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Pueblito bueno, pueblito educado

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 24 de junio de 2012, 23:45h

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Cada vez que veo en los balcones del barrio uno de esos carteles que rezan "los recortes en sanidad matan" siento más simpatía por mis vecinos. Vecinos a los que, pensando, caigo en la conclusión de no conocer en absoluto. Un par de saludos y despedidas al cruzarnos, medias sonrisas en el mejor de los casos y, con mucha suerte, una de esas trascendentales conversaciones sobre el tiempo o, ahora que es temporada, sobre la Eurocopa. ¿Qué narices nos ha pasado?.



Las comunidades de vecinos, por lo general, se han convertido en meros grupos de personas que poco o nada tienen en común. Los tiempos donde el vecino del quinto tenía nombre, venía a tomarse una cerveza con tus padres y te despeinaba mientras te decía "yo te conocí cuando no eras más que un renacuajo" son cada vez menos frecuentes. Casi pasto de un museo etnográfico. Cuanto más grande y "civilizada" es una ciudad, más solos nos encontramos. Para convencernos, solamente tenemos que pensar en cómo ha sido, y todavía es en algunos casos, la vida en los pueblos.

Hay un precioso aforismo africano que nos recuerda que hace falta un pueblo entero para educar a un niño. Es cierto, la educación es cosa de todos. Si en un pueblo un niño hace una trastada, cualquier vecino que lo sorprenda le cantará las cuarenta, y las cincuenta si hace falta. Es lo bueno de saber que ese niño no es uno más, sino el hijo de la sobrina de un familiar de Paco, de los Pérez de toda la vida. El niño, por su parte, acatará la reprimenda sin rechistar, pues sabe que sus padres harían lo mismo con sus amigos. Todo este escenario, propio de un capítulo de verano azul, también tiende a desaparecer.

Más no siempre es mejor. El progreso es relativo. La tranquila vida comunitaria de los pueblos se me antoja como el paraíso más sublime. En vez de cerrar escuelas rurales y condenar a la extinción a decenas de personas, tan importantes como cualquiera de los millones que malviven en las ciudades, deberíamos aprender de ellos. ¿A quién le importa si sacan una décima más o menos en matemáticas o lengua? La educación familiar que reciben, dentro y fuera del aula, ridiculiza nuestras absurdas pretensiones urbanitas.

En un artículo anterior criticaba un anuncio de refresco por su forma de tratar la crisis y el fútbol. Hoy voy a alabar otro anuncio, de otro refresco, pero de la misma compañía. No es nada raro. El que tiene el poder de hacerse la competencia a sí mismo tiene la guerra ganada, es un win-win. Me refiero al anuncio que anima a la gente a veranear en un "Pueblito bueno", ¿Por qué no? Me sumo a la idea de potenciar el turismo rural de nuestro país.

Para estas vacaciones, búsquense un pueblo perdido en medio de la nada, pasen allí un par de días y comprueben lo mal que viven y lo ceporros que son sus habitantes. Seguro que acaban pensando que los analfabetos -emocionales, sobre todo- somos los que nos creemos tan "in" que no podemos pisar un pueblo ni en pintura. Vayan al bar a tomar un café y seguro que conversación no les faltará. Visiten sus escuelas y comprenderán cómo a la hora de educar lo importante son las personas y no los recursos de los que se disponga. Cómprense una botella de agua y vayan a pasar el tiempo, sin más, a la plaza del pueblo. Pero, eso sí, no se les ocurra tirar el envase al suelo, que allí no se callarán y mirarán para otro lado, pues educar es cosa de todo un pueblo.

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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