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La cama de piedra

Por Redacción
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viernes 08 de febrero de 2013, 00:23h

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Esta vez hablaremos de la verdad y de la amistad, así como el papel que juega la filosofía en semejantes asuntos. Pero antes un rodeo cinematográfico que no es accesorio sino fundamental para nuestros objetivos, como se verá.

En 1958 el cine mexicano alcanzó uno de sus típicos momentos delirantes con la cinta «El castillo de los monstruos», de Julián Soler, protagonizada por Antonio Espino, uno de los actores más famosos de su época. Espino se hizo de un nombre gracias a la construcción de un personaje, Clavillazo, un adulto humilde que siempre iba vestido con ropa muy holgada y que se distinguía por su frase de batalla: «Pura vida… ¡Nomás!». El personaje se buscaba la vida en algún barrio popular de la Ciudad de México y siempre estaba metido en problemas.

 

Como muestra de uno de sus días rutinarios tenemos esta película, que a la manera de Los Tres Chiflados mezcla con despreocupación y descaro la comedia física con elementos popularizados por el cine de terror norteamericano (aparece el Hombre Lobo y Drácula, entre otras celebridades de ese tipo). Un cine, ya lo hemos dicho, extravagante aunque exitoso en el contexto de la comedia mexicana de aquellos años.

Pues bien, en algún momento de «El castillo de los monstruos», Clavillazo se hospeda en un hotel, pero la dueña, a la vez que hostelera madre atribulada, le advierte que tiene que tener cuidado con su hijo, un trastornado que se enfurece cuando escucha la palabra «loco» o alguien trata de huir. La única forma de calmar al demente es por medio de una canción, «La cama de piedra», que tiene el efecto milagroso de relajar al mencionado enfermo. Una verdadera apología de la reinserción social, como puede verse.

Luego hay una escena en la cual Clavillazo confunde a un huésped normal con el loco en cuestión; para mayor lío, el huésped a su vez confunde a Clavillazo con el loco. ¿El resultado? Ambos cantan a dueto «La cama de piedra», para tranquilizar a quien juzgan por loco peligroso, todo ello mientras el auténtico loco observa la escena sin que los cantantes adviertan su presencia. Aquello no termina bien, como el lector puede imaginar. No imagine, busque en YouTube la escena: http://www.youtube.com/watch?v=27T043LA6io

Ahora, ¿qué tiene que ver lo anterior con nuestro tema, la amistad? Sucede a veces que los amigos tienen opiniones que son muy contrarias a las nuestras. O bien, que se aficionan a pasatiempos que para nosotros pueden ser disparates de pleno. ¿Qué hacer con el amigo que se entusiasma con la lectura del tarot, con la invocación de los muertos o con el reiki?

Otras veces, el altermundismo impone su agenda y los amigos terminan como partidarios del neozapatismo de Chiapas. En ciertos contextos, como la universidad o las organizaciones de izquierda al uso, el indigenismo se vuelve sentido común, como lo explicamos en una columna anterior (ver «El manjar que no era», 16 de noviembre de 2012).

En semejantes situaciones es cuando la amistad se pone a prueba. Las relaciones más firmes han naufragado por culpa de la quiromancia. Y aquí es donde viene a cuento la historia de Clavillazo. El amigo de verdad, urgido por la honestidad, se verá obligado a decirle al otro las cosas como son. La verdad duele, dicen. O bien, el aguafiestas en la encrucijada puede hacer como Clavillazo y tratar de fingir normalidad frente al loco y cantarle «La cama de piedra», como sigue: «¡Qué interesante eso que cuentas de tu viaje a Chiapas, para meditar en la selva en compañía de tus amigos neozapatistas, previa lectura de chacras». Es decir, es la opción de tratar a los amigos como si fueran locos incapaces de lidiar con la verdad de unos chacras inexistentes. O enfrentarse con la crítica de un movimiento espurio supuestamente reivindicador de la justicia para los indígenas. Hijo, puedes seguir creyendo en los Reyes, aunque tengas quince años.

Suele decirse, con más voluntarismo que apego a los hechos, que en la tolerancia está una de las claves de la convivencia pacífica. ¿Pero cómo tolerar que se pretenda sustituir la medicina con el chamanismo? ¿O que se fomente el espiritismo? Hay quienes abandonan sus tratamientos médicos para pretender sustituirlos con la llamada medicina alternativa. ¿Cómo tolerar un riesgo de salud pública? A veces, ya se sabe, la paz no es otra cosa más que el miedo. Y de eso hay epidemia.

Ahora, por más que en los diálogos de Platón veamos a la gente conversar animadamente, la filosofía no tiene necesariamente el efecto natural de hacer amigos. Otra cosa son las formas. O la prudencia: no se habla de la soga en la casa del ahorcado. Sin embargo, vale la pena reflexionar acerca de la importancia de que se mantenga una sociedad semejante a Babel, donde cada uno no hace sino defender su individualismo y su independencia, al margen de cualquier norma colectiva. Bien puede ser que de tanto seguir el juego a los locos las verdades terminen por perder su importancia. Y eso no tendrá la más mínima gracia.

 

 

Manuel Llanes

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