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Un monje benedictino y la corrupción

Un monje benedictino y la corrupción

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
sábado 02 de febrero de 2013, 00:24h

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Seguramente una de las palabras que ustedes más habrán leído y escuchado en el limen de este nuevo año haya sido “corrupción”. Y al leerla o escucharla, muy probablemente, hayan establecido una conexión inmediata con el delito de carácter económico o político. Con todo, un examen más profundo y riguroso de este vocablo nos pone ante una idea de singular enjundia que demanda algo más que una ligera ojeada al diccionario. No pretendo ahora hacer un riguroso análisis filosófico de la idea de corrupción; para tal objeto me permito remitirles al que, de modo brillante, llevó a cabo Gustavo Bueno en la primera parte de su libro El fundamentalismo democrático. Sí pretendo, sin embargo, recoger grosso modo algunos aspectos de tan oscura y confusa idea. En primer lugar, que la corrupción tiene que ver, en su sentido originario, desde Aristóteles, con los cuerpos vivos que se pueden descomponer en partes, y que por tanto sólo por vía de la metáfora o por una suerte de analogía se podría decir que hay corrupción de las instituciones. En segundo lugar, que la idea sugiere degeneración, degradación o descomposición. Y en tercer lugar, que la corrupción desborda el carácter delictivo, el ámbito del código penal, podríamos decir, para adquirir un carácter enteramente ideológico; acaso más nocivo. Entiéndase aquí “ideológico” como relativo a un profuso entramado de ideas vinculadas indefectiblemente a una clase o grupo social determinado y en oposición a otras clases o grupos.

 

Hechas estas consideraciones, cabe plantearse la corrupción de España desde la perspectiva de la degradación ideológica. Excuso decir lo lejos que nos llevaría la pregunta previa por la existencia del cuerpo que se degenera, así que daré como un hecho incuestionable la existencia misma de España, de suerte que el majadero que la niegue se vea obligado a explicarse.

 

Como pensar es siempre pensar frente o contra algo, y confiando en que sean ustedes resistentes al martirio que supone atender a lo que dice un necio, déjenme que use como hilo conductor de mi planteamiento las recientes palabras de Hilari Raguer, monje benedictino de la abadía de Montserrat. El piélago de aberraciones verbalizadas desde el santuario catalán es recogido en una entrevista del periódico digital del régimen www.naciódigital.cat. Del abultado conjunto de graves errores del entendimiento (esa es la acepción primera de “aberración”) me quedo hoy con el que se refiere a la idea de imperio por lo que tiene de muestra de la recalcitrante pervivencia de la Leyenda Negra antiespañola; expresión que introdujo Emilia Pardo Bazán en una conferencia de 1899 y que posteriormente consolidó Julián Juderías en 1914. Así introduce el tema el monje Raguer: (traducido) “El pecado, eclesiástico, es cuando un país, imaginémonos España, que se considera el más católico del mundo, y que tiene su estilo de ser cristiano, va a otros lugares y les dice que, para ser cristianos, lo han de ser “a la española”. Esto se hizo en América, y se ha querido hacer también en Cataluña. ¡Esto es colonialismo!”. ¿Cabe mayor estupidez? El “colonialismo” al que se refiere el benedictino es más propio de imperios como el británico o el holandés, es decir, de imperios cuyo único objetivo fue aprovecharse de los bienes de otras sociedades sin aspirar expresamente a elevar su nivel político. El imperio español no debe confundirse con este tipo de imperios, pues su cometido civilizador, aun sin perjuicio de las tropelías depredadoras de quienes lo llevaron a cabo, elevó sociopolíticamente las comunidades sobre las que incidió. Precisando, el español fue un imperio con carácter universal cimentado en virtud del catolicismo que fue incorporando las sociedades prehispánicas a sus fines y proyectos. No puedo extenderme respaldando con hechos este extremo, pero tampoco puedo dejar de aportar sólo tres ejemplos al respecto: en 1512 los Reyes Católicos promulgan las Leyes de Burgos prohibiendo la esclavitud, en 1542 Carlos I proclama las Leyes Nuevas con el fin de mejorar las condiciones de vida de los indígenas de la América española y la Constitución de Cádiz de 1812 define la nación, único sujeto de soberanía, como la “reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Por su parte, así veían el cometido civilizador de España los ilustres marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa en pleno siglo XVIII: “…y asi en muy poco tiempo pasò à ser Christiana toda aquella Nacion; abriò los ojos del Entendimiento; y conociò al Dios verdadero: ofeciòle Culto en la legitima Religion: sacudiò la rusticidad, è ignorancia, en que antes vivia; y se reduxo à Leyes justas, cultas, y politicas, à cuyo exemplar varias Naciones comarcanas practicaron lo mismo: […] De este modo, dando voluntariamente la obediencia à los Reyes de España, acudían las Naciones enteras à sujetarse à la Soberanìa de nuestros Principes;…” (Relación histórica del viaje a la América meridional). ¿Podríamos de este modo entender mejor la expresión “a la española” del mastuerzo benedictino? Yo creo que sí. En caso contrario, habría que preguntarle a Raguer cuál es su “estilo” al predicar la palabra de Dios. ¿Un “estilo” no universal, no católico?

 

La difusión de opiniones que enmascaran ideas tan confusas como malintencionadas constituye, a mi juicio, un caso de corrupción de mucha más hondura y abyección que los delictivos (económicos o políticos), ya que persigue zaherir y socavar la propia nación política española, nuestro modo de ser en el orbe. Es palmario que ha quedado mucho por decir, lo sé, esto es sólo una anilla más de una cota de malla contra la corrupción de España que habrá que seguir elaborando.

Francisco Javier Fernández Curtiella

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