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La empatía es una ficción psicológica

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 04 de octubre de 2013, 14:52h

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Leo con mucho interés en «El País» una noticia bomba: en la revista «Science» se han dado a conocer los resultados de una investigación de pretensiones científicas, la cual asegura que es posible calcular la capacidad de un tipo de lectura para estimular determinadas reacciones en el cerebro; una característica que pretende reivindicarse como superior estéticamente.

«El código Da Vinci» no es literatura porque no nos hace pensar como lo haría «El americano impasible», de Graham Greene; Arturo Pérez Reverte es, por las mismas razones, menos literario que Javier Marías. Son ejemplos del periodista autor de la nota, al parecer, como puede verse en «La alta literatura es gimnasia para el cerebro», de Javier Sampedro (publicada el 3 de octubre de 2013).

 

La explicación del dizque descubrimiento es muy confusa: resulta que la literatura estimula las áreas del cerebro que tienen qué ver con la «emoción social», la que nos permite, entre otras cosas, saber si una sonrisa es falsa o no. O bien, gracias a esa emoción podemos reconocer las necesidades la familia y los amigos, por ejemplo para saber si alguien está incómodo.

Por si fuera poco, la literatura facilita la empatía, esa metáfora llevada demasiado lejos, mediante la cual nosotros podemos «ponernos en el lugar del otro»: la llamada alta literatura, de esa forma, «nos obliga a expandir nuestro conocimiento de las vidas de otros, y a percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos». Es decir, la literatura nos convierte en moscas.

Todo eso lo sabemos gracias a la Nueva Escuela de Investigación Social, de Nueva York, que se adjudica la aportación, de una vez por todas, de un criterio objetivo para poner en perspectiva el valor de la literatura y las artes, desde siempre muy polémico: ¿por qué una obra literaria es mejor que otra? ¿En base a qué criterios? No se sabía pero ahora ya se sabe, gracias al psicólogo Emmanuel Castano y su doctorando, David Corner Kidd. Después de consultar a la crema y nata de la literatura, los intrépidos psicólogos llegaron hasta la siguiente clasificación: ficción literaria, ficción popular y no-ficción.

Para comprobar los efectos de la literatura en la inteligencia social, los psicólogos usaron varias técnicas, una de ellas consiste en «leer la mente en los ojos». A los conejillos de indias que se prestan para estas cosas los psicólogos con pretensiones científicas le muestran un conjunto de fotografías de actores en blanco y negro, acerca de las cuales el observador tiene que adivinar la emoción que el actor está expresando en el retrato. No falla. Quienes lo hacen mejor son los que leen «ficción literaria».

La nota no dice nada a propósito de cómo se enteraron estos sagaces investigadores de la emoción que los actores están expresando en las fotos, porque es de suponer que ellos tienen la respuesta correcta para luego contrastarla con el resultado de las pruebas. ¿Cómo si no?

Sin embargo, al margen de esas sutilezas, resultaría interesante saber por qué un autor de «ficción popular», pongamos por caso Dan Brown, no puede estimular determinadas áreas del cerebro, si se supone que los crucigramas, los sudokus y otros juegos sí. Ahora, ¿por qué clasificar a un libro como de «ficción popular»? ¿Por sus ventas? Pereza provoca tener que citar aquí a autores de esa llamada ficción literaria, como el mismo Javier Marías, que son muy populares entre los lectores, tal vez no al nivel de un Dan Brown, pero sí de forma muy considerable. Estamos ante una división (por completo arbitraria) entre los intereses universitarios y los populares.

El papel de la literatura en la sociedad actual no está claro, sobre todo entre quienes la escriben (los artistas de la palabra) y quienes la interpretan (los críticos, la academia…). Hay un amplio espectro de intenciones que va desde el simple hedonismo (la literatura no sirve para nada) hasta quienes pretenden ver en ella un medio para mejorar el nivel de vida de la gente: cuando una persona se convierte en lector entraría en contacto con una suerte de visión reveladora de la «condición humana», un proceso que redunda en la existencia de una mejor sociedad. Eso dicen.

En esta página hemos defendido la capacidad de la ficción para construir mitos, a veces luminosos, porque nos permiten comprender determinados problemas. Pero con mucha más frecuencia los mitos que se desprenden de la ficción son oscurantistas, porque dificultad la interpretación de la realidad con categorías retóricas que suenan muy bonito (se supone) pero que poco contribuyen a entender y sí a confundir. Quedamos en eso a espera de mayores explicaciones de estos psicólogos.

 

 

Manuel Llanes

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