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Que vengan migrantes a la Laponia española

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 13 de marzo de 2016, 23:19h

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En la España interior hay un gran desierto poblacional. Fruto de la política migratoria puesta en marcha en los años sesenta del siglo pasado, cuando gobernaba la dictadura del general Franco, ahora hay una bajísima densidad de población en muchas provincias. Cuenca, Guadalajara, Teruel, Huesca, Soria, Segovia, Ávila, Palencia, etc. son ejemplo de ello. Y en democracia tampoco se ha corregido el desequilibrio territorial. A todo este desierto interior se le empieza a llamar la Laponia española.

 

Para ubicar la referencia explico que la región de Laponia está situada al norte de Europa, próxima al Círculo Polar Ártico, y pertenece a cuatro estados: Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Su densidad de población es de unos dos habitantes por metro cuadrado.

Por citar dos ejemplos de esa llamada “Laponia española”, en la provincia de Cuenca la densidad de población es de unos 12 habitantes por kilómetro cuadrado. En la de Teruel aún es menor: unos 9 habitantes por kilómetro cuadrado. Si excluimos las capitales de provincia y uno o dos de los municipios más poblados, el resultado en densidad de población se parece al de Laponia.

Recientemente han surgido iniciativas que reivindican la necesidad de revertir esta tendencia. E incluso creo que hay algún programa político al respecto. Pero como no veo compromisos de traer inversiones en industrias capaces de generar muchos empleos (los sabios de la cosa insisten en el tópico sobado del desarrollo turístico), tampoco creo en la posibilidad de revertir la tendencia al despoblamiento.

A las puertas de la Comunidad Europea están llamando muchos cientos de miles de personas que huyen de Oriente Medio por razones de guerra y otros que vienen de África intentando ahuyentar el hambre. Europa es corresponsable tanto de las guerras como de las hambrunas y, sin embargo, nuestros gobiernos hipócritas cierran las fronteras con candados.

En nuestro país, España, hemos olvidado rápidamente que como consecuencia de la rebelión militar de 1936, en el invierno de 1939 marcharon más de un millón de paisanos al exilio, y luego, algunos años más tarde, otros muchos más a la emigración económica.

Opino que en España, incluso si tuviéramos que bajar alguna centésima nuestro nivel de vida, tenemos capacidad y, además, obligación moral de acoger a varios cientos de miles de migrantes. Aunque solo fuera por el deber moral de devolver a la Vida lo que antes hizo con nuestros mayores.

Pero es que, además, creo que esas personas a medio plazo serían generadoras de riqueza.

Para explicar lo dicho en el párrafo anterior, vuelvo con lo de la Laponia española. No creo en los discursos políticos que prometen devolver población al medio rural de las provincias más despobladas de la España profunda. ¡Que no, que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible! Y, sin embargo, esta media España vacía de población sí podría repoblarse acogiendo a migrantes. Para quien no tenga fresca la memoria histórica y recele de los posibles nuevos vecinos, recuerdo que muchos debemos ser descendientes de esa tribu de pastores bereberes africanos que colonizaron pacíficamente las cumbres de la Castilla del S. VIII.

Sugiero a nuestros gobiernos, y especialmente al de Castilla-La Mancha, que ofrezcan suelo para urbanizar a esas familias atascadas en Turquía o en el norte de África. (Algunas incluso vienen con dinero de sus ahorros). Que ese suelo para lograr su casa se les ofrezca en las comarcas más despobladas. Que se quite de en medio a los promotores inmobiliarios. Y que se deje a los nuevos habitantes edificar viviendas por el sistema de cooperativa.

Solo con que una familia de cada cinco de las acogidas se asociase para hacer su nueva casa, la economía regional (y/o estatal) se revitalizaría como consecuencia de la mayor demanda de materiales y servicios relativos a la construcción.

Y además, volviendo al argumento original, se repoblaría la España profunda. Con la tierra de cultivo desaprovechada en los muchísimos pueblos moribundos de nuestro país –pongamos solo los huertos-, y también los pastos, podrían vivir chiquicientas familias de las que tocan el aldabón en la frontera y no les abrimos.

Solo faltaría una condición, obvia por otra parte, a poner a los repobladores: respetando su cultura y sus creencias, tendrían que saber que en España hay una Constitución que ofrece derechos y libertades, pero que también exige obligaciones. Y que quien decida vivir aquí se compromete a respetar nuestras costumbres y acatar nuestras leyes.

 

 

Joaquín Esteban Cava

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