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Sampedro, educador

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 15 de abril de 2013, 06:45h

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El polifacético José Luis Sampedro nos ha abandonado. Escritor, humanista, filósofo, economista y académico, entre otras virtudes; me complace saber que de la que más orgulloso estaba, según su viuda, era de ser profesor. No obstante, siento disentir. Sampedro ha estado muy lejos de ser un simple profesor. La huella que ha dejado lo eleva a la categoría de educador, máxima expresión de la maestría de la enseñanza. Quizá a algunos les extrañe, pero sobre la ciencia de la pedagogía encontramos el arte de la educación.

En febrero de 1915 murió uno de los más insignes pedagogos que ha dado nuestro país: Francisco Giner de los Ríos. Días más tarde, su querido discípulo Rafael Altamira escribía lo siguiente:

“Si llamamos “pedagogo” al que sabe de Pedagogía […] es lícito que reservemos la palabra “educador” para quien, independientemente de lo que sepa e invente de esa disciplina, eduque. Puede un hombre poseer toda la ciencia pedagógica posible y ser, por las condiciones fundamentales de su espíritu, incapaz de educar. Todas las recetas juntas de todos los pedagogos, no conseguirán que sea “maestro” un sabio de alma zafia, egoísta, falta de dulzura y ductilidad. […] Un hombre así no educará a nadie ni formará educadores, porque no sabrá infundirles lo que a él le falta: entusiasmo, fe en la obra, sencillez y amplitud de espíritu.”

 

Bajo esta misma premisa, y salvando las evidentes distancias, hago mías sus palabras para honrar a Sampedro. Su legado escrito quedará entre nosotros, sin duda, pero su mayor logro está en cada uno de los corazones a los que, directa e indirectamente, ha influido con sus enseñanzas y con su ejemplo.

De entre su legado, me gustaría destacar una idea en especial: la libertad de pensamiento. Los que hemos tenido el placer de escucharle sabemos que éste era lugar común en sus discursos. En pocas palabras, si no somos libres para pensar lo que queramos, de nada servirá poder expresarnos. Lo importante a la hora de someter a los demás no es controlar sus bocas, sino sus pensamientos y sentimientos. Si te hago a mi imagen y semejanza, ¿cómo no dejarte hablar?, es más, ¡querré que lo hagas con todas mis fuerzas!

Este planteamiento encaja a la perfección con el tema de mi último artículo: el adoctrinamiento como perversión educativa. Al igual que no existe educador sin influencia, tal y como se desprende de las reflexiones de los párrafos anteriores, tampoco existe influencia neutra. Esgrimiré como justificación las palabras de Girardi: “La pedagogía, pues, jamás es neutra. Siempre está marcada por una elección […] por un determinado proyecto de hombre y de sociedad. Esto sucede sobre todo cuando la pedagogía se presenta como apolítica. Los educadores que “no hacen política” practican de hecho la política de la sumisión al más fuerte”.

Con todo, si un educador (¡ojo!, no sólo profesor) nos dice que consigue ser neutral es porque está mintiendo o se está engañando. Quien así se considere, o bien es prisionero de la ideología dominante, (¡incluso estando en contra!, un aspecto complejo relacionado con la resiliencia) fomentando con su actitud una influencia integradora en el sistema (que no integral), o bien carece de la libertad de pensamiento necesaria para darse cuenta de su cautiverio.

De hacerlo, y tras romper sus cadenas, el recién descubierto educador buscaría la liberación de los demás, aceptando plenamente la parcialidad inherente al acto educativo y centrándose en el mínimo común que apunta al progreso de la humanidad y no en las diferencias que nos separan. De conseguirse, ésta sería la única educación que podría ser tildada como neutra, aun sin serlo realmente, pues perseguiría criterios de ecuanimidad e igualdad que difícilmente serían compartidos a escala global. No obstante, nada nos impide ir en esta dirección incluso sabiendo que es un horizonte que nunca será plenamente alcanzado.

Fomentando esa libertad de pensamiento, especialmente entre los jóvenes, pues siempre estuvo cerca de ellos, Sampedro nos trajo el fuego de la esperanza como si de un moderno Prometeo se tratara. Sin miedo al castigo y con esperanza en los cambios que quedan por venir. En fin, tras saborear su último campari granizado, como quería, nos ha dejado. Pero entre nosotros queda una semilla que con tiempo y pequeños cuidados, con toda seguridad, dará su fruto. Yo, por mi parte, no pienso dejar que se marchite.

Maestro de maestros, pues no hay mayor maestro que el verdadero educador, tuvo incluso la modestia de darnos las gracias por iluminar sus últimos días cuando, por justicia y ética, valga la supuesta redundancia, somos nosotros los que, tomando las ideas de Gramsci, debemos agradecerle el esfuerzo por iluminar los últimos días de una sociedad a caballo entre algo viejo que no acaba de morir y los cimientos de una nueva era que no acaba de nacer. Por todo ello, por abrirnos los ojos con la grandeza de su amplitud de espíritu, eternamente gracias Dr. Sampedro, colega al que nunca podré agradecerle en persona su influencia, pero al que espero hacer honor con mis modestos actos.

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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