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Mexicanos aunque se disfracen

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 02 de noviembre de 2012, 01:31h

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La popularidad de los zombis y los vampiros, que gozan de un dilatado éxito en el cine, las series de televisión y la industria editorial, se ha visto reflejada con especial fuerza en la celebración del famoso Halloween, donde el culto renovado a esos personajes pudo atestiguarse en cualquier fiesta de disfraces del pasado 31 de octubre, cada vez más lleno de “muertos en vida” y de colmillos.

En México y otros países hispanos, donde el sincretismo ha dado lugar a la incorporación de lo indígena en  celebraciones como el Día de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos, desde hace años se debate acerca de la autenticidad de este tipo de fechas: ¿Día de Muertos o Halloween?

Hay quienes dicen que el Día de Muertos es la fiesta mexicana por excelencia en este sentido, como puede verse en los cementerios del país, especialmente concurridos estos días. O bien en la preparación de altares de muertos en escuelas de todos los niveles, incluso en universidades como la UNAM, donde este año se ha preparado una megaofrenda como parte del 15 Festival Universitario de Día de Muertos.



Otros, en cambio, reivindican la celebración del Halloween, que será todo lo celta que se quiera pero alcanza su enorme eco vinculada a los Estados Unidos de Norteamérica: ahí es una de sus mercancías más solicitadas, como lo hemos indicado desde un principio. Pero también es una fiesta nacional, que se asume sin complejos.

El monstruo de Frankenstein, por ejemplo, construido por una escritora inglesa, Mary Shelley, alcanza su condición de icono terrorífico en el cine de Hollywood, si bien bajo las instrucciones de un director también inglés, James Whale. Lo que queremos decir es que el Halloween es inseparable del país que lo ha propagado por el orbe. Es decir: la popularidad del día de brujas y sus personajes se debe en parte a la capacidad de los mismos EE.UU. para difundir sus tradiciones (y sus productos) a la par con un capitalismo no necesariamente “salvaje”, aunque sí vinculado con determinadas ideologías que quisieran relativizarlo todo, hasta el recuerdo de los difuntos.

De la misma forma, el sentido del Día de Muertos es inseparable del país católico donde se celebra, vinculado al duelo y con puntos de contacto no solo con lo indígena sino con la hispanidad en su conjunto. Todo ello sin que las catrinas, los esqueletos estilizados del grabador mexicano José Guadalupe Posada, dispongan de un Hollywood que las propague como patrón a imitar en todos los medios de comunicación del mundo, como ocurre con los zombis o los vampiros castos de la saga «Crepúsculo».

Ahora, pretender que el Día de Muertos permanezca incólume, sin la influencia de otro tipo de fiestas, es tanto como alegar que las culturas son sistemas cerrados y autónomos, cuando en realidad estamos ante rasgos culturales en constante convivencia y evolución; así lo prueba la presencia de personas disfrazadas como personajes de «La guerra de las galaxias» en el evento de la UNAM que hemos citado, cuando éste había sido originalmente concebido como una apología de las tradiciones prehispánicas de los “pueblos originarios” (ver la nota “Pueblos indios inspiran la megaofrenda en CU”, «La Jornada», edición del 1° de noviembre de 2012).

El debate de fondo, creemos, acerca de la pertinencia de celebrar el Halloween o el Día de Muertos, está relacionado con la llamada mexicanidad, fantasma venerado no solo por los mexicanos, sino por numerosos turistas extranjeros siempre ansiosos de su dosis concentrada de exotismo y barbarie. Se quiere ver la visita a los panteones no solo como una ceremonia de raíces indígenas recurrente en un país hispanoamericano, sino como la esencia verdadera de una mexicanidad inexistente. Sin embargo, eso no significa que no se pueda hablar de tradiciones, en efecto, mexicanas, como el Día de Muertos, y que esta se pueda ecualizar, sin más, con una fiesta pagana popularizada entre protestantes.

El Día de Muertos es una fiesta mexicana no exclusivamente por sus referencias a las deidades prehispánicas y su supuesta pervivencia en el subsuelo de la nación, sino porque es uno más de los vínculos entre los hablantes de habla hispana. Como ejemplo de lo anterior está otra de las prácticas de la fiesta: la escritura de “calaveras”, composiciones cómicas que suelen agruparse en versos de ocho sílabas que poco tienen de aztecas y mucho de hispanas.

No decimos que se proscriba el Halloween. Lo que afirmamos es que no sirve de nada despojar a todas las fiestas de sus contextos, solo porque ciertos mexicanos le tienen fobia a palabras como “nación política”, “patria”, “religión” e “historia”. Antes que nada, es necesario que se conozca el significado de las tradiciones que se quieren ver como las más apropiadas, legítimas y modernas. Los mexicanos no dejan de serlo solo porque se disfracen de zombis en pos de los caramelos insípidos del cosmopolitismo.

 

 

Manuel Llanes

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