www.cuencanews.es
Prez nacionalista por una seña de identidad

Prez nacionalista por una seña de identidad

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
sábado 05 de enero de 2013, 00:13h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

En lo informativo, las postrimerías del año han sido acaparadas en buena medida por todo lo que hemos ido leyendo y escuchando acerca del anteproyecto de ley que el ministro de educación José Ignacio Wert ha elaborado. En un ejercicio de inopia intelectual y de sectarismo furibundo a partes iguales, por lo demás nada novedoso, en sede parlamentaria se han oído improperios contra el responsable de educación tales como “talibán”, “extremista”, “retrógrado” o “franquista”. Lo dicho, nihil novum sub sole, desgraciadamente… tal vez materia para otro artículo.

 

 

Con todo, la controversia desatada por dicho anteproyecto ha alcanzado su punto más álgido en lo referente al tema de la lengua en Cataluña. Con toda seguridad, han sido las acometidas de los nacionalistas catalanes las más rabiosas, desbocadas e irreverentes, pero nada más lejos de mi intención comentar hoy las formas empleadas en la escena parlamentaria. Intentaré, antes bien, sintetizar lo que a mi juicio es lo esencial del tema, acudiendo en primer lugar a la idea de “normalización lingüística”; rampante y exitosa muestra de ingeniería social al servicio del nacionalismo. Procede empezar por una exploración semántica del núcleo de este sintagma. La definición del sustantivo “normalización” que nos ofrece la Real Academia nos remite directamente al verbo “normalizar” y a sus tres acepciones. La primera de ellas nos dice que es regularizar o poner en orden aquello que antes no lo estaba, la segunda que es estabilizar en la normalidad y la tercera que es ajustar a un tipo o norma. Con arreglo a estas tres acepciones, no deslindadas las unas de las otras, resulta interesante interpretar lo excretado por el portavoz de CIU en el Congreso, J.A. Durán i Lleida, el pasado miércoles 12 de diciembre. Con su habitual tono insolente y altanero dijo, entre otras cosas, que: “Incluso en esta escuela catalana, que garantiza el uso del catalán y el castellano, muchas veces la lengua mayoritaria en el patio no es precisamente el catalán, sigue siendo lamentablemente, [...] sí, lamentablemente subrayo, [...] el castellano”. Añadía: “Lo que está proponiendo es una bomba de relojería, cargarse la inmersión lingüística y la cohesión de nuestro país.”. ¿Ven ustedes nítida la correlación con las acepciones segunda y tercera? Por una parte, la realidad de la lengua mayoritaria en el patio de las escuelas le parece a Durán, para mayor oprobio y afrenta, que no se ajusta al modelo (tipo) ansiado. Por otra, no avenirse o someterse a su tipo o norma es tanto como no estar estable, cohesionado, inmerso diríamos, en lo normal; esto es, permanecer en la anormalidad.

 

Todo esto me da pie a procurar poner al descubierto, aún de modo breve y compendioso, otro de los elementos oscurantistas inherentes al nacionalismo catalán: la lengua como seña de identidad. Tras esta expresión, que algunos califican de ingenua e inocua, se esconde la doblez del sentido que le atribuyen los nacionalistas, toda vez que al afirmar una seña de identidad se da por supuesta una identidad preexistente e incuestionable. Y con ella, necesariamente, una unidad. Esta pareja de ideas ha sido analizada por el materialismo filosófico con la precisión y lucidez acostumbradas. Recojo lo primordial del análisis de ambas ideas simplificando al extremo. Supuesto un sujeto x, interprétese aquí Cataluña, la unidad se refiere a la conexión interna de sus partes, mientras que la identidad, vulgarmente lo que el sujeto x es, debe necesariamente considerarse desde un plano externo (u oblicuo). Nos hallamos pues ante una petición de principio: ¿existen realmente la identidad y la unidad supuestas? He aquí el elemento oscurantista. El nacionalismo catalán, sobre una supuesta e inquebrantable identidad esencial catalana, ha creado ad hoc unas señas de identidad que actúan a modo de pretextos o herramientas para resaltar la diferencia, y a menudo el odio, frente al resto (se entiende, frente a España). La más decisiva y efectiva de estas herramientas es sin duda la lengua; baste sólo como ejemplo lo que se dice en el artículo 2, titulado La lengua propia, del Capítulo Preliminar y Principios Generales de la Ley 1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística: “El catalán es la lengua propia de Cataluña y la singulariza como pueblo”. No parece nada extravagante, por tanto, que el democristiano Durán i Lleida dijese: “la lengua no es negociable, es el nervio principal de nuestra condición de nación”. Tampoco lo es que la normalización lingüística sea un verdadero bastión del nacionalismo. Habrá que inquirir rigurosamente qué es Cataluña, y por ende la lengua catalana, desde un plano exterior a la propia Cataluña, para dejar de sumisos vasallos de tal aberración intelectual. Y sobre todo para evidenciar que ésta es una parte indisociable de un todo de mayor entidad, España, más allá del cual la identidad catalana se diluiría en un ridículo espantoso.

 

Ya siento no haber podido concluir el año de una manera más dulce o meliflua, más “navideña”, digámoslo así, pero precisamente en el ocaso del año del bicentenario de un episodio tan trascendental para la historia de la nación española no había excusas para no intentar desenmascarar un elemento capital del insidioso oscurantismo nacionalista.

Francisco Javier Fernández Curtiella.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios