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La hora de Castilla

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
jueves 08 de diciembre de 2011, 23:08h

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No hemos avanzado gran cosa en la percepción que desde la periferia se tiene de Castilla. Ni en cómo nos vemos a nosotros mismos. No interesa, lo rentable políticamente es el tópico, el mito, la mentira bien construida de venta facilona. No los cimientos. Franco se apropió de todo lo castellano para construir su ideario nacional. Y a los periféricos separatistas, les vino de lujo para reafirmarse como no españoles (si lo español es lo castellano, no somos españoles, afirman ahora). Todo lo castellano fue suplantado como español, borrado. Fuimos utilizados. La lengua castellana 'dejó de existir' para llamarse definitivamente, no como subnombre como hasta entonces, sino en exclusiva, como lengua española; el Imperio castellano será llamado para siempre español como si el portugués no lo fuera también (al menos entre 1580 y 1640); España, y no Castilla, resulta que es quien descubrió América (¡tócate los pies!, las carabelas con la rojigualda)… Y todo eso hay que desmontarlo, porque es de interés y de justicia sobre todo para Castilla, pero también para España.

 

Es curioso, el sentimiento identitario se le refuerza a Castilla desde fuera la mayor parte de las veces. Me refiero a que, en general, un castellano levanta simbólicamente su voz, ‘su pendón’, cuando lo enfrentan con una ikurriña o una señera, más que cuando lo hacen con una rojigualda. A España no se le culpa de nada. Esto es así por mucho que les pese a algunos castellanistas aspirantes a mimetas peris. Pero ¿por qué? Sentimos redescubrir, revitalizar, el sentimiento identitario castellano tomando como referencia el sentimiento identitario que nuestros vecinos han construido, en buena parte, contra nosotros, contra Castilla y lo castellano. Es una reacción defensiva. Observamos al vecino y automáticamente redirigimos la mirada hacia nuestro interior.

Todos los pueblos periféricos de España han desarrollado su ‘neoidentidad’ reciente a base de soltar mierda contra Castilla, incluso aquellos que un día fueron parte del reino castellano están en ello. Así que no es de extrañar que ahora nosotros, en defensa propia, nos enfrentemos instintivamente a esa injusticia a la que nos siguen sometiendo. Para todos los peris hispánicos somos, desde hace 130 años aproximadamente, los malos, los culpables de todas las plagas bíblicas que asolan a España y a sus desdichados territorios (e idiomas), incluso aunque a la vista esté que no lo son tanto, que más bien son opulentos, que en España, cuanto más unida y uniforme ha sido, esto es, en los últimos dos siglos, les ha ido mejor que a nosotros. Contra España viven bien, se saca mayor tajá, y ese contra España rápidamente lo traducen en contra Castilla y lo castellano. Y nadie rebate, se da por cierto, se acepta, tragamos.

Y ya está bien. El problema de la debilidad de sus idiomas, es intrínseco a estos, el castellano no tiene culpa, es consecuencia de su propia futilidad como herramienta de comunicación en múltiples ámbitos. Desde el infumable memorial de agravios catalán entregado al rey Alfonso XII en su día, hasta los problemas de contaminación racial que supuestamente provocamos tras emigrar en los puros vascos, pasando ahora por el gallegismo anticastellano de pandereta o el blasinfantismo cutre que descastellaniza (y descristianiza) a la otrora Castilla la Novísima andaluza, somos culpables. De todo. Y eso por no mencionar a la antaño Castilla del Atlántico, ahora ocupada en el rentable deporte político ‘antigodo’. Y yo que pensaba que los canarios eran descendientes de los castellanos que vencieron al guanche. Craso error, ahora resulta que los canarios son guanches y los castellanos, genocidas extranjeros centralistas. El periferismo anticastellano es de tal magnitud hoy en toda España que incluso el histórico León, de quien formábamos parte en la época condal, con quien nos fundimos en Corona primero y en reino único después, y con quienes gozamos y padecimos siglos de vida común, hasta el punto de haber vivido en alianza, en plena fusión diremos mejor, el 95% de nuestra historia, hoy no quiere saber de nosotros y se ha apuntado al anticastellanismo más rancio.


