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El legado que nos dejó Abraham Lincoln: el discurso de Gettysburg
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El legado que nos dejó Abraham Lincoln: el discurso de Gettysburg

lunes 20 de noviembre de 2023, 12:17h

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El 19 de noviembre de 1863, durante la Guerra de Secesión o Guerra civil estadounidense (1861-1865) y acompañado por el gobernador de Massachusetts Edward Everett, el presidente estadounidense Abraham Lincoln pronunció un breve pero emotivo discurso con motivo de la inauguración del Cementerio Nacional en conmemoración a los soldados caídos durante la sangrienta batalla de Gettysburg, acaecida en julio de ese mismo año. Pero ¿por qué fue tan importante para la historia?

Retrocedamos un poco en el tiempo. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos se debatía entre el mantenimiento de la esclavitud (muy presente en el Sur), o su abolición definitiva. A raíz de la proclamación de Abraham Lincoln como presidente de Estados Unidos tras la victoria del Partido Republicano de carácter abolicionista, el estado de Carolina del Sur declaró su escisión de la Unión el 20 de diciembre de 1860. Le sucedieron los estados de Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas.

El 4 de febrero de 1861, representantes de estos siete estados decidieron reunirse en la ciudad de Montgomery en el estado de Alabama para proclamar los Estados Confederados de América. A su vez, redactaron una constitución paralela que legalizaba la esclavitud y eligieron a Jefferson Davis como su presidente. Más tarde, el 12 de abril estallaría el conflicto civil entre el Norte y el Sur del país. A la Confederación se le unieron los estados de Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee.

Tras feroces combates de los dos bandos, entre el 1 y el 3 de julio de 1863 tuvo lugar la batalla de Gettysburg. En ella, la Unión al mando del gaditano de nacimiento George Meade, cosechó una gran victoria contra el ejército confederado del experimentado general Robert E. Lee. Este enfrentamiento es considerado a menudo como el punto de inflexión de la Guerra de Secesión. Fue entonces cuando en el mes de noviembre, el presidente Abraham Lincoln pronunció en este simbólico lugar su más celebre discurso.

Aquellas palabras de Lincoln, aunque nos puedan parecer lejanas en el tiempo, son hoy en día tan recordadas como aquellas que alumbraron la Declaración de Independencia de 1776 o la Constitución de 1787 de los Estados Unidos. En un momento en el que la integridad de la nación y la propia democracia estadounidense estaban en peligro tras el desafío secesionista de los Estados Confederados de América, el presidente aludió a los padres fundadores y a la igualdad de todos los hombres:

«Hace ochenta y siete años nuestros padres dieron vida en este continente a una joven nación concebida sobre la base de la libertad y obediente al principio de que todos los hombres nacen iguales. Ahora nos hallamos empeñados en una dura guerra civil que decidirá si ésta o cualquier otra nación así concebida puede o no subsistir mucho tiempo. Estamos reunidos en uno de los campos de guerra donde se ha librado esta contienda. Hemos venido aquí para dedicar una parte de este campo como lugar de reposo eterno de los que dieron sus vidas para que subsista nuestra nación. Es muy natural y muy justo que así lo hagamos.

Pero, en un sentido más amplio, hablando con toda exactitud, no somos nosotros quienes pueden consagrar, dedicar y bendecir este campo ya bendito. Son los mismos soldados heroicos que lucharon en él, así los caídos como los sobrevivientes quienes ya lo han consagrado con su conducta, mucho mejor que pudiéramos hacerlo nosotros. Nuestra pobre aportación nada puede añadir o quitar. EI mundo no hará gran caso de lo que aquí digamos, ni retendrá por mucho tiempo la memoria del homenaje nuestro. Pero, en cambio, jamás podrá olvidar lo que hicieron los bravos soldados que se batieron aquí, en Gettysburg.

Nosotros, los que vivimos, tenemos la obligación sagrada de continuar y terminar noblemente la obra que comenzaron los que aquí sucumbieron. Ahora nos corresponde a nosotros dedicarnos por entero a la gran empresa que todavía está inconclusa, para que seamos dignos de los venerados muertos, para que tomemos de ellos la misma devoción a la causa por la que dieron la suprema prueba de afecto, para demostrar que no entregaron en vano sus vidas, que nuestra nación, colocada bajo el amparo de Dios, conocerá siempre la libertad tras este nuevo bautismo de sangre, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo jamás desaparezca de la Tierra».

Tristemente, a pesar de la victoria final de la Unión sobre la Confederación, Abraham Lincoln fue tiroteado cobardemente por el actor John Wilkes Booth cuando disfrutaba de una apacible velada de teatro en la capital estadounidense. Murió tras una lenta agonía el 15 de abril de 1865, tan solo seis días después de que acabase oficialmente la guerra. No obstante, su legado sigue más vivo que nunca y quizás debamos recordarlo por siempre para no caer en los mismos errores del pasado. Por nuestro propio bien.

Alberto Menéndez

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