democracia y la libertad de expresión me amparan, pero creo que sería injusto. Todos merecemos una segunda oportunidad. Los ricos -y los reyes- también lloran. Ahora bien, una cosa es dar una segunda oportunidad y otra bien distinta es volver a ser súbditos para ondear banderas bicolores independientemente de lo que haga nuestro monarca. Podemos y debemos ser comprensivos, pero no debemos ni podemos ser pusilánimes. Hoy menos que nunca.

No es nada personal. Como tampoco lo son las medidas de recorte que se están tomando contra nosotros: el pueblo. Pero si hay que ajustarse el cinturón, es de ley que nos lo ajustemos todos. Empezando por el que tiene que dar verdadero -y Real- ejemplo. Ahora, majestad, la pelota -que no la piedra- está en su tejado… le toca mover.

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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