Joan Manuel Serrat ponía en tránsito, hoy puede ser un gran día, aprovecharlo o que pase de largo, depende en parte de ti. Las estrellas del crepúsculo barcelonés entreabrían las brisas del mediterráneo y los misterios de la noche en la Plaça del Rei, saludaban a unas cuantas almas melancólicas que recibían las notas de la joven violinista envueltas en bálsamos y perfumes que ascendían hasta el Saló del Tinell donde Colón, recibía, de nuevo, la vida y sentía los latidos en su pecho. Sin embargo, a pesar de la magia que envolvía una vida adolescente llena de ensueños y esperanzas, el alma, se moría de tristeza, de recuerdo y de nostalgia.
El recuerdo de una ciudad inverosímil, de casas colgadas y rocas, que alguien, con precisión pictórica, hizo que entrelazaran sus manos con la luna, ronroneaba en su mente. Nunca pudo olvidar una pálida mañana de invierno, una vieja furgoneta y una manta en la que sus padres, con un profundo amor, le protegían del frío; su familia, una familia más, abandonaba, definitivamente, su nido de águilas y dejaba, tras de sí, las ramas sin hojas nuevas, el canto de los pájaros, el olor del tomillo y del romero, las plácidas tardes de cielo azul y las majestuosas campanas del campanario.
El cassette de su viejo automóvil hizo sonar las notas de una canción: "si pudieras volver, mi soledad, podrías ver, que a veces brilla el sol en mi jardín y las palomas vuelan en libertad. La vida, una vez más, se desnuda y resplandece y se llena de propósitos que, pasados unos años, le devuelven el sol, las estrellas, la luna y la esencia del nido de águilas, que un día el destino le arrebató.
Las tardes volvieron a ser primaveras y sueños de colores; la majestuosidad de nido, derrama, de nuevo, su encanto sobre la hoz; los jóvenes amantes esconden su pudor y en primavera la lluvia lava la piedra y sobre el corazón ardiente llueve, llueve y llueve.
Dicen que el cielo del invierno es de bruma y nubes blancas; que solo la primavera vestirá de rosas blancas los corazones y el futuro incierto de una ciudad que merece, ahora sí, elegir su paisaje, vestir de verde esperanza el espacio e inundar lo cercano y lo lejano de una profunda luz verde que en mayo, por fin, estire la lluvia hacia una esperanza creíble de oportunidades y de capacidades diferentes; una lluvia que haga, de este nido de águilas, el lugar que todos merecemos para que todo vuelva a estar en su lugar: las golondrinas en la torre más alta de la iglesia, el caracol en el jardín y el musgo en la manos húmedas de unos jóvenes que seguirán llamando a la puerta de una bonanza casi imposible.
JESÚS FUENTE SERRANO