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Si fuera de derechas

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 11 de mayo de 2014, 23:11h

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A nuestras puertas llega, cual avezado vendedor de humo, otro periodo electoral más. Ya casi por rutina me interrogo para conocer mi intención de voto. Así de raro soy, ¡qué le vamos a hacer!, con lo fácil que sería pertenecer y no participar. Sea como fuere, últimamente no se trata tanto de decidir a quién votar, pues el asco es generalizado, casi sistémico, sino más bien de descartar y cruzar los dedos, como si estuviéramos cortando cables de colores para tratar de desactivar algún dañino artefacto. Una vez más, eso sí, percibo un oscuro y profundo deseo de dar mi confianza al espectro más conservador, pues una parte de mí se pregunta: ¿y si fuera de derechas?

Si fuera de derechas creería que cada uno obtiene lo que se merece, sin más, y que el esfuerzo y el sacrificio siempre tienen su recompensa, pues el mundo es de los valientes, y sólo de los valientes. No tendría ningún remordimiento al mirar a otras personas por encima del hombro; tan sólo el tiempo habría puesto a cada uno en su sitio para que todo siga igual, sabiendo que para que unos estén arriba siempre han de existir porteadores. Ley de vida. En el mejor de los casos los asistiría por pena, quizá incluso aumentara así mis opciones de seguir viviendo a todo trapo más allá de la caja de pino. Miel sobre hojuelas.

Si yo fuera de derechas no dudaría de que haber nacido en una u otra familia es algo secundario, casi inane, y que de ninguna manera ha de explicar por qué unos parecen nacer con una flor en el culo, por no decir un título nobiliario, mientras que otros han de resignarse a llegar a fin de mes dando las gracias, además, por los azotes recibidos. Ni que decir tiene que, bajo el mismo razonamiento pero con una curiosa vuelta de tuerca, mi país siempre sería una de mis mayores prioridades, volcándome con él en los deportes como lo haría si llegara el momento, mi Dios no lo quisiera, de cambiar el balón por las balas.

De abrazar este pensamiento político, me digo socarronamente, tardaría bien poco en llenarme la boca de conceptos como “libertad” y “pueblo” para terminar concretándolos en aspectos económicos y, quizá, en algún pegadizo meme o incluso en el propio nombre del partido, jugando a ver cuál es el oxímoron más alocado que nos tragamos. Sería entonces, y sólo entonces, cuando el reto de la diversidad dejara de tener sentido, pues quedaría en algo tan simple como creer y querer que todos fueran como yo. De no serlo, el problema lo tendrían ellos, pobrecitos, gentuza, como escuché no hace mucho.

Incluso es posible que si fuera de derechas dejara de cuestionarme el sentido de la vida, poniendo sin reparos mi destino en manos de un Dios específico, de marca registrada y sin parangón aceptado. Omnipotente comodín al que acudir en tiempos de desánimo y que, para algunos de mis futuribles colegas, podría incluso encontrarse en algo tan vil y rastrero como es el dinero. Al César lo que es del César, y si sobra algo también para mí. Aspecto que, como el resto de ideas, no ocurre exclusivamente a la diestra, cierto, pero sí con mayor frecuencia.

Igualmente, comería todos los días “solo-mi-yo”, porque yo lo valgo, como dicen en la provecta televisión. Esa misma caja tonta, tatarabuela del avispado Smartphone, donde día sí y día también observo las penurias del mundo, curiosamente a la misma hora en la que, pase lo que pase, nada me quita el hambre. Y es que estamos curados de espanto, buenos chicos con el estómago de hierro, algunos más que otros, sobre todo cuando los afectados no son tan blanquitos como nosotros y el país donde ocurre el suceso tiene un nombre que parece haber sido inventado, en ese mismo momento, por un becario guasón.

Finalmente, podría ser de derechas, simple y llanamente, porque me conviene. Cada vez más cercano a mis cuarenta, nadie me echaría en cara que dejara en el trastero mis sueños de juventud y admitiera que la edad es un severo instructor político que nos anima a defender lo conseguido. Incluso ya tengo un hijo que me ayudaría a convencer a los incrédulos y decepcionados con un aplastante: “no lo hago por mí, sino por él”. Así, elecciones tras elecciones, mi particular demonio familiar me busca las cosquillas, reconozco que cada vez con más fuerza, para decantar mi decisión hacia el espectro que, a priori, parece que más me beneficia. No obstante, y pese a todo, tan sólo he de recordar las palabras erróneamente atribuidas al recientemente desaparecido Gabo para ahuyentar sus melosos cantos de sirena: “He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”.

Estas palabras, entre otras muchas que harían de estos párrafos una larga perorata, retumban en mi cabeza y perviven en mi corazón, evaporando la engañifa del miedo por lo que uno tiene; nada más alejado de lo que uno es o, al menos, cree ser. Por mucho que admita las ventajas personales que podría obtener si me rindiera al deseo espurio de votar a la derecha, aprehendiendo su letargo al abandonar mis sueños, sigo reafirmando mi filia por la izquierda con la misma fuerza con la que ese pequeño y malévolo duendecillo, ayudado por el peso de los años, contraataca sin piedad. No lo hago por mí, ni siquiera por mi hijo, sino por los vuestros, que son nuestros al fin y al cabo. Sin ellos, y sin nosotros, sólo la nada nos queda.

 

José Luis González Geraldo.

https://www.facebook.com/Joseluis.ggeraldo

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