Y eso por no hablar de la mismísima Montaña, cuna de Castilla, puerta y puerto de Castilla y sede de la Marina de Castilla, que junto a la provincia logroñesa, ahora con el falso histórico de Rioja, forman parte de la más vieja Castilla y que andan en la tarea de no conocerse a sí mismas, en crearse otra identidad, en descastellanizarse, como si eso fuera posible. Logroño, cuna del patrón de Castilla, San Millán, y del castellano escrito, junto a Valpuesta, más antiguo conservado, está en Castilla, pero no con Castilla, con el resto de Castilla la Vieja. Y para que todos los peris no rechacen a España y a su monstruosa capital política opresora de pueblos, la malvada, por castellana, ciudad de Madrid, nada mejor que separarla de Castilla, convertirla en una especie de distrito federal al tiempo que descabezamos a Castilla la Nueva y a Castilla entera. Jugada redonda, dos por uno. España nos ha sacrificado, nos ha troceado. Alguien lo exigió y cuatro de los nuestros, aspirantes a sillones, lo aceptaron. España, nuestro propio país, tan dado a premiar a desleales, nos ha vuelto irrelevantes con el actual mapa autonómico. ‘España deshizo a Castilla y sigue deshaciéndola’ que dijera el gran medievalista don Claudio Sánchez-Albornoz. Y claro, así, los castellanos, no encontramos gran cosa, no nos encontramos ni a nosotros mismos.


Entre el franquismo y demás derecha indolente (tanto castellana como española) que nos usurpó la identidad castellana para convertirla en único prototipo de la española (con injusto perjuicio también para los otros españoles), el Estado pro periferia nacido en la Transición, la ignorante y vacua izquierda (tanto castellana como española) y los peris de larga tradición separatista y anticastellana, que no aceptarían una Castilla unida y fuerte cuya capital funcional lo sería también de España, se cocinó la actual situación.


Es ilustrativa, por ejemplo, la percepción que se tiene de los cántabros por parte de los regionalismos periféricos más separatistas. No es buena, para qué engañarnos. Un catalán encuentra extraño que una gente que vive entre vascos y asturianos sea tan distinta a estos. El propio cántabro marca las distancias sin perder un segundo, especialmente con los vascos. Quizá a ese cántabro, ensimismado con la cutrecilla autonosuya uniprovincial, no le gusta ya que le llamen castellano, pero amigo, piensa y actúa como tal. Lo mismo vale para los logroñeses y los madrileños, piensan y actúan como lo que son, castellanos. Y no nos equivoquemos, también los castellanos percibimos que un catalán siempre empatizará mejor con un vasco o gallego, no por su españolidad común a los tres, sino para hacer frente común anticastellano, más que antiespañol.


El Estado autonómico hace aguas por todas partes y a los castellanos, en su configuración actual, no nos sirve. Ha llegado el momento de plantear la reunificación de todas las provincias de la Castilla nuclear, y de León, en una sola comunidad autónoma, pese a quien pese, como don Claudio alentara en su día. El sentimiento identitario castellano existe, para verlo hay que zambullirse en la auténtica idiosincrasia castellana, que no va contra nadie ni contra España, y olvidarse de falsos mitos y tópicos literarios noventayochistas y posteriores. No creo que existan pueblos que se amen así mismos más que los demás, que sean más nacionalistas que otros. Tampoco menos. El sentimiento castellanista existe, no es político, cierto, al menos aún, pero no por ello es más débil que el de otros pueblos como algunos nos dicen.

Una Castilla reunificada es una cuestión vital, de pura supervivencia. Juntos sobreviviremos, separados en las actuales cinco regioncillas ya sabemos lo que somos, piltrafas irrelevantes fácilmente ninguneables. Un cero a la izquierda, un coto de caza con cortijo en la meseta meridional, un frío páramo desierto en la septentrional. Reunificación o resignación. Relevancia política y económica o chiringuitos autonómicos actuales. La actual mega crisis hace inevitable la catarsis institucional. Sobran comunidades autónomas.

Es el momento, la hora. Ahora toca Castilla.

 

Javier Martínez

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